Por Augusto dos Santos, analista
El sonido de la semana que pasó no fue el tradicional "ding, ding, dong", sino el simple impulso electrónico de un celular sonando y la consiguiente aparición en escena de la voz burócrata-cheta del secretario de González Daher con su ya clásico: "que tal partner, como te va bro". El otro sonido es el que estuvo ausente, el palmoteo de espaldas, el abrazo republicano.
No hay dudas que la destitución de Óscar González Daher fue la agenda que marcó la semana. Su impacto ha sido fulminante y pese a que en el interior, horas antes de los comicios nadie hablaba del tema, no hay dudas que tuvo su incidencia sobre los votos de capital, donde se concentra la expresión más dependiente de las redes sociales, al mismo tiempo habitualmente críticas al oficialismo.
A partir de este hecho se abrieron dos opiniones distintas, pero no tanto: la de la oposición que celebró –muy razonablemente– la tumbada de González Daher como un golpe a la mala justicia, y el oficialismo que salió a recordar que pensar en González Daher como el único arquitecto de la maltrecha justicia en Paraguay es casi como creer en la defecación de los camellos alrededor del pesebre tras su visita en Reyes.
Y es cierto. El hecho que una persona cuestionada por sus manejos de la justicia sea apartada es un gran paso. Es una buena noticia. El desafío es animarse a desmontar un sistema y tumbar a por lo menos dos decenas de personas más que conforman este círculo privilegiado e intocable. Queda preguntarse si nos animaremos a más. O solo será un “disparen al oficialismo”, pero no nos toquen nuestros corruptos, por parte de los que escriben la historia después de las elecciones: los que ganan. Este es un desafío muy interesante.
Lo novedoso del derrumbe de González Daher es la fórmula instrumental que lo evidencia, que no es nueva en el mundo ni en Paraguay, pero que desde el nuevo milenio adquiere una relevancia substancial.
En el mundo de la comunicación política, hasta fines de los 90, se establecía con cierta certeza el riesgo de tres tipos de escándalo: el escándalo financiero (cuando alguien se quedó con la plata), el escándalo político (cuando alguien cometió una barrabasada en este campo y lo descubren) y el escándalo sentimental (videos íntimos, hijos no reconocidos, relaciones no oficiales, etc).
Con la irrupción de las Ntics, la electrónica, la aparición del internet y más aún con las redes sociales, se consolida un nuevo tipo de escándalo: el escándalo de las filtraciones. Su representación más soberbia fue hasta hoy el escándalo de WikiLeaks –fundada por el activista y hacker Julian Assange– hace 11 años, un 4 de octubre.
El primer impulso en cualquier análisis jurídico del tema filtraciones tiende a colocar en primer lugar su debilidad por su forma de obtención, pasó en los Estados Unidos, en Australia y en Paraguay. Pero, verdaderamente, el foco de las filtraciones no son esencialmente su validez jurídica, sino el enorme impacto que ocasiona en la opinión pública, la presión que genera en los decisores políticos y los hechos que desencadenan como se ha visto en el caso González Daher.
Las filtraciones, como se viene viendo, tienen la posibilidad de generar una reacción muy contundente e inmediata, por sobre todo, en aquellos estamentos cuyo motor de decisión se basa en el juzgamiento político. (Pérdida de investidura, último ejemplo).
Mientras esto acontece, el escenario político está cargado de nubarrones en la ANR y es de mediodía en la oposición.
Los opositores llegaron al resultado lógico: ganó Alegre, pero sumaron a tal resultado un par de elementos potenciadores solamente en el curso de la semana:
1) El caso González Daher, que –cuando pasen unos días– ya no será por efectos de la campaña “un corrupto oficialista”, sino terminará siendo “un corrupto colorado”; lo cual le da muy buen arranque a cualquier discurso de oposición en la etapa final de la campaña.
2) La ausencia de definiciones al respecto del “Abrazo Republicano” es una enorme ventaja para el frente opositor porque ya estamos hablando de la fase más corta de la campaña, apenas tres meses y tres semanas más.
El mejor negocio para la oposición es que se ahonden los nervios en la relación oficialismo –disidencia. Cualquier cálculo de la disidencia al respecto que “finalmente todos los colorados van a votar a la Lista 1” no hará sino repetir el error de Argaña (hijo) por la Vicepresidencia, el 13 de agosto del 2000 y el error de la campaña de Blanca Ovelar (21 de abril del 2008). No hay una sola teoría matemática que logre hoy dar seguridades sobre que la ANR sin unidad pueda ganar una elección nacional.
¿Qué está pasando? Ambos sectores se manifestaron durante la campaña con bastante dureza al respecto de rechazar un matrimonio con las cúpulas oponentes (lo cual por cierto es un error estratégico siempre). Sucede que cuando terminan las elecciones de un partido no es “el pueblo…” el que negocia un proceso de unidad (aunque sea políticamente incorrecto manifestarlo así) sino son sus cúpulas. Probablemente, el oficialismo si ganaba las elecciones iba a encontrarse con un problema parecido.
Lo cierto es que cada día que pasa sin acuerdo colorado, en este trecho corto, es un empujón para la oposición en el tablero del ludo electoral. No sería la primera vez que la dirigencia colorada no lea riesgos. Y no será la primera vez que la dirigencia opositora tenga la calidad de aprovecharlo.
Marito Abdo Benítez es el candidato colorado a las elecciones porque su campaña estuvo mejor adaptada al pensamiento de la mayoría de los colorados. Es un asunto de definición estratégica. El oficialismo, con absoluta franqueza (pero con error en reconocer el escenario), apostó a que los ciudadanos colorados comprendan los avances en diversos órdenes, basado en gran medida en un discurso electoral que no fue fácil de adaptar a la aspiración de los colorados, porque el pueblo colorado vota al poder esencialmente, no a los procesos económicos. En el 2013 votó a Horacio Cartes, porque era el hombre que le sacaba de la llanura y lo devolvía al poder.
Los “viejos zorros” de la política afincados en Añetete optaron por un discurso gigantescamente costumbrista que sonaba como música al oído de los electores colorados; decían “vamos a coloradizar el Estado” y ya no era necesario agregar nada más. No hay dudas que la victoria del Sr. Abdo Benítez tiene relación con la calidad de su campaña para instalar el concepto: el Estado para los colorados.
Por ello, ya más lejos de los acontecimientos y con posibilidades de analizar escenarios con la mente fría, termina siendo comprensible la elusión del candidato ganador de los debates. Su principal discurso electoral no funcionaba tan bien en la tele como en el campo, ese lugar de la realidad.
El colega Clari Arias acuñó un término: “bolas de urna” para definir ese sistema que permite el conteo en tiempo real de los comicios mediante el sondeo con los votantes. Más que nunca esta expresión peyorativa de Arias dio en la tecla.
En este grupo periodístico fuimos muy críticos y con mucha justicia contra los sondeos y las bocas de urnas “fayutas”, cuestionamos la exageración de resultados para favorecer a un candidato durante todo el proceso; pero en el día de las elecciones no fallaron las otras precisamente, razón por la cual es dable testimoniar tangiblemente y dejar por escrito el error fue de la empresa que hemos contratado para el grupo.
Jamás ningún diario reconoció un error de la empresa encuestadora contratada tras conocerse el resultado final de las elecciones. Y siempre fallaron. Y nadie más habló del tema. Creemos que es importante inaugurar un momento en la que las encuestas dejen de ser impunes. Lo dijimos durante la campaña, lo sostenemos ahora.