- Por Alex Noguera
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Las palabras son caprichosas como las aguas que bajan de las montañas. Serpentean por mil recovecos buscando su propio camino hacia su destino final. Son tan cambiantes que pueden llevarnos desde una oración hasta el mismo infierno. Y hacia allá vamos…
Una de las clásicas oraciones dice: "Yo, pecador, reconozco delante de Dios Todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión…". Sí, los malos pensamientos son pecado.
¿Pero cómo no tener malos pensamientos si cuando nos damos cuenta estos ya entraron y salieron de nuestra mente sin ningún permiso? Podemos estar todo el día repitiendo: "No debo tener malos pensamientos", pero cuando vemos un asadito en la casa del vecino ya queremos comerlo sin tener hambre (entiéndase que es una metáfora).
Es lo que me ocurrió cuando fui a ponerme al día con mi registro de conducir. Con paciencia esperé que pasara el tsunami de gente que fue a perforar su licencia y fui.
Yo, pecador, reconozco que mi primer mal pensamiento fue para el *%&@$# funcionario que me indicó que mi registro había caducado y que debía renovarlo. Le mostré que aún quedaba el número 18 dentro del recuadro y que solo debía perforarse. No hubo caso. Su teorema tuvo mayor peso y de mala gana seguí su indicación. Cuando llegué a "Tránsito" me dijeron que antes debía pasar el examen de vista y oído. Era la segunda violación que sufría mi billetera. La primera fue el sobrecosto de la renovación en vez de la perforación y la segunda los G. 30.000 que era el precio del *%&@$# examen.
Con la factura en la mano fui a formar fila. Conté y yo era el número 19. Menos mal que había 5 boxes; es decir, haciendo cálculos rápidos, si cada contribuyente tardaba 5 minutos en ser atendido (que era muy poco tiempo), insumirían 95 minutos, divididos en 5 boxes… daban 19 minutos. Bueno, no eran tantos tampoco, pensé. En esos santos pensamientos estaba cuando me fijé bien: había 5 boxes de atención, pero solo tres estaban habilitados.
Yo, pecador, reconozco que ese *%&@$# pensamiento dirigido a los dos haraganes funcionarios que no estaban en su sitio y que igual cobrarían a fin de mes fue sin querer. El tren de malos pensamientos salió de la estación. Seguro que anoche, viernes, le dieron duro al trago. Y como hoy es sábado, recién el lunes volverán a su puesto. Y como los señoritos no vienen, me hacen perder mi tiempo… en eso estaba cuando un hombrecito "me despertó" de mi viaje imaginario. No puedo decir que tropezamos porque yo estaba parado, así que la versión correcta es que me atropelló en la fila. Sin violencia, pero con la suficiente caradurez como para ponerse al lado de uno de los tres boxes habilitados. Tenía la mirada de esos cuervos que ya tienen fichada a su moribunda presa. Era evidente. Tras un breve intercambio de palabras se colocó detrás del que estaba de turno. El *%&@$# se puso delante de todos nosotros y, lo peor, el *%&@$# funcionario le daba su aprobación.
Mis cálculos estaban errados. Tardé casi una hora en sentarme frente a Perla, quien amablemente se dispuso a renovar mi carnet de conducir. Amablemente, también, me indicó que tenía que pagar mi habilitación y, una vez más, amablemente violaron mi maltrecha billetera.
Me pidió que pusiera cara de churro para la foto. No sé si fue una burla, pero hice el esfuerzo. Mi mejor falsa sonrisa y click. Ya está. Ahora la firma con el lápiz digital.
¿Firma para qué?, pregunté. "Para que esté en el registro, como si fuera una cédula", respondió siempre amablemente. Pero no es una cédula, sino una licencia de conducir, exclamé. Además, mi firma quedará en una base de datos en la municipalidad. ¿Con qué derecho? ¿Para qué quiere la municipalidad mi firma? ¿Y si algún empleado accede a esa base de datos?
Perla me miró con cara de asombro. ¿Cómo podría yo dudar de la rectitud y honorabilidad de la municipalidad?, me preguntó. Con una amarga sonrisa le dije que mirara a ese compañero suyo que estaba en el box 2, ya que ese recién había permitido que una persona que no estaba en la fila obtuviera ventaja y lo atendió sin siquiera ruborizarse.
Perla no entendió. Creo que me dijo que el muchacho en cuestión se llamada Édgar. No recuerdo bien. Pero el infierno estaba allí y los vientos de malos pensamientos se volvieron incontrolables.
¿Cuántos Édgar tienen acceso a nuestras firmas en las municipalidades? ¿A cuál Édgar culparemos cuando llegue una demanda por una deuda que lleva nuestra firma y no entendemos de dónde salió?
¿A quién se le ocurrió que el registro es una cédula? La cédula es expedida por la Policía, no por funcionarios de partidos a sueldo, como Édgar, que duran 5 años en su puesto y que luego son cambiados sin rendir cuentas de nada.
Fíjate en tu nuevo registro. ¿Lleva tu firma? Te desafío a que no peques con un mal pensamiento.