• Por Antonio Carmona
  • Periodista

La historia empezó… o mejor sería decir, este capítulo de la historia comenzó como suelen empezar todas estas historias de secretos que se hacen públicos, por muy "top secret" que sean declarados, ocultados, protegidos o enterrados, confirmando aquello de que el único secreto que existe es el que no existe o, cuanto menos, el que no existe materialmente, el que no deja rastros, el que no deja huellas.

Fue un encumbrado funcionario del gobierno de los EEUU el que decidió hacer el balance estricto de la interminable guerra de Vietnam, ese caballo de Troya que los franceses regalaron a los norteamericanos.

El registro del balance de años de guerra y de sucesivos presidentes que dejaron pasar el categórico informe que registraba la contundente realidad: que, a esas alturas, la guerra representaba para EEUU un desprestigio, un alto costo, en inversión y sobre todo, en vidas …y, que para colmo, no tenía posibilidades de ganarla.

De ahí a que el voluminoso y minucioso informe de miles de páginas y cientos de miles de datos, dejara de ser secret y, por lo tanto top, y de ahí a que llegara a la prensa, al más famoso y crítico diario de los EEUU en aquel entonces, El Times, no faltaba nada. Y así fue como el presidente Nixon se encontró de sopetón con que todas las bombas lanzadas sobre Vietnam explotaban en la Casa Blanca. Y, dadas sus ínfulas de mandamás omnipotente, recurrió a las amenazas y a la acción judicial para paralizar la publicación por orden de un juez. Otro error, se había olvidado de la Constitución y, sobre todo, de la Primera Enmienda, que "prohíbe toda ley que reduzca la libertad de expresión, o que vulnere la libertad de prensa", entre otras garantías.

Nixon continuó con la guerra, ya entonces de entre casa. Medida judicial mediante prohibió al Times seguir publicando los ya entonces famosos y escandalosos papeles del Pentágono. La censura fue peor que la difusión. El Post, un diario entonces "aldeano", con una circulación limitada, y con dos cerebros, dos corazones y una profesionalidad a fuerza de amenazas de gobiernos y de leguleyos, con la ambición de convertirse en diario nacional, estaba acechante y tomó la posta: de la primera plana del Times, a la del Post y, de ahí, a todas las primeras planas de todos los diarios del país.

La primera conclusión tras vibrar con los intríngulis de esta otra guerra por la libertad, tal vez un poco apurada es que hay una cierta exaltación de los periodistas, que se ha reflejado en algunos medios como crítica al filme. Es una visión parcial, aunque tiene cierta apariencia de realidad. No faltaron méritos ni, mucho menos, coraje. Hay más realidad que exaltación en el filme.

Pero es una visión sectaria; no falta la otra exaltación necesaria; a los jueces que también desafiaron las iras totalitarias y marrulleras del presidente.

Y el homenaje final que se rinde a los padres fundadores de la Constitución y a los que plasmaron esa Primera Enmienda, los principios y bases firmes para defender a los ciudadanos, no a los gobernantes. Un ejemplo a seguir.

El triunfo es de la ciudadanía y, desde luego, de la prensa que jugó su rol, que también debe ser el de defender a los ciudadanos comunes, no a los gobernantes ni a los poderosos. Una juventud protestaría y triunfal saludó el fin de la guerra de la que había sido víctima, y contra la que había enarbolado en todo el mundo su protesta.

La película no termina ahí, en ésta, que parece la primera parte de la saga de los escándalos que terminaron con la renuncia de Nixon ante la inminencia de que iba a ser destituido, Water Gate de por medio. Mientras los espectadores se van levantando de las butacas, una última imagen ocupa la pantalla; la de un guardia que entra en una habitación iluminado por una linterna y llama a denunciar que hay ruidos y gente en el edificio que se hará después uno de los más famosos del mundo, hasta nombrar a los fatos y casos de mafias políticas y aledañas con el sufijo "Gate". La imagen responde al hecho de que Nixon había hecho espiar a sus contrincantes demócratas que tenían su sede en el Water Gate, con la precaria, comparada con hoy, tecnología comunicacional de aquel entonces.

No es casual, sino muy oportuno que en estos tiempos en que las fake News han sido y siguen siendo, lamentablemente, protagonistas principalísimas de la política, que se relate la historia en términos del siglo XXI. Vale el ejemplo.

Valga el merecido ramo de flores que Spielberg dedicó a los periodistas; valga también el ramo de flores para los jueces y para quienes redactaron y signaron esa Primera Enmienda, que es hoy una columna fundamental de la libertad de expresión, y valga para los jueces que la hacen cumplir y nos recuerdan a los unos y a los otros nuestros deberes.

Valga el ramo de flores para Steven Spielberg.

Valga el ramo de flores para la libertad.

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