• Por Alex Noguera
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No me gustan las religiones alarmistas que pregonan el fin del mundo. A propósito de este tipo de culto, hace poco leía un chiste en WhatsApp, que ponía: "Este domingo trae las escrituras de tu casa. Tendremos un notario en la iglesia para realizar el traspaso de la propiedad a nombre del pastor. Este aniversario lo celebraremos a lo grande, como agrada al Señor".

Para los expertos de la Biblia "solo Dios sabe el día y la hora del fin", pero antes del cataclismo habrá muchas señales: terremotos, enfermedades, guerras, hambre, una gran tribulación… pero bueno, todos estos "síntomas" siempre han existido, así que como decía el Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol, por lo tanto no hay nada de qué preocuparse demasiado. ¿O sí?

Yo creo que sí. Y no es por el fin del mundo, sino por el comportamiento de las personas. "Están más locas que una cabra", sentenciaba entre tragos un irreverente compañero cuando hablábamos del tema en el Día de los Trabajadores. Tal vez fue el alcohol… o quién sabe qué; lo cierto es que por más que parezca un desliz de opinión, una ligereza de comentario o una burrada, en el fondo no estaba tan equivocado el apintonado aprendiz de sociólogo. Y no lo digo yo; menos habría que hacerle caso a él, pero algo raro está ocurriendo y cierta gente ya se está dando cuenta.

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Si no lo creen, entonces recurriremos no a un experto, sino a varios. Sí, porque hoy mismo continúa el III Encuentro Interregional de Psicoanálisis de Adultos "Clínica de los Desbordes", que comenzó ayer en el Gran Hotel del Paraguay con los más destacados profesionales de la región. Y ellos sí son palabra autorizada.

"Es notorio cómo se están atendiendo patologías graves. Ya no son las neurosis de décadas pasadas. Hay muchas adicciones, trastornos de la personalidad, hay patologías más graves en las consultas", explicó en una entrevista Marisol Bedoya, analista en formación de la Asociación Psicoanalítica de Asunción, quien a continuación aclaró que "esta situación se viene dando desde hace unos 15 años en coincidencia o asociada a lo tecnológico, a lo inmediato, que hace que surjan estas patologías a las que nos referimos".

Sin ánimo de salir a favor o en contra de nadie, hay que reconocer que, efectivamente, la conducta de la gente cambió bastante de unos años a esta parte. Y no solo en Paraguay, sino en todo el planeta, y mucho tiene que ver la tecnología.

Todo va demasiado rápido, apenas comienza ya ha terminado y la atención pasa a otra cosa. En las informaciones del día: los asaltos y accidentes no son noticia si no hay varios fallecidos. Y aunque hubiera varios, mañana los medios presentarán nuevos estrenos de escenas con nuevos protagonistas en la morgue.

Para vergüenza, en Paraguay las alarmantes estadísticas de feminicidios están pasando casi a segundo plano porque ahora están en boga las violaciones de menores. ¿Más locos que una cabra? Pienso que la pobre cabra no llega al nivel de estos personajes.

Pero el problema no es exclusivo de Paraguay, ya que hay países en Europa que denotan preocupación por la conducta de sus jóvenes, a tal punto que estudian cambios en su legislación debido a las repercusiones sociales que produce el uso indiscriminado de los aparatos tecnológicos. La mente humana no está preparada para tanta información y tanta rapidez.

Esta situación es parecida al argumento de una vieja película de los años 50 o 60 en la que unos humanos llegan a un planeta donde encuentran rastros de una gran civilización tecnológica, pero sin seres vivos. Investigando descubren que el avance científico fue tal que inventan un aparato con el que lograron convertir los pensamientos en realidad. ¡Podían materializar todos sus deseos!

Era una maravilla poder realizar sus sueños, pero inesperadamente esa gran civilización desapareció en una sola noche. Y es que no habían previsto que así como la conciencia puede forjar las más nobles emociones, el subconsciente y las pesadillas podían convertir en realidad las más infames vilezas. Y es lo que ocurrió: en una noche ese mundo fantástico fue destruido mientras dormía.

Bedoya expresó que "agradablemente" en este momento la gente consulta más con los psicoanalistas, busca un espacio para poder tomar un contacto un poco más profundo consigo misma.

Las nuevas generaciones crecen insensibilizadas, expuestas a imágenes de violencia –a las que se acostumbran–, mientras en décadas pasadas esas mismas causaban horror. Pienso que es necesario que la gente le dé un descanso a su mente y que reflexione –con o sin psicoanalistas– hasta qué punto permitió que la tecnología domine su vida.

Hoy día todos andan acelerados, con los dientes apretados, nerviosos. Paradójicamente, a nadie le queda tiempo (para vivir) y sin embargo no es el fin, la vida continúa. Eso sí, las neuronas precisan de un chequeo, ya que trabajan con sobrecarga constante.

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