• Por Felipe Goroso S. 
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Cuando el senador Fernando Lugo, como último “acto de gobierno” en ejercicio de la presidencia del Senado, convocó a Mirta Gusinky para jurar como senadora de la Nación dejando de lado a Nicanor Duarte Frutos hubo un consenso favorable para considerar el hecho como un atropello a la voluntad popular. Pese a que en la forma aparentaba una derrota, en el fondo Nicanor había conseguido una victoria, quizás de las más valiosas, aquellas que permiten construir un relato y una escenificación de poder, baños de pueblo, presencia en medios de comunicación. Todo parecía muy a la medida de alguien como Duarte Frutos. Cualquiera diría que sostener la contienda por el juramento era el negocio ideal. Ganaba en todos los escenarios.

Nicanor ya se deleitó con el poder. Podría decirse que tiene añoranza, pero definitivamente está muy lejano de desconocerlo. Muchos años estuvo y otros tantos le costó volver a estar cerca del siempre muy apreciado calor que genera la chimenea del poder. Atrás quedaron los años del frío que trae el invierno de la llanura.

Ahora bien, el aceptar liderar el equipo de transición de la Entidad Binacional Yacyretá, y proyectarse como futuro director general (incluso mencionando quién ocupará la dirección financiera de la EBY), lo pone en una incómoda posición muy difícil de sostener desde lo discursivo. “Nuestro líder ha arriado nuestras banderas de lucha, el Progresismo Colorado se fundó para que Nicanor y otros del equipo puedan por fin llegar al Congreso, y no para canjear nuestros votos y sueños por un cargo administrativo por más grande que sea la EBY”, me decía un dirigente de base en tono depresivo.

Si a la línea argumentativa tratando de parchar la fisura generada por el nuevo escenario se le suma el trámite legislativo necesario para confirmar a Duarte Frutos en el cargo de director general, la cuestión empeora aún más. La Constitución Nacional en su artículo 224 numeral 7 le da al Senado la potestad de dar o no su acuerdo a quien sea nominado por el Ejecutivo para ser director general de alguna de las binacionales. La Ley 4.728 del 2012 cita en su artículo 1º: “No podrán firmar acuerdos u otros instrumentos jurídicos que comprometan a la entidad en nombre del Estado paraguayo, a la Administración Nacional de Electricidad, ni a la Entidad en la que interinan el cargo en las que se estipulen la modificación o alteración de las obras previstas en los tratados constitutivos y sus respectivos Anexos”. Y, por último, la Ley 5.208 del 2014 cita en su artículo 4º: “Acuerdo constitucional. La Cámara de Senadores deberá prestar o no el acuerdo, dentro del plazo de 30 (treinta) días hábiles, contados a partir de la fecha de la recepción de la comunicación del Presidente de la República a los Directores paraguayos de Entidades Binacionales.” Más claro, échele agua a la sopa.

En el caso que sea Duarte Frutos quien quede al frente de Yacyretá, y acá viene el detalle que podría terminar de demoler toda la narrativa nicanorista: para asumir necesita renunciar a la banca obtenida en la Cámara de Senadores porque la Constitución Nacional solo admite la figura de pedido de permiso para senadores y diputados, en el caso de que sean llamados para asumir ministerios y cargos diplomáticos. No menciona a otras instituciones. Y la EBY no cabe en ninguna de las anteriores categorías.

¿Renunciará Duarte Frutos a la banca obtenida y proclamada por el TSJE que lo pone en la Cámara de Senadores? La misma que fuera avalada por la Corte Suprema de Justicia y que fue borrada de un plumazo por la resolución de Lugo. ¿Valdrá la Dirección General de Yacyretá arriar la bandera y tirar por la borda toda su línea discursiva? ¿Terminará admitiendo que es senador vitalicio? ¿Renunciará también a la senaduría vitalicia? Y finalmente y principal dos preguntas más: ¿Obtendrá los números necesarios para conseguir el acuerdo del Senado? y ¿se conformará con ser director general interino en el caso de no conseguir los números? Son demasiadas preguntas para una sola jugada política. ¿No les parece?

Todo el relato nicanorista depende de su próximo movimiento. Las jugadas políticas más arriesgadas son las que más precisan de un ropaje narrativo y son esas las que deben incluir en su presupuesto el hecho de evitar que el relato termine derrapando y cayendo al barranco. De esto también se trata la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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