• Por Clari Arias

“Mi hijo, usted cree que tengo todo el día para esperar a que me traiga un simple cocido?”. Eran las seis y quince de la mañana del jueves 1 de agosto de 1991 cuando el poderoso director del diario Abc Color don Aldo Zuccolillo Moscarda me soltó la primera y última reprimenda dedicada a mi persona, a raíz de las recurrentes distracciones mañaneras en la cocina de doña Casto, lugar favorito de ordenanzas y lacayos del matutino, donde cargábamos decenas de termos de cocido y café para el desayuno de los directores, jefes y periodistas de planta. Con aquel reto mañanero aprendí que don Acero era el primer periodista en llegar a Yegros 745, ya sea para tomarse un mate o un cocido, ya sea para recibir a un ministro o embajador en su sencilla oficina del segundo piso.

Sus largas zancadas para hacer los treinta pasos desde el estacionamiento posterior hasta su escritorio –pasando por la redacción vacía del periódico– eran un ritual único: infundía respeto y verdadero miedo a la vez. Si por alguna razón se detenía por el camino, solo era para dar precisas instrucciones a quienes se le cruzaban enfrente, bien podría tratarse de un periodista madrugador o un personal administrativo. En ese tiempo nada de lo que pasaba en sus dominios le era ajeno, cuando se ponía a leer los memos en papel amarillo que sus subalternos hacían amanecer sobre su mesa de trabajo acerca de problemas de impresión, insumos o de cualquier índole, el director ya tenía listas de antemano las respuestas y soluciones a esos requerimientos. Sus famosos memorándums en formato “fideíto” eran tan escuetos como certeros; nunca tenían una palabra demás y casi siempre terminaban con alguna frase que anunciaba un vendaval; “espero informe”, “manténgame al tanto”, “Verme por esto” reemplazaban a los anticuados estilos de las esquelas laborales, tan habituales en las infatuadas gerencias. Con Acero todo era breve, directo y sin repeticiones, por eso acostumbraba dar sus órdenes con la voz alta y clara, para evitar equívocos.

Innovador empresario, supo sacar ventaja frente a La Tribuna a finales de los años sesenta del siglo pasado, al ofrecer un diario único en esa época, por el color y el formato tabloide, en principio, y por su línea editorial con el paso del tiempo. Ni el propio Zuccolillo ni sus primeros inversores (don Elías Saba, por ejemplo) jamás hubieran imaginado en aquel lejano 1967, que Abc Color se convertiría en acérrimo crítico de Stroessner y sus secuaces, que su director terminaría preso en Tacumbú y que las ruidosas rotativas de cada madrugada se silenciarían por largos cinco años.

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A su regreso público luego del golpe de febrero de 1989, Abc Color no encontró gran competencia en el periodismo nacional. El Dire –como todos le llamaban- reunió a los históricos de la redacción clausurada cinco años atrás, sumó nuevos y jóvenes periodistas, para volver a salir a las calles apenas pocos meses después de la caída del tirano. Ese regreso triunfal terminó por consagrar los nombres de Alcibiades González Delvalle, Jesús Ruiz Nestosa, Edwin “Inchi” Brítez, Ilde Silvero, Vicente “Pichongo” López Vega, Jorge Aiguadé, Juan Luis Gauto, Rubén Céspedes, Luis Alberto Mauro, entre otros, como los periodistas más leídos del Paraguay. Detrás de estos maravillosos hombres de prensa también comenzaba una nueva generación que, al día de hoy, son los mayores referentes de la redacción comandada hasta hace apenas unas horas por él: Mabel Rehnfeldt Arias, Sergio Ferreira, Pablo Guerrero, Pedro y Osmar Gómez, Roberto Sosa, Gabriel Cazenave, Ramón Casco, Luis Verón, Martha Escurra, por citar solo a algunos.

La redacción más influyente del Paraguay está de luto. El hombre de los raros tirantes se ha ido para siempre, dejando un vacío que muchos de sus detractores creen será el inicio del fin del poder sin límites que tiene Abc Color. Qué equivocados están! Ese hombre que hoy llena los obituarios de su propio diario ha estado preparando desde siempre a su sucesora, a su preferida, a la que heredó no solo la dirección periodística desde hace un tiempo, sino también su temple y su carácter de acero, Natalia. Es ella la que tendrá que lidiar de ahora en más con los desafíos de la comparación con su progenitor, los embates de la tecnología que parece acabarán con el diario de papel, y con el mayor de los problemas de Editorial Azeta, la corrupción y el sectarismo de muchos de sus periodistas.

La hija predilecta no solo comandará el diario, sino un emporio tan grande, que se cuenta en miles de millones de guaraníes. Negocios inmobiliarios, bancarios, telecomunicaciones, tiendas de consumición masiva, son algunos de los ítems para donde ha crecido el holding que lideró AZ, a veces con actitudes empresariales hostiles defendidas –sin rubor alguno– desde la redacción de su diario.

Aldo Zuccolillo Moscarda, Acero, ha muerto. El hombre más temido del periodismo paraguayo deja un legado casi imposible de alcanzar por ninguno de los empresarios que hoy regentean los medios de comunicación en el país: la libertad de opinar y publicar lo que les venga en gana a sus periodistas. Algunos de los que hemos sido víctimas de mentirosas publicaciones (y por lo tanto injustas) por parte de los periodistas venales de su diario, podríamos argumentar un rencor diáfano hacia su persona. Pero no. Es de justicia sentenciar que, en un país como el nuestro, es preferible una prensa que se equivoca antes que una prensa que nada ve y nada publica. Para defender las publicaciones, muchas de ellas temerarias, se escuchaba al Dire arengar a los suyos con la famosa frase “métale palo compañero”. Y ellos le metían palo!

Porque en el final de cada página redactada, de cada artículo impreso, de cada reportaje o investigación que se asoma a los ojos de los lectores, la libertad de las palabras y el pensamiento es lo más importante.

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