Por Augusto Dos Santos, Analista

Hay solo dos posibilidades: que sean deshonestos o que sean ineficientes. Cualquiera de tales alternativas es impresentable. Lo cierto es que la inexactitud de las encuestas y las bocas de urna ya dejan de ser una anécdota para constituirse en un asunto irritante para lo cual se debe encontrar una salida.
Encuestas mentirosas que se montan sobre personajes que desfilan en los medios meses antes de las elecciones, con sus poses doctorales sobre números y perspectivas, con total impunidad pese a los errores cometidos en las últimas elecciones, y en las anteriores y aun en las anteriores a aquellas.
Su vigencia, pese a los lamentables antecedentes, depende de dos factores: la demanda de los partidos de tener encuestas “ a medida” y la demanda de los medios de armar un show previo a las elecciones cuya música suena con el pentagrama de estas encuestas.
Así nos tenemos a periodistas y medios entrevistándolos como expertos confiables, aun a sabiendas de sus reiteradas mentiras, encarnando aquella consagrada expresión: “Mentime que me gusta”.
Existen instituciones como las universidades que pueden generar estudios serios evitando que toda la ciudadanía deba estar pendiente, por más de un semestre previo a los comicios, de los enjuagues demoscópicos basados en intereses inciertos que juegan con la confianza de los ciudadanos y cuya legitimación la terminan usando como elemento de transacción.
Ha llegado la hora de cambiar esta generación de charlatanes tan confiables como aquellos antiguos vendedores de jarabes para detener la caída del pelo en el antiguo y salvaje oeste americano.

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