• Por Fernando Filártiga
  • Abogado

En Génova se levanta imponente el Palazzo San Giorgio, el mismo donde en 1407 se inauguraba el banco homónimo y el primero de la era moderna. A través de los siglos, los bancos se tornaron sofisticados, adquirieron volumen, instalaron matrices en edificios emblemáticos, se ramificaron en sucursales al interior de países y entre continentes, motorizaron la globalización… Y de pronto, aparecieron bancos “completamente” digitales: ¿es esta la banca del futuro?

FinTech 2.0. En su acepción más generalizada, FinTech designa a las compañías de emprendedores que ofrecen soluciones financieras innovadoras mediante la tecnología. Soluciones puntuales y alternativas a la banca. En contraste, el banco digital es un banco entero, con todos los productos de uno tradicional y conceptualmente capaz de reemplazarlo, sin casa matriz o sucursal abierta al público, ni relación física alguna con el cliente más allá de cajeros automáticos.

Un banco que cabe en una aplicación de teléfono celular, al que uno puede solicitar membresía remotamente y luego préstamos, tarjetas de débito/crédito, ordenar y recibir transferencias, o confiar sus ahorros al amparo de un sistema de seguro de depósitos, con licencia oficial de la autoridad bancaria. Como Wilobank, habilitado este año por el BCRA en Argentina.

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Distingos. La realidad es que en tales entidades la digitalización es total respecto del cliente, pero no necesariamente en términos institucionales, al menos por ahora.

Si bien la aplicación informática que conecta al cliente con la entidad desmaterializa lo que en banca de inversión se conoce como front office (el cliente ya no concurre a un local físico, ni interactúa personalmente con un oficial de cuentas), por detrás se despliega una organización compleja y muy distinta al de una empresa FinTech, que se encarga de la dirección, administración, cumplimiento, riesgos, infraestructura de la información, contabilidad, auditoría y registro de operaciones, entre otras actividades típicas (middle & back offices).

Los bancos digitales son, pues, versiones avanzadas de los ya conocidos portarles de banca en línea, que se combinan con la cultura digital para obtener los mismos productos y servicios de la banca tradicional, en horario 24/7 y al alcance del teléfono. El cliente no ve un edificio, ni conversa cara a cara con asesores, pero su nuevo banco se erige sobre fundamentos similares a los del que ya conocía. Y el abaratamiento de costos operativos permite generar incentivos como mayor remuneración al ahorro, entre otros.

¿Se extinguirán los bancos de concreto? Hoy día, los reguladores tienden a imponer límites operacionales más rígidos a los bancos digitales. Incluso cuando las restricciones se relajen en el alud envolvente de la era digital, el modelo desmaterializado puede coexistir con el tradicional, el cual seguirá vigente para operaciones de especial envergadura, o por costumbre, gusto o ese cóctel de elementos objetivos y subjetivos de la confianza que persistirá como eje de la relación banco-cliente.

Los bancos de concreto seguirán existiendo, aun cuando solo fuere para albergar oficinas internas, proyectar una imagen corporativa y custodiar objetos valiosos en cajas de seguridad como hacían los primeros banqueros.

Desafíos. El reto de los reguladores es que el reemplazo de oficinas y contactos interpersonales por una experiencia en línea ofrezca al cliente no solo comodidad e incentivos comerciales, sino la seguridad y seriedad asociadas a una relación bancaria. Que la banca en línea sirva para incluir a más personas y facilitarles la vida, sin comprometer la integridad del sistema.

En nuestro país, aun no tenemos bancos digitales o una normativa concreta al respecto. Para solicitar la apertura de cualquier banco, la legislación vigente exige una dirección (domicilio societario) y el BCP define los pormenores referidos a oficinas y atención de clientes a nivel reglamentario.

En los últimos años, las leyes de firma digital, sistema de pagos, etcétera, han ampliado el horizonte y desde el gobierno anterior se viene trabajando en una agenda digital a ser ejecutada con apoyo del BID. Se trata de un programa amplio para la mejora de servicios públicos mediante la tecnología, que desarrollará componentes como la amplificación del ancho de banda, cobertura y calidad del acceso a internet y fortalecimiento de la ciberseguridad nacional, entre otros.

Nuestro marco legal receptivo, población mayoritariamente joven y el compromiso del Gobierno con una agenda digital son buenos cimientos sobre los cuales construir. Mas el mayor desafío será de los propios bancos digitales que proyecten instalarse. En suma, que sean capaces de familiarizarnos con el modelo, colaborar en la regulación, demostrar sus beneficios en inclusión financiera, generar confianza y fomentar la adopción.

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