Tras la caída de Alfredo Stroessner y durante el gobierno de Andrés Rodríguez, en los primeros años de la década de 1990, recuerdo que si queríamos obtener información un tanto más precisa sobre la ruta y sospechosos dedicados al rollotráfico, autotráfico y narcotráfico, teníamos que ir indefectiblemente a instalarnos varios días de incógnito en las adyacencias de las ciudades fronterizas como Salto del Guairá, Pedro Juan Caballero y Capitán Bado, bajo riesgo de no volver más.

En aquella década, esa región de la frontera seca con Brasil era conocida ya como el centro del tráfico de enormes rollos que eran extraídos por miles de toneladas y embarcados rumbo al vecino país, con cuantiosas ganancias para los infractores. Los aserraderos clandestinos eran una constante y el gran negocio era la destrucción de nuestros bosques para enriquecimiento ilícito de unos pocos. Ingresar o circular por esas zonas sin permiso o sin acompañamiento de policías o militares era extremadamente peligroso.

El otro gran negocio que se hacía, con enormes dividendos, tenía relación con el robo de autos y camionetas de lujo en Paraguay para su posterior venta en el lado brasileño. Este “nicho” se inició en la era de la dictadura con los famosos autos “mau”. Estas operaciones prevalecieron por décadas y estaban metidos políticos, militares, policías y autoridades, todos ellos “comisionados” a esas zonas por las altas esferas a la espera de sus respectivas tajadas. En los últimos años fue mermando y ya casi no existe, pero el negocio sufrió una transmutación y hoy los vehículos sencillamente son desguazados para venderlos en partes, sacando inclusive más dinero.

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En cuando al narcotráfico, eran pocas las personas de la frontera que se beneficiaban con los dólares provenientes del tráfico de drogas. Más bien se trataba de un grupo de “privilegiados” de las zonas fronterizas que no podían actuar sin la venia de unos pocos padrinos sobrevivientes de la dictadura stronista. Además, el tráfico era más bien vía aéreo, lo que hacía más difícil su detección, más aún que en ese entonces casi no existían radares. A veces se leía en las noticias que la Dinar (ex Dirección de Narcóticos de la Policía) se hacía con alguna que otra incautación de droga, generalmente de poca monta. Si queríamos información de primera mano teníamos que estar, de nuevo, en las ciudades fronterizas para indagar mejor, un trabajo sumamente difícil y, precisamente, quienes osaron en averiguar más fueron asesinados. Un ejemplo claro y el primer mártir fue Santiago Leguizamón.

Con la aparición en el tiempo de los grandes carteles de las drogas en Sudamérica, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), por citar el más emblemático, el tráfico de drogas de todo tipo floreció y terminaron por dominar esta parte del continente. Los emularon otros grupos armados, por lo que tenemos hoy en el norte del país al EPP, que ya realizó además varios secuestros. El Amazonas, las tierras fértiles, muchos ríos y un gran movimiento de consumidores-compradores, como la Triple Frontera, hicieron que este tipo de tráfico tenga una etapa de florecimiento, que sin equivocarme estaría en la cúspide de su momento. Y eso que solo me animo a juzgar lo que se ve: los peces gordos dedicados a estas actividades ilícitas que caen de tanto en tanto en el país y los vecinos. Lastimosamente, cae uno y están tres más aguardando ocupar el espacio dejado por el otro, convirtiéndose en un círculo vicioso de nunca acabar.

Para mayor calvario nuestro, el narcotráfico no nace y muere solamente en la compraventa de mercaderías ilícitas, sino que va aparejado con violencia asesinatos crueles, intercambio con armas que van a parar a marginales para la comisión de otros tipos de delitos, financiamiento al terrorismo internacional y varios otros impactos negativos. Lo que es peor: el consumo alarmante de drogas en miles de hogares produce un gran deterioro en la vida de esas personas y del entorno cercano, que es el barrio. Así nos va. Hoy tenemos miles de zonas barriales con graves problemas de delincuencia en las que casi seguro, de nuevo, las drogas están detrás.

Lo que más desanima y provoca desazón es ver que todo está tan podrido que es difícil creer que nuestros hijos tendrán un futuro mejor a no ser que desde ahora nuestras autoridades se hagan de coraje y patriotismo para dar definitivamente una patada a los narcopolíticos que tienen secuestrado al Estado paraguayo. Es una vergüenza y papelón internacional que a diario tengamos que estar informando, porque no queda de otra a la luz de los propios acontecimientos, sobre los vínculos de legisladores con el narcotráfico. Es una calamidad y produce un desprestigio a la República del Paraguay.

En fin, ya no estamos en los 90 y, por lo tanto, ya no hace falta que me mueva de esta silla para que lleguen a mis ojos informaciones sobre las rutas y los personajes dedicados al narcotráfico. Están en todas partes, como piojos, lamentablemente. Ellos son los que corroen esta bella isla rodeada de tierra.

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