Por Augusto dos Santos, analista.

La nave nacional se enfila inexorablemente hacia lo mismo. Es una fotocopia de lo que siempre sucedió al iniciarse el período de sesiones del Congreso. Pero lo más peligroso no es que Payo Cubas le pegue cintarazos a la gente, o que la Miss Cola, ahijada política de Juan Afara, reivindique la presidencia de Vox, o que “Cucho” enuncie que la vida nos engañó y que en verdad es consagradamente santo. Nada de eso es tan grave como lo peor. Lo peor es que a la clase política reunida en Congreso no se le cae una idea sobre cómo hacer. Y conste que ellos ya llevan tres meses en el poder.

¿Hacer que? Pues lo que se debe, además de esa pornográfica dedicación constante a sostener cuotas de poder que se observa, casi como única motivación en todas las sesiones del Congreso, que para peor son televisadas en vivo y en directo. Todo lo que se ha visto al respecto del funcionamiento del Congreso hasta esta fecha son iniciativas destituyentes de varios de sus miembros, que son –en su absoluta mayoría– tremendamente justas, pero nada sobre el ejercicio de la misión parlamentaria.

Es cierto también que el Congreso debe ocupar su tiempo en juzgar políticamente lo que la justicia dejó de juzgar judicialmente. Muchos de los miembros del Congreso, también es cierto, nunca hubieran postulado para congresistas sino ser detenidos directamente en la vía publica –o donde estuvieran– por sus delitos comunes.

Mientras la historia idílica de la república hace pensar en un camino honorable, acumulando méritos para acceder a una curul parlamentaria como culminación de una etapa política de probidad y calidad, se impone con más fuerza la historia verdadera, por la que una parte importante de los moradores del Congreso va a refugiarse en sus bancas luego de “correr –por años– de la Policía”, ya que –francamente– muchos de ellos de no estar allí estarían directamente en prisión.

MISS COLA NO TIENE LA CULPA

Pero no solo falla el sistema de justicia –y concomitantemente el sistema electoral– sino también seguimos sumidos en un tremendo clientelismo político que de tanto en tanto surge como evidencia desde el sincericidio de sus propios operadores. Esta semana que pasó, por ejemplo, una señora que fue candidata a gobernadora y parece que antes de eso fue electa Miss Cola o la cola mejor tatuada del Paraguay, sobrina política ella del ex vicepresidente Afara (nadie duda que Afara habría quedado fascinado por la dialéctica política de la Sra.) dijo en un audio filtrado que si ella no conseguía la presidencia de la Telefónica Vox, tendría muchas dificultades para seguir asistiendo a “sus correligionarios”.

Durante las entrevistas que concedió posteriormente la ex Miss Cola –que con el apoyo de Afara fue catapultada a la política– agregó sin sonrojarse que la reunión organizativa para definir un proyecto para mejorar dramáticamente Vox iba a realizarse en el Palacio de López en el despacho de un señor llamado Julio.

La ex Miss no tiene la culpa, y qué tanto podemos culpar a Afara tampoco, ¿no?

Él habrá visto el talento político de la joven y habrá pensado “… ¡Guau, aquí tenemos una nueva Yndira Ghandi!”. El problema es con el sistema. Un sistema que normaliza el uso de influencia para ocupar espacios de poder.

En tanto la matriz funciona de esta manera, existen muy pocas posibilidades de renovación de la clase política desde el talento, porque el circuito pone en la responsabilidad del dirigente de base el aceitar a los adherentes con recursos para que la maquinaria siga funcionando indefinidamente, todos metidos dentro del engranaje como en los “Tiempos Modernos” de Chaplin.

En tanto la lógica de funcionamiento de las bases –en todos los partidos políticos con bases– sea la prebenda, es normal que el argumento de la dirigencia sea la acumulación, en primer lugar, y luego el desarrollo de esquemas de clientelismo, cuando más eficientes mejor.

NO NOS QUEJEMOS

¿No pudimos volver a tener a un Blas Garay, una Celsa Speratti, un Cecilio Báez, una Josefina Plá, un Ignacio A. Pane, una Carmen Casco de Lara Castro, un Manuel Gondra, una Serafina Dávalos, un Manuel Domínguez, una Branislava Susnik, un Eligio Ayala? ¿No pudimos lograr que la política Paraguaya tenga un solo pensamiento intelectual fulgurante en toda la transición?

Que joder. Dejemos de quejarnos. Todo lo que tenemos que hacer es pedir a Afara que nos siga aportando sus buenas ideas para que nuestra política –aunque sea un fracaso– por lo menos no aburra.

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