• Felipe Goroso S.
  • Analista
  • Twitter: @FelipeGoroso

El príncipe nació en cuna de oro, vivía rodeado de lujos en su palacio. Su padre era integrante de la corte del rey. Y no era cualquier integrante, gozaba de la confianza y simpatía del soberano y este se lo hacía notar favoreciéndolo con múltiples beneficios, les iba bastante bien. Tenían todo lo que se le podía pedir a un cortesano de confianza: tierras, ganado, palacios. Todo de buena calidad y en cantidad. Y atiendan a este detalle que se verá su relevancia más importante.

El príncipe se sentaba en el regazo del rey y de otros miembros de la corte en actos dignos de la realeza. Dicen que gozaba de esos momentos.

El príncipe tuvo una educación acorde a alguien de su alcurnia; en su comarca, fue a una institución de las más exclusivas. Y luego fue a otros reinos para ampliar sus conocimientos. Ese momento coincidió con la revolución que tumbó a la monarquía, era el momento ideal de buscar nuevos horizontes. La revolución vino como consecuencia de lo que tumba a muchas monarquías: el descontento de otros miembros de la corte con la forma en que el rey distribuía las fuentes de riqueza, disputas entre barones y nobles. Y es que hay cosas que nunca cambian. También tuvo su influencia para la caída del régimen monárquico, el agotamiento del modelo y el hastío de los aldeanos, con sus derechos cada vez más cercenados. Aunque en el fondo, fueron las disputas al interior de la corte real las que significaron la caída del rey y su corte.

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Como buen príncipe, tuvo su paso por las tropas del rey. Sabía que era una forma de mantenerse cerca de la corona.

La caída de la monarquía significó un verdadero golpe para la familia del príncipe, pero supo reponerse. Tantos años en la corte le daban un muy buen colchón económico para cuando llegase el momento en el que invertir todas las riquezas acumuladas al calor de la chimenea del rey. Y qué mejor que invertir esas riquezas ayudando a construir caminos que unan a diversas comarcas, era casi una obligación moral. Y como siempre, estaba cerca de la corona; sin importar quién sea el rey.

Al mismo tiempo, el príncipe daba sus primeros pasos en la reconstrucción de la corte real. Ahora sería su propia corte. Para lograr esa reconstrucción, el príncipe necesitaba de paz y progreso, eran requisitos imprescindibles y que el príncipe conocía de memoria. Sin embargo, luego de llegar a ser nombrado oficialmente príncipe, se rodeó de barones y baronesas no muy afines a la paz y menos al progreso. Eran enemigos de esas banderas, lo rodearon y se acercaron a él porque notaron que el príncipe estaba con la mente fija en volver a ser miembro de la aristocracia gobernante. O ser él mismo quien lleve la corona.

El príncipe hizo algo que sabía muy bien cómo hacer, construir caminos. Estos caminos ya no unían a las diferentes comarcas, eran caminos que llevaban al príncipe a coronarse rey. Como en toda realeza, las intrigas y traiciones eran los materiales con los que el príncipe construía esos caminos.

Y llegó ese día: el príncipe se hizo rey. Un rey añetete, ups, eso se me escapó. Los primeros días de su reinado fueron convulsionados, no había paz y el progreso se iba desacelerando. Peligrosamente. Dicen que hay una anécdota de la niñez del que ahora era rey que lo marca a fuego; de pequeño, siendo príncipe, tenía todo de buena calidad y en cantidad (les dije que este detalle iba a ser importante más adelante) eso incluía los mejores juguetes, por supuesto, pero no le duraban mucho tiempo. Por una razón muy simple: el príncipe insistía a su padre que se los compre, y al poco tiempo de conseguirlos los rompía. Para el príncipe dejaban de tener importancia porque ya eran suyos.

Hoy, y habiendo llegado a ser rey, espero que aquel niño que era príncipe haya aprendido de aquella anécdota y no rompa sus juguetes nuevos, ya que hizo de todo para conseguirlos hasta lograr obtenerlos: el reino y la corona. Después de todo; de cuidar el reino y la corona se trata la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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