“Deberían adelantar el clásico. Demasiado nervio ya hay”, soltó el pasajero que viajaba en el bus. Iba sentado al lado de un conocido suyo –concluí–, ya que la conversación era íntima, aunque en voz alta y sin cuidado, seguros de no ser oídos porque los demás asientos estaban casi desocupados.

La frase pareció ridícula en principio porque el viajero aún no había descargado la catarata de argumentos que tenía escondida. En breve lapso opinó entre otras “verdades” sobre la convulsión que causara el disparo del uniformado que había dado muerte a su propio camarada tras el frustrado asalto de un banco. El hecho se había filtrado y nuevamente las redes sociales estallaron de indignación. Unos justificaron la acción y “comprendían” la confusión de quien apretó el gatillo a causa de la adrenalina del momento; otros más imaginativos vieron detrás de esa bala una quema de archivo o maquinaron otras teorías conspirativas.

En todas partes las redes estuvieron sobrecalentadas en estos días. En Ciudad del Este, miles de manifestantes protagonizaron actos vandálicos y en aras de la justicia que reclamaban, obligaron a comerciantes a cerrar sus negocios, ocasionándoles más pérdidas de las habituales; crearon terror en los transeúntes y destruyeron vallas y propiedad privada. Más adrenalina corría por las venas de los exaltados ciudadanos cibernéticos, quienes también en avalancha se mostraron a favor y en contra de la situación en su mundo virtual.

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En esa dimensión las cosas no estaban para bollos, ya que todavía no se había apagado el debate surgido el lunes a causa del fallecimiento de un joven de 16 años en Misiones, “que murió ahogado en 40 cm de agua tras desmayarse de hambre al ir a buscar alimentos para sus 13 hermanitos”.

Aunque luego hubo desmentidos sobre el motivo del deceso, la noticia sirvió para que la usina que genera expertos sociólogos y nutricionistas y opinólogos y científicos del alma y formadores de opinión iluminados y accionistas mayoritarios de la verdad diera luz verde a la carrera de los teclados.

En las redes sociales los experimentados y sufridos “únicos representantes genuinos del campo” explicaron cómo era en realidad la vida de las gallinas y los chanchos, como si solo ellos fueran los bendecidos con la magnánima visión de la sabiduría, mientras que los citadinos aparecían como bohemios peregrinos de la vida conectados a los sentimientos a través de ilusorias mentiras de libros de cuentos.

Lastimosamente, la facilidad que brinda hoy la tecnología para que la gente se exprese convierte el cristalino arroyito de cordura en una avalancha de barro y raudal que arrastra las más aturdidas ideas como si fueran correctas. Sin embargo, los gambusinos saben que aún en el lodo hay pepitas de oro; y en este caso, en medio de la verborrágica mar brilló la pregunta de si “¿era posible morir de hambre en un país tan rico?”.

Esta pepita, que podría ser pirita (oro de los tontos), ya que no soy un experto en metales, expuso que la población está muriendo de hambre a pesar de tener sobrepeso. Y es que morir de hambre no significa desfallecer porque no se ha podido llevar un bocado al estómago, sino que los muchos bocados que recibimos son los menos adecuados.

Así, esa empanada o esa tortilla mañanera que sirve de tereré rupa, impuesta por las profundas costumbres populares, se suman a la oferta de exquisiteces ofrecidas en el mercado, que más que alimentos son veneno de acción retardada. Enlatados con conservantes, colorantes, edulcorantes artificiales, incluso muchas de las frutas “naturales” tienen poco de saludables si no son ecológicas. ¿Podemos estar muriendo de hambre y tener la despensa llena? ¿Será por eso que cada vez hay más personas enfermas? ¿Cómo adquirir comida sana si casi no hay y la que se ve en las góndolas tiene precios inalcanzables? Son preguntas que quedaron de uno de los debates.

De todo eso y de más temas hablaba el viajero del colectivo. Pero no solo de hechos del pasado, sino de posibles escenarios que podrían presentarse, como las consecuencias de la guerra comercial entre EEUU y China o la salida de Trump del tratado sobre misiles de alcance medio y corto con Rusia. Y de algo más cercano, la crisis de Venezuela, o peor, la debacle económica argentina que se percibe en las fronteras y en la entrada masiva de productos de contrabando y su repercusión en la industria y empleos locales.

También se mostraba preocupado por los comicios de mañana en Brasil. ¿Cómo nos afectará la inminente victoria de Jair Bolsonaro o qué pasará si triunfa Fernando Haddad?

Antes de descender del colectivo, el pasajero sentenció a su amigo: “Menos mal que pronto se viene el clásico porque todo está que arde. Un poco de anestesia social vendría bien”. Después tocó el timbre y bajó las escalerillas, perdiéndose en el gentío como la conciencia colectiva mientras el bus arrancaba de nuevo.

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