• Por Eduardo “Pipó” Dios
  • Columnista

Nos hemos acostumbrado los paraguayos a esperar que cada nuevo gobierno, de los que nos han tocado en la transición, se dedique a anunciar los futuros gabinetes como si se tratara de un equipo presentando estrellas para el próximo campeonato. Bueno, a veces muchas “estrellas” suelen generar una emoción más parecida al espanto que a la alegría, pero... emoción al fin.

Quizá fue porque Stroessner cambiaba rara vez de ministro si no era porque alguno se moría de viejo en su escritorio o, en raras ocasiones, porque se le iba la mano con el bandidaje y hasta el muerto se asustaba del degollado. De más está decir que era un muerto tan valiente que rara vez se asustaba.

Entonces, esta cosa de la democracia hizo que, de repente, apareciera gente conocida, de menos de 80 años (edad promedio de los favoritos del tirano) y que, se suponía, era idónea para el cargo. Y nos llevamos cada chasco.

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Pero hubo algunos casos exitosos, que fueron también alzando la vara y haciendo que el presidente del momento pensara un poco más a la hora de nombrar algo demasiado impresentable. La mayoría de las veces.

Al final esto hizo que a veces se tuviera más en cuenta la imagen pública del nombrado que su real capacidad.

Lugo cayó mucho en este tipo de errores, nombrando tremendos incapaces en cargos clave con la historia de la “trayectoria de lucha”, etc., etc. Eso le terminó jugando en contra de tal manera que le costó el cargo.

En el caso del presidente electo, si bien es colorado, de los de antes, pareciera que tiene un mix a la hora de nombrar su futuro gabinete. Tiene viejos zorros y hombres cercanos de mucha confianza, muchos de los cuales tienen aparentemente la idoneidad necesaria, pero tiene un tercer grupo de “estrellas mediáticas” que dedicaron su vida a vender sus fugaces pasos por cargos de mediana trascendencia como si hubieran sido tremendamente exitosos. Si realmente hubieran logrado algún éxito real, no habría drama, pero simplemente se pasaron montando shows con la complicidad de periodistas y medios amigos a cambio de quién sabe qué tipo de favores.

Un pastor que se hace llamar doctor en teología de un seminario de donde, al parecer, no salen doctores, cuyo mérito es hablar mucho y hacer poco. Una carrera televisiva en un canal poco visto y una misión pastoral dejada de lado sin mucho drama para entrar a la política partidaria de la mano de quien hoy reniega y denosta. Pero según sus fans, “es honesto”. Probablemente entonces no se robe la plata de la ruta y tampoco la haga. O se ponga en manos de algún hermano en la fe para que haga el negocio y, si Dios quiere, no nos joda.

Un par de ex fiscales, cuya espectacularidad en los procedimientos es indirectamente proporcional a los resultados obtenidos, completan la escena.

Presidente Abdo, para serle sincero, prefiero menos estampitas de santos y más gente eficiente, que se remangue, que labure y que haya hecho algo más que hablar en los medios de lo que “se debe hacer” sin tener la más remota idea de si se puede hacer y mucho menos de cómo se hace. Busque entre sus correlís si quiere, pero ponga gente con experiencia en esa selva de burocracia que es la administración pública. Dejemos los experimentos para otro siglo. La pérdida de tiempo de poner vendedores de humo para sacarlos en un año, en medio de una crisis, no se recupera.

Esa parte de la gradería que le aplaude los nombramientos de los showmans es la que más piedras le van a tirar a usted y los otros se irán como víctimas a seguir vendiendo humo.

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