- Por Fernando Filártiga
- Abogado
Últimamente nos llamó la atención “¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización”, un libro nuevo que el periodista Andrés Oppenheimer empezó a concebir en el 2013 cuando dos investigadores de la Universidad de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, predijeron que en los próximos 15 a 20 años la inteligencia artificial substituiría a las personas en 47% de los empleos en Estados Unidos.
El libro de Oppenheimer es una obra bien documentada y amena sobre cómo se viene dando ese reemplazo, el cual no exceptúa siquiera la profesión del autor desde que robots redactan noticias para medios como el Washington Post. Y antes ya habían ganado partidas de ajedrez a campeones mundiales, escrito novelas y realizado varias acciones que creíamos reservadas al ingenio creativo del ser humano. De hecho, en el futuro será difícil encontrar una actividad que no pueda ser desempeñada por máquinas.
Nueva era. En efecto, una nueva era despunta, la de inteligencia artificial. Mientras algunos la consideramos corolario de la inventiva y el progreso técnico propiciados por el capitalismo, desde la izquierda también la esperan hace tiempo como antesala del paraíso socialista, uno donde “el hombre sea liberado del trabajo físico y repetitivo, (y) la sociedad sea cada vez más rica” como vaticinaba Adam Schaff en una entrevista de 1984 con El País de España.
Sucede que el hombre podría ser reemplazado en prácticamente todas las ocupaciones, no solo las repetitivas. Según estimaciones recientes del BID, 64% de los empleos en Paraguay presentan alto riesgo de automatización, 17% más que en los Estados Unidos (BID: El futuro del trabajo en América Latina y el Caribe: ¿Una oportunidad para la región? (2018)).
Y la pregunta clave es si estamos preparados. Si no, ese corolario del capitalismo podría convertirse en un disparador de la desocupación, así como de la concentración de toda riqueza en los pocos propietarios de las nuevas tecnologías, desembocando en un purgatorio socialista donde el ciudadano se reduzca a receptor de limosna pública disfrazada de ayuda social y resigne el impulso de emprender o innovar por falta de incentivos. O peor, que ni siquiera reciba esa ayuda y quede del todo marginado del sistema.
Política pública. La inteligencia artificial se ha convertido entonces en el gran dilema de política pública del siglo XXI. El avance tecnológico responsable de su auge es un triunfo de la ciencia, pero uno que demanda cambios estructurales, hasta una reconfiguración social, si queremos convertirlo en un auténtico triunfo de la humanidad. De allí la advertencia camuflada en el título de Oppenheimer.
¿Qué hacer? Captar rápido el mensaje, anticiparnos a los tiempos y emprender o profundizar acciones de Estado concretas como:
- ajustede los contenidos curriculares de la educación básica y media, ypriorización presupuestaria de las carreras universitarias y laformación en profesiones del futuro;
- refuerzode la apuesta a la agenda digital del gobierno;
- modernizaciónde la infraestructura eléctrica para aprovechar al máximo elpotencial energético nacional;
- inversiónen ciencia, tecnología e innovación, considerando modelos de éxitode aliados como Taiwán, y
- reformade marcos legales que aseguren coexistencia armónica de actorestradicionales con los más nuevos. Y guarda que los nuevos de hoy(Uber, MUV), pueden dejar de serlo mañana (taxis autónomos).
Ciertamente, el rol público es restringido y los cambios de la nueva era dependerán en gran medida de la combinación de elementos del mercado. De cualquier manera, el Estado es responsable de asegurar las reglas de juego y crear las condiciones para que la era de inteligencia artificial sea beneficiosa, ¡no un sálvese quien pueda! donde las máquinas marginen a la mayoría.
Nosotros vemos la oportunidad. Nuestra población es joven y estamos a tiempo de prepararnos para el mercado del futuro; nuestro país es dinámico, adaptable a los cambios y la tecnología puede ser una vía más rápida que la tradicional hacia el desarrollo. La cuestión es no perder tiempo… En lugar de un plan de salvataje, la consigna es reajustar el plan de desarrollo en torno al contexto en ciernes para aprovechar el impulso de la ola tecnológica.