- Por Guillermo Ramírez
- Gerente de GEN
Esta semana viene siendo bastante dura. Dos grandes sucesos criminales dominaron, y lo seguirán haciendo, las pantallas de televisión, los diarios, las ondas de radio y los “trending topics” de las redes sociales. Cada hecho es un universo de tristeza en sí mismo y pone sobre la mesa la cruda realidad de una violencia que nace de carencias estructurales y una desigualdad que sigue en aumento.Ni bien las noticias de ambos hechos tomaban estado público comenzó un verdadero espectáculo que se expuso en dos frentes.
El de los medios de comunicación y el de las opiniones en redes sociales. Los primeros mostraron todos los detalles posibles de una de las peores tragedias de los últimos años y los segundos emitieron juicios y condenas con una velocidad que daría envidia a Holanda y Suecia, los mejores sistemas de justicias del mundo.Nosotros le damos a la gente lo que la gente quiere es el mantra blindado con el cual los medios de comunicación nos protegemos para servir a la audiencia contenido de baja calidad que no alimenta nada más que el morbo, y alimentar el morbo hace que el foco se mantenga sobre la forma y no sobre el fondo de la cuestión.
Los medios de comunicación deben informar, esa es su razón de ser, pero cuando la razón de ser se reemplaza con un modelo de negocios que rentabiliza a la tragedia algún tipo de alarma deberíamos hacer sonar. Ver en el ranking de noticias más leídas de cada medio a los artículos más detallados de cada tragedia no debería funcionar como un indicador de qué tipo de noticias producir, no se debería reemplazar la responsabilidad editorial en manos de la opinión pública que es, literalmente, bombardeada desde todos los ángulos posibles con el mismo tipo de noticias. Si lo único que me ponen enfrente es arroz, cuando tenga hambre voy a comer arroz.
La oferta precede a la demanda en cualquier tipo de negocio, en medios no es distinto.Hoy la interacción entre las personas ocurre, mayormente, desde plataformas digitales: los chats grupales de Whatsapp, Twitter, Facebook. Todos estos servicios tienen algo en común, una cajita de texto vacía que invita a ser llenada. Con pequeños trucos de diseño de experiencia de usuario todas las redes sociales nos empujan a llenar la cajita de texto y apretar enter, ¿y qué mejor que el tema del momento para poder decir algo relevante? El resultado de esto es que todos opinamos de todo y que lo hacemos desde la urgencia de la visceralidad, escribimos rápido para poder ingresar al debate público mientras aún sea relevante.
La constante repetición de este mecanismo de emitir una opinión ni bien nos topamos con el tema del momento genera una serie de efectos en el discurso general. Por un lado disminuye la calidad de las opiniones, ya que opinar rápido y opinar bien usualmente son dos líneas paralelas, no se tocan. Nuestras reacciones iniciales a menudo están equivocadas y más a menudo incompletas. Nunca es bueno opinar “en caliente” y Twitter y Facebook están diseñados para que opinemos en caliente al hacernos sentir la urgencia de pertenecer al discurso para ser relevantes en la escala social digital. Robando el ejemplo a la filósofa norteamericana Natalie Wynn, cuando opinamos en internet nos gusta creer que estamos en el foro romano, cuando en realidad estamos en el circo.
Mejorar la calidad de la “opinión pública” es de extrema necesidad, ya que esto no es más que incorporar más y mejores criterios en el proceso de construcción de cada opinión individual. Es muy probable que las personas que se toman el tiempo para analizar las situaciones antes de emitir una opinión sobre las mismas también se tomen el tiempo para consumir medios de información que reflejen ese mismo estándar de calidad. Este proceso elevaría la calidad de toda la información que consumimos y con esto nuestra capacidad de intercambiar ideas y no solamente emociones viscerales e instantáneas.