Por Dany Fleitas, Daniel.fleitas@gruponacion.com.py

La denuncia ante la Fiscalía de padres de familia, por la golpiza sistemática a su hijo de 15 de años del colegio San José, conmociona y deja como lección la necesidad de una profunda reflexión sobre encontrar mecanismos para frenar la violencia recurrente en las instituciones educativas privadas y también públicas.

Esta semana, padres de un menor de 15 años del 9º grado, alumno del colegio San José denunciaron ante la Fiscalía que su hijo había sido brutalmente agredido durante un intercolegial del centro educativo. Por increíble que pueda parecer, los agresores fueron identificados como los estudiantes del último año del mismo colegio y que tienen entre 17 y 18 años. Por más que pueda asombrar, los jóvenes amenazaron a los compañeritos y a otros que se encontraban en el lugar de “muerte” si es que los delataban.

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Hay que decir la verdad y no ser hipócritas como para afirmar que casos como estos se dan solamente en instituciones educativas de élite. ¡No! Esto se está reproduciendo de manera alarmante en todos los niveles educativos y sociales, tanto públicos como privados, y no solamente en colegios, sino también en las universidades. Los famosos “bautismos” también se han convertido en fiestas para el deleite de los agresores. Y estas no solo son físicas, sino más que nada son verbales y psicológicas. Actúan de “disparadores” algunas que otras diferencias sociales, económicas o de cualquier índole.

El famoso acoso, hostigamiento o bullying va ganando terreno. Esta palabra no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE), pero es común su utilización en todos los países de habla hispana. Su definición guarda relación con toda forma de maltrato físico, verbal o psicológico que se produce en las instituciones educativas de forma reiterada, no solo en el ámbito educativo, sino también en el ambiente laboral.

¿Quién o quiénes tenemos la culpa de esta situación? ¿O será que hay que hablar de responsabilidad compartida? ¿Somos los padres los culpables por no acompañar a nuestros hijos en sus actividades diarias? ¿Será que hemos hecho tan mal los deberes en nuestros hogares como para que nuestros hijos tengan semejante comportamiento? ¿Será que nuestro sistema educativo de todos los niveles adolece de grandes fallas que deben ser subsanadas en una gran reforma? ¿Será que la enorme cantidad de información en internet, sobre violencia a nivel mundial, tiene algo que ver y está transformando la manera de socialización de nuestros niños y jóvenes? ¿Corresponde que nuestros hijos involucrados como agresores sean expulsados de la institución donde estudian por denuncias graves en su contra? ¿Por qué en Paraguay gana tanto terreno también este fenómeno? ¿Será que vamos rumbo a convertirnos en una sociedad caracterizada por la violencia y la discriminación?

Lamentablemente, todas estas preguntas llevarán tiempo responderlas. Estamos ante un problema de conducta que es el reflejo de lo que somos realmente y del mundo globalizado en el que vivimos. La violencia está permeando todos los niveles, siendo también víctima el ámbito del deporte, en el que se están dando alarmantes episodios en los estadios de fútbol y sus alrededores, hasta con muertes. Es decir, las agresiones ya pasaron de ser solamente verbales, para ir al estadio de las golpizas.

Para que ocurra un hecho violento en algún lugar, centro educativo, social o político, solo basta que vistamos una camiseta de un color diferente, basta que tengamos el físico más pequeño, basta que nuestra piel sea diferente, basta que tengamos menos dinero que el otro, basta que nuestro teléfono móvil sea de una gama humilde, basta que nuestro vehículo no sea del año, basta con ser más inteligente que el otro, basta con ser más lindo o linda que el otro o la otra, basta con ser más feo o más fea que el otro o la otra, y sigue la lista de ridículos ejemplos.

Este fenómeno social llamado bullying debe parar como sea. Mientras buscamos entre todos una solución, al menos como padres de familia demos el primer paso en nuestros hogares y hablemos de estos temas con nuestros hijos; no nos cansemos de pregonar la tolerancia y el respeto hacia el otro y la otra, sea cual fuere su condición social, económica y hasta política o religiosa de sus padres o tutores. No tratemos de cambiar el mundo con plagueos, llevemos a la práctica un diálogo diario con nuestros hijos para así cambiar y/o salvar nuestro propio entorno primero.

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