• Por Gabriela R. Teasdale
  • Socia del Club de Ejecutivos del Paraguay

Decía Aristóteles: “Somos lo que hacemos repetidamente”. La costumbre se vincula con el hábito, el modo habitual de obrar y proceder establecido por la tradición o por la repetición de los mismos actos, y que puede llegar a adquirir la fuerza de precepto, según lo define la Real Academia Española.

Existe una historia de un hombre que iba a caballo, galopando velozmente. Parecía que se dirigía a algún lugar, a hacer algo importante. Otro hombre que estaba de pie, al lado del camino, le preguntó a voces: “¿Adónde vas?”, y el jinete respondió, “no tengo idea, pregúntale al caballo”. Aunque parece algo simple, esta podría ser la historia de muchas personas que, muy a menudo, no tienen claro hacia dónde se dirigen.

Si extrapolamos este pensamiento a nuestro país, hay comportamientos que se repiten de modo automático y muchas veces acarrean consecuencias negativas que terminan afectando a toda una sociedad. Los empresarios, por ejemplo, tenemos la tarea de elegir un equipo para trabajar. Invertimos tiempo y recursos en seleccionar a los jugadores de nuestro equipo: evaluamos sus resultados anteriores, pedimos referencias, revisamos cuidadosamente sus estudios, conocimientos, habilidades y trayectoria para asegurarnos de que contrataremos a un líder visionario, influyente, con principios y experiencia.

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Nadie tiene como ideal trabajar con personas promedio que den resultados mediocres. En la actualidad, esa elección es un proceso que requiere de tiempo e investigación, porque tendrá un impacto directo en el futuro de nuestra empresa y en el nuestro. Un ejemplo mucho más simple puede ser el hecho de programar un viaje o incluso elegir un buen restaurante: antes de tomar una decisión buscamos referencias, estrellas u otros indicadores, nos informamos y nos volvemos exigentes porque nuestra intención es invertir en lo correcto para recibir lo mejor y finalmente disfrutar de la experiencia o de los resultados.

Ahora bien, pensemos en esas mismas acciones pero vinculadas a la elección de nuestros gobernantes. Estamos a pocos días de la inauguración de un gobierno que pondrá a nuevos jugadores en la tarea de llevar las riendas de la administración de los recursos del Estado y que tendrá a su cargo la elaboración de políticas públicas que tengan como objetivo el bien común. Tenemos mucha expectativa por la calidad de los nombres que van surgiendo para mover esos hilos. ¿Qué referencias tenemos de ellos? ¿Qué tanto conocen el escenario en el que se desenvolverán? ¿Qué tan dispuestos están a poner a la sociedad paraguaya primero? Porque lo cierto es que todos somos responsables de lo que puedan llegar a hacer o de lo que dejen de hacer, ya que si nuestra intención es lograr una nación próspera tenemos que elegir a representantes capaces de creer y hacer de esa visión una realidad.

En la historia que compartía al inicio, un hombre le preguntaba al jinete hacia dónde se dirigía ¿Estamos seguros del lugar al que nos dirigimos? ¿Estamos mejorando a la hora de elegir sabiendo que necesitamos de buenos jugadores para lograr resultados positivos para todos? Es necesario hacer un autoanálisis, porque de lo contrario caemos en la crítica y el juicio constante cuando en realidad todos jugamos un rol importante a la hora de cumplir con nuestro deber de elegir a las personas que representarán al pueblo.

Qué lindo sería vivir con paz sabiendo que tomamos decisiones con sabiduría, basadas en la necesidad de la gente y en el objetivo que tenemos como país. No solo por conveniencia o frustración, sino a través del discernimiento de acuerdo con el perfil, la capacidad de liderar y trabajar, la experiencia, los resultados comprobados, la buena reputación y la pasión de transformar. Como decía el ex primer ministro inglés Winston Churchill: “Precio de la grandeza es la responsabilidad”.

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