POR AUGUSTO DOS SANTOS, analista

Silvio Rodas, el consagrado actor de teatro hoy incursionando por primera vez en el cine, dijo en una entrevista que el teatro paraguayo estuvo deambulando por el tiempo sin una crítica de teatro. ¿Parece escandaloso? Es exactamente lo que sucede con nosotros en diversos ámbitos.

Los medios y sus periodistas están sumidos en su “colosal lucha” contra el mal en sus diferentes niveles y condiciones y vienen olvidando por décadas otra función que no sea disparar desde las trincheras allí sea donde ellas se encuentren (intereses) o allí sea donde orientan sus balas. Es hora de preguntarse: ¿habrá algo más para los lectores?

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Han desaparecido o se han achicado ostensiblemente los espacios “de lectura” en los medios, desaparecieron las crónicas, ya no hay descubrimientos de sitios y personas como sigue pasando apenas uno cruza las fronteras del país, para la dirección que quieras en los periódicos, ya no hay cultura o se han sumido en sitios marginales.

La paulatina transformación de los medios de comunicación en fines de comunicación está privando a los lectores de una herramienta fundamental para explorar algo más que no sea el duelo vomitivo de unos y otros en el Congreso y en declaraciones de prensa, conferencias, etc., etc.

Los diarios se elaboran con la consistencia y la ingeniería balística de una bola de fierro que surcara los aires mediante una artera catapulta que apunta todos los días a la cabeza del enemigo. Toda la energía vive allí, el resto es marginal.

Basta sentarse un domingo en un café con el diario del día en Buenos Aires o Río de Janeiro o La Paz o Santiago de Chile o Ciudad de México para advertir que todo funciona distinto y que los diarios siguen siendo algo más que ladridos contra el enemigo.

Mención aparte a los contribuyentes claves de esta pauperización de contenidos, aquellos que siguen sosteniendo superficiales y snobistas que “el papel va a morir” y entonces vale la pena ir desenchufando sus tubos de este paciente y encaminando la eutanasia.

Todo porque hicimos de relumbrones novedosos que vimos por el mundo una profecía torpe y generalista, en tanto, en verdad, salvo casos que confirman la regla, no se ha determinado que exista una personalidad periodista emblemática comparable con el diario papel, hasta hoy.

Alguien me pidió una vez que le compare el diario papel y el diario digital y le respondí que el diario digital es imprescindible hoy y mañana, pero el papel es lo que hace que la noticia se devuelva a la gente y a ese escenario político por excelencia sigue siendo la calle. Si lo digital es una lancha rápida, el papel es un imponente velero. Probablemente la lancha rápida le ganará en velocidad varias veces por día, pero no hay certeza mejor que ese velero cargado de noticias que llega a la madrugada. Son liturgias que no se han perdido en Madrid, Berlín, Londres, Nueva York, Tokio ni en Lima.

LOS CABALLEROS DE LA ORDEN SINTÉTICA

Pero hay una fauna que, aparte de ser miope, es directamente peligrosa: nos referimos a todos aquellos que pontifican como dogma que los millennials y centennials aborrecen y aborrecerán el texto de profundidad. “A ellos ponele un videíto de 12 segundos o explicales en 6 pasos la historia de Europa o en 8 sobre cómo se dividió Pangea, y están felices, ellos odian leer 20 líneas”. Lo que los profetas de la orden sintética no tienen en cuenta es el enorme perjuicio que basado en prejuicios y a su vez basados en estudios de mercado –que hasta pueden ser confiables– ocasionan. Trataré de explicarme.

Los estudios de consumo dicen con irrefutable certeza que las nuevas generaciones solo leen síntesis, flashes audiovisuales, productos cargados con mayor o menor calidad icónica, simbólica y estética. El problema no es que tienen razón. Porque tienen razón eso consumen hoy. El punto es aquí preguntarnos: cuándo fue que en la historia del periodismo decidimos que la única estética de nuestros productos serían los dictados y mandatos del consumo sin un esfuerzo de complementación que al mismo tiempo aporte la construcción del conocimiento y el fortalecimiento de la cultura?

A mi nieta Jimenita le encanta el helado de fresas. ¿Qué pasaría si determinamos en casa que de ahora en más Jimenita solo comerá helados de fresas?

Por tanto, no cuestiono el mercado. Al contrario, lo valoro porque es la nave madre de toda sostenibilidad de hoy. Cuestiono la profecía de la literatura de prensa que endiosa la síntesis como supuesta formula unívoca para las nuevas generaciones en el templo del periodismo posmoderno. Temo aquí que probablemente nuestro error sea confundir estrategia con concepto.

Qué estoy diciendo: que probablemente, de tan entusiasmados que estamos con la empatía de “nuestros consumidores”, fuimos relegando el concepto. Este es un camino peligroso, egoísta y usurpador. Peligroso porque tal camino bien pudo compartirse con la profundización –que está tan desaparecida como el tigre de dientes de sable–, pero lo evitó sistemáticamente. Egoísta porque amenazamos crear generaciones que sepan muchísimo de todo y están capacitados para profundizar poquísimo de casi nada. Finalmente, usurpador porque sometimos a las nuevas generaciones a “soluciones” irrefutables desde hábitos de consumo y nunca desde algún plan de construcción del conocimiento.

LAS BIBLIOTECAS VERSUS LOS TUTORIALES DE YOUTUBE

Uno de los hechos más orgullosos de nuestro presente son las becas Becal. Son chicos y chicas que se rompen los ojos estudiando, buceando en bibliotecas digitales y tangibles y a nadie se les ocurrió que podrían llegar a doctorarse con un tutorial de 5 pasos al respecto de la fisión nuclear.

En serio. Alguien tiene que avisar a la humanidad millennial, principalmente paraguaya, que la vida del conocimiento no se agota en estas formas de construir información digital, que hay un mundo inteligente –por ejemplo– en las crónicas, hoy ausentes del periodismo nacional.

Necesitamos contarles que la crónica de Martín Caparrós sobre la prostitución infantil en Sri Lanka tiene 32 páginas. Que la revista Ñ del Clarín lleva ya 10.000 páginas dedicadas íntegramente a la cultura y varias de sus ediciones han superado los 100.000 ejemplares.

Sería una pesadilla que los nuevos periodistas sometidos al sístole y al diástole de textos encorsetados en el consumo exprés se pierdan las historias de periodistas como Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Tom Wolfe, Truman Capote, Alma Guillermoprieto, Martín Caparrós, Alberto Salcedo Ramos, Juan Villoro.

EL JUSTO BALANCE, EL AUSENTE BALANCE

No se trata de otra cosa sino de matrimoniar el consumo con la riqueza narrativa. Desprejuiciarnos sobre que “ellos” solo quieren dos líneas sobre un renacido héroe de Marvel o, si fuera así, podríamos bien producir una historia fantástica de cómo Iron Man nace y se desarrolla en interacción directa con la Guerra de Vietnam en esos sesenta difíciles y creativos. Pero vale la pena que no sea en un resumen de 40 segundos o por lo menos ello se complemente con una buena crónica que explique el mundo de esos tiempos, finalmente, vientre fundacional del mundo que hoy vivimos.

En resumen, el enorme compromiso del periodismo posmoderno es conseguir ese balance que ayude a la convivencia entre la luminosidad radiante de la superficie, descripta en claves de tuit y deje abierta y sin tapiar la insustituible puerta hacia la profundización, el contexto, el antecedente. Allí donde la sabiduría tiene su surtido almacén de ramos generales.

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