- Por Antonio Carmona
- Periodista
Tenía el nombre bien puesto, Sandino, uno de los libertarios eternos de esta América víctima de colonizadores de afuera y de adentro, de dictadores bananeros, de adentro y de afuera; le tocó bregar contra uno de ellos, el Tiranosaurio Stroessner, depredador ascendido a “Valiente guerrero de temple de acero que en tiempo de guerra y en tiempo de paz…”, cantaban los adulones; en tiempos de guerra, en la que gran parte hombres y mujeres, incluso menores de edad, dieron prueba de valor y de entereza, al Tira no lograron encontrarle ninguna; y eso que durante su dictadura trataron de inventarle hazañas, de las que quedó, para la historia, solamente la de “Coronel valijera”, título ganado, cuando, tras el primer atisbo de fracaso de su primer golpe de Estado, abandonó a sus compañeros y salió rajando, escondido en la valijera de un auto diplomático brasileño, para ir al exilio; algunos dicen que desde entonces quedó agradecido a los brasileños, con los que mantuvo durante todo su gobierno una política entreguista, aunque, es más veraz el análisis que registra el entreguismo a los brasileños, por intereses pecuniarios que fueron siempre los que más le interesaron; Ni los más chupamedias, hasta hoy, lograron encontrarle un rasgo, un momento de heroísmo, un acto de generosidad o de respeto al Paraguay que no fuera en su provecho.
Y eso que durante su “dictadura Eterna” se trató de inventarle alguna heroicidad, algún acto de grandeza… el “premio” quedó vacante.
Sandino siguió el camino contrario cuando, entrando y saliendo del país, mantenía sus contactos políticos a despecho del riesgo que corría, para frustración del criminal ministro Montanaro que lo contaba entre sus pesadillas. Hasta que un día Sandino, con su habitual desparpajo y osadía, desafió a la dictadura anunciando que haría una denuncia pública dentro del país, lo que fue sin duda la más anunciada y esperada “rueda de prensa” de aquellos tiempos. Y entró, y la hizo y salió otra vez del país. Para la indigestión política de Montanaro. No fue un acto de osadía o de omnipotencia; fue un ejemplo, para perder el miedo, me dijo una vez.
Hay muchas anécdotas de las pequeñas heroicidades de los mopocos, aunque, en realidad, hay que considerarlas grandes por el riesgo que corrían.
Lo conocí a Sandino en Buenos Aires, en la carnicería, si mal no recuerdo, con la que se ganaba la vida, llevándole envíos de sus parientes desde Asunción. Al contrario de lo que se decía de él, pintándolo como un “violento”, era un hombre campechano, con trazas de buenazo, aunque fuerte y decidido, con una voz vigorosa y un discurso convincente, porque uno se daba cuenta de que era un hombre convencido de que luchaba por una causa nacional, no por un grupo sectario. Era una de las características de los mopocos que conocí.
Pero hay sobre todo un factor que creo que destacó su lucha de Davids contra Goliats, que mantuvieron una lucha que deslegitimizaba la pretensión pseudodemocrática de que era un partido, el Partido Colorado, el que gobernaba con el Dictador, de que había una especie de democracia, una “dictablanda” decían algunos cínicos diplomáticos.
Esa punzante resistencia sirvió también para apurar al régimen a buscar alianzas políticas con sectores liberales que se plegaron.
Los mocopos eran desde el exilio y desde la contestación permanente, una parte fundamental de la desligitimación de la dictadura, del desenmascaramiento de la farsa, ya que la comunidad internacional seguía considerando a la dictadura de Strossner “una dictablanda”, comparándola con las otras dictaduras militares que dominaron los países de la región. Aunque el gobierno estronista se sotenía por la fuerza bruta, la represión policial, con las armas de los militares, mantenía un “perfil bajo”. Dejando espacio a que se hiciera “la vista gorda”.
Me tocó en aquellos años, ya en los tiempos de Carter, que ya apretaba a los dictadores de la región, participar en una reunión en Washington con la presencia de algunos líderes de la oposición. Recuerdo a Beto González, a Waldino Ramón Lovera, a González Casabianca. El representante de derechos humanos de Washington dijo con claridad que era una “dictadura que no daba dolores de cabeza”… Los dirigentes se esmeraron en desvirtuar el falso concepto, la falsa apreciación, pero era evidente que para su política desde la lejanía, él consideraba que tenía la razón haciendo comparaciones con la Argentina y el Chile de los militares. Nadie se desanimó por la contrariedad. Los luchadores siguieron luchando.
Lo vi durante estos años a Sandino y conversamos con cierta frecuencia en las reuniones en lo de Taca y Teresa. Desgastado físicamente por el paso del tiempo, aunque no parecía haberle desgastado el ánimo; era el mismo de siempre, con la voz retumbante. Un luchador que se había ganado con creces el reposo. El país le debe mucho. Él no le debe nada a nadie.