Por Augusto dos Santos, analista.
Estimado Roque, no quiero sumarme a la indignación acomodada sino proceder a algo mucho más exótico y difícil en el mundo al que pertenezco: la autocrítica. Arranco lamentando lo ocurrido, obviamente. Primero y principalmente porque la expresión de afectos no tiene nada de reprochable con el gesto que cada quien quisiera asumir. En segundo lugar porque somos una sociedad reprimida que, lamentablemente, es capaz de interpretar el afecto, el abrazo o el beso como una evidencia de identidad sexual.
Debo aclarar en primer lugar que a mí no me importaría jamás la condición sexual que tuvieran mis ídolos deportivos, o mis líderes políticos o el universo en general que me rodea. No soy ignorante, mi mente está limpia, no tengo esos temores. Pero queda claro que vos sos heterosexual y una alusión tan suelta a que pudieras ser gay (por su carga peyorativa cultural) es muy razonable que genere repulsa e indignación en vos y en toda la gente que te aprecia más allá de los colores deportivos. Fue un grueso error contigo como lo sería también con cualquiera que no fuera tan famoso y querido como vos.
Dentro de todo, estimado Roque, este incidente deja al descubierto (como cuando la mar recoge sus aguas y queda la playa desnuda con sus desechos y rocas) que la omnipotencia de los medios de comunicación es siempre un peligro. Probablemente, en lo cotidiano, en diferentes medios sucede algo parecido con una persona menos conocida que vos y por diversas razones que siquiera tiene que ver con la identidad sexual.
Todos los días atropellamos la intimidad de la gente en desgracia en nuestros operativos periodísticos parapoliciales, por ejemplo. No sabemos cómo reunir recursos para un niño que se muere de alguna enfermedad sin exponerlo públicamente con sus cables y tubos de conexión a la vida, en una apuesta que todos sabemos –medios adentro– es una asquerosa intención de rating mediante la explotación de la morbosidad de la gente. Discriminamos lamentablemente todos los días. El machismo es la biblia de nuestra tarea cotidiana.
Cuando nos ocupamos de la política los periodistas nos agrupamos, como si fuera un club de fútbol, a defender los intereses de los dueños de nuestros medios cuando en realidad prometemos objetividad y pluralidad. Pedimos a las autoridades que criticamos que se ocupen de temas estructurales como la salud, la educación, la pobreza, pero en nuestros programas centrales de debate en la televisión no hay salud, ni educación ni pobreza, sino solo autoridades que criticamos versus otras autoridades que criticamos que si no se pelean entre ellos ya no volverán a ser invitadas.
Podemos llegar a ser tan irresponsables Roque, como que una vez un diario “mató” por equivocación a un hombre publico y al día siguiente, para no cargar con el error, el título fue: “Fulano niega la versión de su muerte”. Sabes que pasa Roque? Que en el periodismo tenemos un problema; creemos tener la condición de los Papas que viven en Roma (definido por el Concilio Vaticano I de 1870): el dogma de la infalibilidad. Nos cuesta un Perú reconocer errores.
Al estar parados sobre tales posiciones vamos perdiendo un factor personal que es muy importante para la vida de la gente: la autocrítica. Nosotros no tenemos autocrítica aunque si somos muy generosos para reclamar que la tenga el resto de la gente. No sabes lo difícil que es pedir a un periodista que reconozca un error y ni te imaginas el pretender que tal reconocimiento sea público.
Eso tiene que ver con una razón cultural que puede llevarnos a escribir dos o tres cartas más, pero que estriba en una historia sicológica de suplantación por parte del periodismo que ejercemos. Suplantamos jueces, fiscales, árbitros de fútbol, chamanes.
Pero dentro de todo, Roque, también tenemos una historia de estar allí, con nuestras luces y sombras, tratando que al país y a la sociedad le vaya mejor, bregando por valores como la justicia, la honestidad y los derechos de la gente. También sabemos estar poniendo el pecho siempre que la sociedad lo requiera y aun si no la requiriera. Probablemente sin ese periodismo que hoy criticamos al país le hubiera ido tremendamente peor.
Te escribí esta carta porque creo que la mejor reparación en una situación así es la autocrítica. Es lo que más nos cuesta en este valle. A veces pedir disculpas es un trámite. Reconocer los errores duele un poco más.