• Por Felipe Goroso S. 
  • Twitter: @FelipeGoroso

Las manifestaciones que estamos viendo en Paraguay son vistas por una gran mayoría como una fresca brisa al abrir las ventanas en una habitación llena de moho. En este caso, no es solo una habitación, es un verdadero palacio. El Palacio de Justicia.

Nuestra justicia no solo es lenta. Según últimos estudios a los cuales accedimos de manera confidencial, no conoce otra velocidad que no sea la del caracol. La señora justicia no solo es cara, es vergonzosamente inaccesible para quienes no tienen oportunidades de acceder a un empleo digno ni en el sector público ni privado. Es una justicia que deja en la calle a quienes se animan a buscarla y no cuentan con el suficiente respaldo económico. Una justicia que está muy lejos de ser ciega, en el sentido de su independencia a la hora de juzgar, pero que sí goza de profundos e históricos problemas de conexión con la sociedad. Siempre distante, siempre alejada de la ciudadanía.

El Poder Judicial es el que menos se adecuó a los nuevos tiempos luego de la caída de la dictadura. El Ejecutivo y Legislativo son permanentemente vigilados y cuestionados (y está bien que así sea). La diferencia con el Judicial es que al menos los primeros pagan por sus errores. En ese sentido, es muy poco lo que se ha visto desde dentro del poder que administra la justicia para todos los paraguayos. Casi nada.

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Como se habrán dado cuenta, mis niveles de insatisfacción con respecto a la justicia son bastante altos. Casi exasperantes. Aun así, debo decir que mis niveles por preservar y fortalecer nuestras instituciones son mucho más altos. A la par de esta temporada de manifestaciones, estamos viendo cómo peligrosamente (y ya lo venimos advirtiendo desde esta columna) ponemos en riesgo a las instituciones cuando se legisla, se gobierna y se juzga con el foco en los aplausos de las masas o con el miedo a una tapa de diario, antes que en hacer lo correcto o lo que dicen las leyes.

Se juzga a abogados que defienden a sus clientes, a periodistas por el lugar donde trabajan, se juzga y persigue por simpatías políticas. Juzgamos a todos. Hacemos eso, juzgamos a las personas y dejamos de discutir o debatir sobre los argumentos. Estamos a un paso de legalizar los tribunales populares. Lean sobre la materia y les va a costar bastante encontrar un país con principios democráticos que haya ido por ese camino.

¿Nuestra justicia es de paupérrima calidad? Creo que a estas alturas nadie más duda de eso. Pero el camino no es hacerla pedazos como huestes, estacas en mano, que se llevan todo por delante buscando a un vampiro; al contrario, fortalecerla es la salida. Cambiarla desde adentro, impulsando reformas trascendentales y traspasando lo meramente estético.

La justicia tiene la palabra y la oportunidad de reivindicarse, de reinventarse. La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, precisa de una justicia mejor. Los paraguayos nos la meceremos. Nos merecemos un país mejor y la justicia debe hacerse cargo cumpliendo su papel. De lo contrario, quienes reivindican a los tribunales populares sentirán que están en lo correcto.

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