- POR AUGUSTO DOS SANTOS
- Periodista
Muchos se preguntan por qué los medios de comunicación, la opinión pública y las redes marcan la agenda de la política en estos tiempos, la razón es muy sencilla: mientras los citados sectores manejan mirando de frente, la clase política se obstina en manejar usando el retrovisor.
Basta observar los gestos para advertirlo. Han transcurrido cuatro meses desde las elecciones generales y 15 días de gestión y lo que se observa es exactamente lo que se ha observado siempre: un enorme esfuerzo del nuevo gobierno por recurrir al recurso’i de condenar al anterior para ganar tiempo. Es un clásico más común que el Cerro-Olimpia.
El primer gesto de convocación del nuevo gobierno a la clase política no ha sido para tratar los grandes temas estructurales que nos cuestionan como la salud, la educación, el desarrollo rural, la pobreza sino para el debate de asuntos que tienen directa relación con la agenda de poder sectorial.
Esto demuestra que no se aprendió nada del Pacto de Gobernabilidad. Aquel pacto fue la mejor idea de consenso desde el 2 de febrero de 1989 hasta hoy 27 de agosto del 2018, pero lamentablemente derrapó luego en las oleosas rutas del clientelismo político. Lo que quiso ser una herramienta de fundación de la madurez política en el Paraguay terminó siendo el horrendo pasword para acceder a una de las etapas clientelares más oscuras de la historia, por la que se reemplazó una administración anclada en el correligionario colorado de la dictadura por una administración anclada en el bipartidismo y luego tri, y tetra y así sucesivamente.
Otro síntoma implacable es el concepto de pertenencia de la expresión ciudadanía.
La ciudadanía, por expresarlo en una síntesis desproporcionadamente resumida, es aquella que elija a sus representantes en el gobierno de los Estados, en el Poder Ejecutivo y en el Poder Legislativo en nuestro caso. Los procesos electorales deben consagrar a los mandatarios de la voluntad de los ciudadanos e instalarnos en el timón de los diferentes emprendimientos de la República.
Sin embargo, bastaría hacer una tímida encuesta en el Congreso o hasta con periodistas que cubren la sección política en los medios, consultando quiénes son o quiénes constituyen “la ciudadanía” y es ciento por ciento probable que la respuesta sea señalar con el dedo a quienes se oponen a las formas del sistema de gobernanza, o a un grupo de manifestantes frente al Parlamento. Y no dejarán de tener razón, pero ¿qué pasa con la ciudadanía que elige a las autoridades, es la misma, es otra?
La respuesta también es sencilla: el sistema de elección de autoridades se ha ido agrietando en su propia base constitucional. En gran medida ya no son –en puridad– los ciudadanos los que tienen el control de la elección de las autoridades sino los aparatos fácticos que controlan los procesos (maquinaria electoralista, empresarios de medios, etc.). Peor aún, ya no son siquiera “los correligionarios” los que definen una elección (entendiendo como el voto duro partidario) sino una intrincada red de interacciones que incluye cosmética seductora para unos, operaciones de compra de voluntades en otros bolsones e ingeniería electoral para terminar de armar.
En síntesis, el sistema de elección de autoridades está en crisis en nuestras sociedades latinoamericanas porque el dichoso “problema de representación” no es un discurso de seminarios sino una realidad que grita por todos los costados.
Lo que sucede cuando la ciudadanía sale a expresarse es una razón muy explicable desde la ausencia de capacidad de los partidos políticos de integrarla. Miremos el pasado: recordemos las movilizaciones de los jóvenes colorados del 23 de octubre, recordemos a los liberales que pelearon contra la dictadura o a los comunistas presos en las cárceles de Stroessner por décadas, todo ese recorrido de oposición cívica tiene un elemento altamente distinguible: eran los partidos políticos los “gerenciadores” de las voluntades cívicas.
Tal condición empezó a perderse desde Rodríguez en adelante. Los partidos se ocuparon de “administrar cargos” o cupos en el TSJE, o secretarías en el Congreso y ya no le quedaron manos para el horneado de las ideas ciudadanas.
Ese fue el momento en que se concretó el inicio del proceso de separación de bienes y de males de los partidos políticos de los ciudadanos del Paraguay, lo cual fue un proceso gradual y creciente.
LOS PARTIDOS VIVEN EN LOS MEDIOS
Hoy en día el panorama es bastante fácil de definir. Los partidos políticos, sean de derecha, del centro o de izquierda viven en y de los medios. Algunos de ellos son tristes hongos de los medios de comunicación. Es imposible encontrar el acta de una reunión en la que trataron algún tema de relevancia nacional como el bono demográfico, el grado de inversión, la infraestructura escolar, la agricultura familiar campesina, el futuro de los agronegocios, la industrialización. Si bien, aun en medio de este síndrome, unos mantienen ciertas formas (sesiones periódicas, etc., etc.) existen algunos partidos “mediáticos” cuya única gestión partidaria es “digitar” el numero de algún medio y expresar algún discurso que genere el aplauso de las gradas y con ello, no solo se mantienen con vida, sino vuelven a ganar elecciones.
¿QUÉ HACER ANTE ELLO?
Es mentira que exista alguna forma que pueda reemplazar a los partidos políticos. La civilización que lleva un rato pensando –y a veces con cierta lucidez– no lo ha encontrado. Ante ello no queda otra que “resetear” los partidos, recuperarles alguna identidad, intentar denodadamente que las bases comprendan la misión que ellos tienen, re-ciudadanizarlos, lo cual supone recuperar esa vieja y olvidada relación de representación. Si a esto se le agrega alguna pizca de capacidad de gestión política, unos gramos de intelectualidad y alguna razón ya sea cortada en rodajas o en juliana, tendríamos de nuevo la receta de fortalecimiento que el futuro nos impone.
Muchos políticos se quejan porque los medios de comunicación manipulan la voluntad de los ciudadanos en favor de una y otra causa. En la mayoría de las ocasiones tienen razón. Pero ese no es un asunto que se pueda revertir desde la queja sino desde la acción. El día que la clase política (de derechas, izquierdas y centros) logre recuperar el dialecto de la ciudadanía, ese día, el “Citizen Kane” terminará hablando en alemán.