• Por Guillermo Ramírez
  • Gerente de GEN

-Guille, ¿de donde puedo bajar música para mi tablet?

-Del año 2002.

Esta miniconversación la tuve con uno de mis hermanos hace unas semanas y me hizo reflexionar sobre algo que no me preguntaba hace mucho tiempo: ¿Quién sigue bajando música teniendo opciones como Spotify o Deezer?

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Esto me llevó a otro análisis contemplativo, ¿qué ocurrió en el mundo del consumo de la música digital para que dejásemos de piratear y comencemos a pagar con gusto? La respuesta es extremadamente sencilla y esclarecedora: el consumo legal de música digital se hizo fácil, barato y se puso al alcance de nuestras manos.

¿Ustedes recuerdan el nivel de estrés que había en descargar música de la manera antigua? Antes que nada debíamos tener el mejor antivirus con la última actualización, luego debíamos encontrar el blog escondido con las descargas directas con hostings ridículamente lentos o usar servicios de computadora a computadora que eran una puerta abierta a transformar nuestras PCs en zombies.

Era descargar las canciones de a una para luego descubrir que la versión que descargamos no era la original, sino la de un grupo adolescente de covers. A esto hay que sumarle la necesidad de contar con almacenamiento físico en discos rígidos y todos los costos que esto generaba. Muchas veces la cantidad de esfuerzo necesario para obtener música simplemente no justificaba la inversión de energía.

La magia de servicios como Spotify, Deezer o Apple Music es que te hace una pregunta clara y directa: ¿Te gustaría que tu consumo de algo tan importante en la vida como la música sea extremadamente sencillo a cambio de más o menos G. 40.000 al mes? La respuesta para cada vez más personas es un rotundo sí, porque esos 6 dólares valen mucho, muchísimo menos que el estrés del sistema de consumo digital anterior. Una simple relación de costo/beneficio que las grandes compañías aprendieron a capitalizar.

Netflix funciona bajo la misma premisa, hoy hay cada vez más gente consumiendo streaming legal y a medida que más servicios vayan llegando al país (ya tenemos además HBO Go, TNT, Fox+, etcétera, para los usuarios de un operador de cable) vamos a ver una reducción grande en la cantidad de personas pirateando series y películas. Si los estrenos en estas plataformas se acercan más a las fechas del cine la conquista sería total y absoluta.

¿Cuál es la clave de esta revolución de consumo de contenido digital? Que el servicio sea de fácil acceso, que el monto justifique el cambio de sistema, que se pueda utilizar en distintas plataformas y que sea amigable.

Ahora pensemos un segundo en nuestra bendita corrupción.

La corrupción en su forma más básica es la que conocemos como “coima”, que es el resultado de los complejos y tediosos procesos de interacción con las distintas ramas del Estado. El Estado, a través de los gobiernos que lo administran, generó a lo largo del tiempo una trama extremadamente compleja para el acceso a su producción de servicios. Este nivel de complejidad requiere una cantidad elevada de funcionarios que conforman la muralla burocrática contra la que los individuos chocan cada vez que quieren obtener información, documentos, servicios, inclusive pagar sus impuestos.

La corrupción, en su forma de coima, no es más que un sistema paralelo creado para acelerar los procesos lentos y tediosos de acceso a servicios públicos. Es como una versión en negro de un Netflix de documentos o un Spotify de trámites, pago de más para tener lo que quiero de manera rápida y eficiente.

La lección es clara, es el propio Estado el que debe generar procesos de fácil acceso, con montos justificados, multiplataformas y amigables. Con una opción legal sencilla y práctica el sistema paralelo en negro no tendría razón de ser y caería en desuso. Pero este nuevo modelo amigable y tecnológico no convive con la muralla burocrática que genera un volumen de votos que ningún político quiere perder. De cualquier manera, la salida está a la vista, es cuestión de querer tomarla.

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