• Por Fernando Filártiga
  • Abogado

“El presidente ha desaparecido” se titula la primera novela de Bill Clinton, publicada este año en colaboración con James Patterson, uno de los autores más vendidos de la historia. La obra plantea un inminente ataque terrorista contra los Estados Unidos, mediante un virus cibernético que borraría todos los programas y datos almacenados en plataformas electrónicas (registros públicos, bancarios, etcétera) además de anular internet y las capacidades militares, para convertir al país más poderoso de la tierra en un territorio indefenso y caótico que se autodestruya. Un virus imparable, ideado por un puñado de hackers al otro lado del mundo.

Claro que se trata de una ficción, pero recalca la realidad que define nuestra época: ¡cuán dependiente de la tecnología e internet se ha vuelto el mundo! Lo cual nos traslada al plano menos espectacular y concreto de cómo influye esa dependencia en las políticas públicas de desarrollo y las oportunidades laborales.

Tecnología y desarrollo. El 8 de octubre dedicamos esta columna a la Asamblea Anual del Grupo Banco Mundial (GBM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) en Bali, Indonesia. Tradicionalmente, días antes el presidente del GBM pronuncia un discurso para posicionar los temas que se debatirán en la Asamblea. Este año, Jim Kim lo hizo en la Universidad de Stanford, a minutos de Silicon Valley, y propuso un nuevo contrato social basado en capital humano y tecnología.

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El discurso enfatizó el rol de la tecnología en al menos tres frentes de desarrollo: crecimiento económico, resistencia al cambio climático y capital humano, con la advertencia que el camino de industrialización estándar de Estados como Corea del Sur (de agricultura a manufactura liviana e industria pesada), puede ya no estar abierto a países como el nuestro que están desarrollándose en pleno siglo XXI.

Kim se refirió a la tecnología como instrumento de política pública (ej.: para expandir cobertura y facilitar programas de protección social) y como factor condicionante de la actividad económica, por consiguiente, de la inversión en capital humano (ej.: preparación para los nuevos trabajos). Sus palabras en Stanford hacen eco de una apuesta sistemática al nuevo contrato social desde Bretton Woods, al igual que el Informe de Desarrollo Global 2019 sobre “La Naturaleza Cambiante del Trabajo” y el Índice de Capital Humano lanzado en la Asamblea de Bali.

Claroscuros. Es evidente que la tecnología condiciona todas nuestras actividades y que de ella dependen las vías alternativas al desarrollo cuando el camino estándar del pasado se ha vuelto menos prometedor. Sin embargo, no es igual de claro cómo identificar/aprovechar esas vías alternativas y, a nivel de personas, si el nuevo mercado brindará iguales o mejores oportunidades de trabajo como sugieren los optimistas.

El GBM encabeza la lista de optimistas con el Informe de Desarrollo 2019. Para esta corriente, es infundado temer que se prescinda por completo del trabajador de carne y hueso. Aun cuando la persona física sea reemplazada en ciertos trabajos, el mercado podría crear otros si bien más sofisticados y exigentes. A nivel de nuestra región, el GBM produjo un informe sobre los nuevos trabajos (Los empleos del mañana—Tecnología, productividad y prosperidad en América Latina y el Caribe) y el referido Índice de Capital Humano, ayuda a determinar si la inversión y políticas públicas de los gobiernos son efectivas en crear ese trabajador saludable y preparado para el mercado del mañana.

Del otro lado, hay quienes no pronostican un futuro tan auspicioso. La muestra por excelencia son las últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos, donde el mensaje triunfador fue la defensa de los trabajos de hoy, o más bien de ayer, en vez de los del futuro. Sucede que parte de la población económicamente activa en todo el mundo se ha preparado para ocupaciones en riesgo de extinción. Pensemos nada más en los +/-142 locales que cerrará Sears antes de fin de año, otrora la principal cadena de tiendas estadounidense, que en su apogeo inauguró en Chicago el rascacielos más alto del mundo y hoy parece desplomarse en bancarrota ante los gigantes del internet. Amazon y similares reemplazan a las multitiendas de concreto en la compraventa de mercaderías, pero no lo hacen como empleadoras de los vendedores de planta.

Hay nuevas oportunidades y requieren destrezas especiales. Internet ha demostrado ser un disparador de la innovación. Consideremos solo las empresas de arranque, creadas sin local físico por emprendedores que desarrollan soluciones tecnológicas para mercados que van desde los pedidos de comida a domicilio hasta aplicaciones financieras (FinTech). Internet ha permitido idear esos modelos de negocios antes impensables, pero a voluntad e inventiva el emprendedor suma un conocimiento técnico específico y esa mentalidad millenial o ya centennial tan familiarizada con el mundo tecnológico. Ese conocimiento y esa familiaridad están convirtiéndose en requisitos excluyentes para ingresar o permanecer en el mercado laboral.

En síntesis. Más allá de optimismo o pesimismo, lo cierto es que las nuevas tecnologías definen nuestra época y es necesario reconocerlo. Llegamos al punto donde Internet, cual sugiere un diálogo de la obra de Clinton y Patterson, es como la electricidad en el siglo pasado. Todo está conectado y depende de la red. Por ello, es acertado enfocarse en desarrollar las destrezas para las actividades productivas que están gestándose y desplazarán o transformarán a las actuales.

En los países desarrollados se está tomando conciencia en todos los niveles de gobierno y sector privado. Días atrás, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) anunció el establecimiento de una facultad concentrada en computación de punta e inteligencia artificial.

Ahora es vital que la apuesta al futuro impregne las políticas públicas de los países en desarrollo, desde programas puntuales como InnovandoPy Startups (Senatics), hasta la redefinición del sistema educativo y de formación profesional de cara a ocupaciones que florecerán en el mediano plazo, en la línea de Taiwán Tech-Paraguay, sin descuidar en paralelo la organización de mejores sistemas de protección social para quienes pudieren quedar al margen.

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