“Es la madre, estúpido”, me escupió en la cara mi muy querido profesor de economía alemán en plena sala del curso que latinoamericanos tomábamos en Frankfurt en 1985, buscando copiar el modelo germano para sanear nuestros países. “Es la madre, estúpido”. Me dolió. Jamás recibí reto igual. Respiraba, palpitaba, sudaba y sentía una vergüenza terrorífica. Pero tiene su historia.

La culpa de tal reacción de rabia de nuestro profesor no fue exclusivamente mía. Pero el golpe lo recibí yo. Es que éramos latinoamericanos. Poco serios, tratando de robarle al maestro, con el máximo de rapidez y menor costo, la receta mágica para una vida feliz y fácil en nuestra región mal desarrollada en base a una economía justa. “Profesor ¿por qué no nos dice de una vez el pase mágico para salir de la pobreza, la desigualdad, el atraso, y crecer y desarrollarnos para en poco tiempo tocar el cielo?”, fue la pregunta desde un inicio que todos sellamos en la cara del profesor.

Y desde un principio dijo, explicó, repitió, procurando enseñarnos, lo que no entraba en nuestras cabezas: “Busquen, logren y cuiden el orden monetario y la estabilidad de los precios, que sus dineros no pierdan valor de manera exagerada porque eso daña a los consumidores en su poder de comprar, más a los pobres (con bajos ingresos) que a los ricos (con altos ingresos). Para ello deben tener un Banco Central independiente del gobierno y del poder político, con la misión de velar por el valor del dinero de la gente. Construyan y mantengan el equilibrio fiscal, los gastos no deben escaparse de los ingresos y el endeudamiento debe ser responsable. Por vuestra experiencia siempre tener a mano una buena reserva internacional. En pocas palabras, una buena, firme, sana macroeconomía (los grandes números de la economía) es el camino ideal para mejorar el bolsillo de la gente (microeconomía)”.

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Y ahí comenzó la guerra, con un feroz contraataque latinoamericano, apasionado: “Lo suyo es muy conservador, profesor, mucho orden y mucha estabilidad, pero poco crecimiento y desarrollo. Para nosotros lo importante es la gente, ingreso, comida, empleo, y la macroeconomía no garantiza la salud de la gente. La macroeconomía es necesaria pero insuficiente, no alcanza, no completa, y es fácil de lograrla”. Los argentinos, brasileños, bolivianos y peruanos eran los más fanáticos en no darle a la macroeconomía (del orden, la estabilidad y la disciplina) el valor que el profesor hasta al cansancio procuró darnos a entender. Y ahí disparé como francotirador en solidaridad con mis hermanos: “Si para usted la macroeconomía buena es esencial, base, pilar, genial ¿por qué no me la define en una palabra?”. Silencio espantoso. Vimos cómo la paciencia, tolerancia, comprensión, compasión del profesor se evaporaba. Cuando dio la espalda a la pizarra, nos miró con desprecio, sus manos formaron puños, se infló como un sapo todo rojo, y me escupió: “Es la madre, estúpido”.

Tienen anexo el cuadro que muestra cómo bailaron los precios del dólar en el Mercosur (y Venezuela) la danza de la crisis regional. En Argentina subió 138%, Brasil 32%, Paraguay 5%, Uruguay 14%, y la Venezuela amada por la actual conservadora e inhumana izquierda latinoamericana (de pocos ideales y muchos intereses) 33.544%. Paraguay debería tener un dólar a 7.000 o 9.000 guaraníes. Pero no fue así. Me imagino el bolsillo, el estómago, el empleo de Juan Pueblo con un dólar disparado. Pero no fue así. ¿Por qué? “Es la madre, estúpido”. Sí, pero no alcanza. El curso terminó bruscamente. El profesor nos denunció como analfabetos. Burros. Duele decirlo pero hay que decirlo.


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