“Sabía que estaba allí, aquel opiáceo de los Anglos. Y sus manos aprisionaron la caja justo cuando la pava empezaba a silbar. Una muerte violenta, reclamaba una taza de Earl Grey”.
Durante la guerra revolucionaria de Estados Unidos, en el siglo XVIII, las tropas realistas en retirada hacia el Norte, en Canadá, sabían que podían buscar refugio en un poblado leal si allí se plantaban a forma de contraseña tres pinos juntos. Esta parece ser al menos la leyenda del origen del pintoresco poblado canadiense de Three Pines, al sur de Montreal, un epítome del encanto de Quebec.
Esa curiosa convivencia entre cultura francesa y anglosajona que existe en Quebec es parte del encanto de esta serie de novelas policiales de la maravillosa Louise Penny. Eso, y su capacidad de crear personajes profundamente creíbles: humanos y falibles, pero adorables. Hasta sus malos caen bien. Por no hablar de su héroe, el inspector en jefe Armand Gamache, de la Sureté de Quebec. Miren que me gustan los detectives, y me cuesta jugar a elegir un favorito entre ellos. Pero Gamache queda en el top 5, al menos. Es el charme embotellado.
En la primera entrega de la serie “Naturaleza Muerta”, Jane Neal, una anciana maestra del pueblo, aparece muerta en el bosque con una flecha clavada en el corazón. Los locales creen que se trata de un accidente de caza, pero Gamache huele que algo anda mal y que alguien mucho más siniestro que un ballestero con mala puntería los ronda. El arte imita a la vida, o al menos la retrata, y nos toca descifrar un crimen desde las pinturas que dejó Jane por toda su casa. Allí radica la clave que descubrió y el dueño de dicho secreto.
Ahora, mezclen todo ese idílico encanto y conocimiento de la naturaleza humana, ese costumbrismo de Penny, con su tratamiento del crimen como una eliminación de posibilidades, sin golpes bajos ni excesiva violencia, y tenemos una novela policial dentro de la tradición británica, flemática y reflexiva. Agatha Christie estaría orgullosa de esta heredera que le salió al otro lado del Atlántico.
“¿Es que nadie se moría de muerte natural en Three Pines? Y ni siquiera sus asesinatos eran normales. ¿No podían simplemente apuñalarse los unos a los otros? ¿O usar un arma o un bate? No. Era siempre algo rebuscado. Complicado. Para nada ‘quebecqois’. Los de Quebec eran directos, claros. Si les caías bien, te abrazaban. Si te asesinaban, directamente te daban un buen golpe en la cabeza. Boom, hecho. Condenado. El próximo”.