• POR ALEX NOGUERA
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En su obra El Capital, Karl Marx sentenciaba a finales del siglo XIX que la religión era el opio del pueblo. Pasaron los años, pasaron los siglos, y esa célebre frase evolucionó y la gente opina que hoy el fútbol es el opio del pueblo.

Tal vez tenga razón. Hoy en Paraguay todo se paraliza porque Olimpia quiere asegurarse de dar un paso para ser virtual campeón; por su parte, Cerro Porteño anhela quitarle el invicto como premio consuelo.

A mí -que poco entiendo de deportes- más me preocupa un monstruo que puede estar mimetizado entre ese público. Tal vez sea olimpista o cerrista o liberteño o de Guaraní. O tal vez ni le guste el fútbol, pero está ahí escondido entre la gente. No en el estadio, sino escondido de la atención que debía prestarle la sociedad y que hoy gracias a este opio quedó en el olvido.

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Me refiero a esa persona que torturó salvajemente a Kokito, que ató sus patitas para que no pudiera defenderse, que lo golpeó con tal saña y cobardía que perdió un ojo y quedó en coma envuelto en una bolsa negra.

Fue rescatado por los vecinos, que pidieron ayuda, y el destino les mostró el pulgar hacia arriba permitiendo que el milagro se materializara y la víctima continuara con vida. Con rastros imborrables, sin poder dejar de temblar a causa del miedo, Kokito ya no es el mismo.

"Es un animal nomás", opinaron algunos. Pero no es ese el punto, sino que el que realizó el atroz ataque puede repetirlo y no contra otra mascota. El autor de tamaña cobardía no buscó simplemente matar como una posible represalia por lo que le pudiera haber hecho Kokito, sino que su intención fue torturar, causar daño, muy posiblemente disfrutando del dolor que producía.

Según un psicólogo entrevistado, el monstruo puede volver a atacar, pero en la siguiente ocasión un niño podría ser la víctima de su enfermedad mental, porque eso explicaría su forma de proceder. Ese monstruo es la manzana podrida de la canasta que debe ser identificada. No puede mimetizarse con ningún opio. Su conducta es peligrosa. Su conducta no es normal.

Para reforzar esta premisa cito una publicación de hace apenas unos días, del 3 de mayo, en la que World Animal Protection presentaba un sondeo hecho a más de 10.000 dueños de perros. Según esta organización, la tendencia en Latinoamérica es que los perros son considerados más que mascotas, son como hijos "o, al menos, parte de la familia".

Las cifras estadísticas son contundentes, ya que "el 95% considera que sus perros son sus hijos o son parte de la familia, contra solo un 2,6% que los ve como mascotas; mientras que el 97% de los dueños aseguran que sus perros cumplen una función de compañía y 49% cuidan o protegen a sus familias".

Esa es la conducta normal, de la mayoría, no la del o la desquiciado/a que disfruta produciendo dolor a los pequeños indefensos. Y si hablamos de dolor, otra publicación, esta vez de vice.com, del 22 de abril, titula que "Perder a tu perro puede ser más doloroso que perder a una persona". A continuación explica que "Muchos estudios han revelado que la relación que tenemos con nuestros perros puede ser más gratificante que la que podemos tener con los humanos".

El autor del artículo, Frank T. McAndrew, se pregunta: ¿Qué tienen de especial los perros para que se generen unos lazos tan fuertes entre ellos y los humanos? Para empezar -responde- "el perro lleva 10.000 años adaptando su forma de vida a la nuestra, y lo ha hecho muy bien: es el único animal que ha evolucionado específicamente para ser nuestro amigo y compañero. El antropólogo Brian Hare ha desarrollado la "hipótesis de la domesticación" para explicar cómo el perro evolucionó desde su ancestro, el lobo gris, hasta convertirse en un animal con capacidades sociales con el que interactuamos casi del mismo modo que lo hacemos con otros humanos".

Y sigue "quizá una de las razones por las que las relaciones con los perros nos resultan incluso más satisfactorias que con humanos es que los perros nos ofrecen su afecto de forma incondicional, sin juzgarnos. Como dicen: "Ojalá me convirtiera en la persona que mi perro cree que soy".

En la prestigiosa publicación de muyinteresante.es la autora de otra nota incluso afirma que "El vínculo entre un perro y su dueño es similar al de una madre con su hijo" y respalda su afirmación con estudios de la Universidad Azabu, de Japón.

"Es un animal nomás", opinan unos a la ligera y sin embargo no es un animal nomás. El autor de este ataque es un monstruo. Los animales no se comportan de esa manera. En Paraguay existe una ley que pena con cárcel y severas multas a los peligrosos desquiciados como este que se mimetizan, entre nosotros. La Fiscalía debe investigar a conciencia porque la siguiente víctima puede ser un niño.

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