• Por Antonio Carmona
  • Periodista

Con un diagnóstico tan desconcertante como iluminador, siguiendo la lectura, el periodista argentino Jorge Lanata tituló ayer su comentario dominical: "El Ara San Juan comenzó a hundirse en 1983", haciendo referencia al submarino argentino cuya desaparición ha mantenido y mantiene en vilo a la Argentina, y, en gran medida, al mundo. Basado, como es su sello, en profundas y detalladas investigaciones, hace un balance de desidias y desastres de sucesivos gobiernos, que se han conjuntado para que se armara esta tragedia, desde la precariedad del submarino en sí, a las condiciones de funcionamiento de la intrincada relación histórica, que no es solo argentina, sino regional, entre los gobiernos y las fuerzas armadas, en procesos políticos confusos que han pasado y pasan por una transición interminable durante la cual no ha logrado restablecerse o, quizás sería mejor, establecerse, un sistema de funcionamiento del Estado en forma orgánica y eficiente.

Si repasamos el historial vamos a encontrarnos con muchas de las deficiencias que arrastramos aquí y, si las llevamos al plano regional, nos vamos a encontrar que son deficiencias de todos los países vecinos. No es casual que se llegara a una alianza de las dictaduras que dominaron la región impune y casi eternamente, ni que los cuadros civiles formados llegaran a integrarse a las "democracias" "basadas en la paz y el progreso" y a sus sucesores. No es extraño que aún sigamos discutiendo y tratando de dar reparación a los "monumentos a la corrupción" que se edificaron y que los mismos administradores temporarios tuvieron el atrevimiento de denunciar cuando ellos mismos estaban administrando la corrupción heredada.

¿No es acaso insólito que el multiprocesado por actos de corrupción Menem haya sido el que bautizara a Yacyretá como monumento a la corrupción? Tal vez su monumento favorito y emblemático. Tal vez nos equivocamos los periodistas que festejamos la crítica, en vez de habernos puesto a llorar.

No es solo ya, a estas alturas de la historia, un problema de los gobiernos y los gobernantes, de los políticos y los partidos políticos. En esta carrera cabe la participación de todas las fuerzas de poder, los poderes fácticos, nunca mejor dicho, ya que contribuyeron a la construcción, en base a poder político o económico, a establecer sociedades en las que en gran medida se mantenía la estructura de poder y del abuso del poder.

Tal vez el caso más ilustrativo sea el de Brasil, en el que la justicia, en un insólito acto de coraje, tal vez un milagro, viendo el funcionamiento calamitoso del país rumbo a la quiebra, tuvo una reacción positiva. Ilustrativo porque ahí teníamos la herencia de las "democracias" que nacieron bajo las botas de los militares, que bregaron hasta una apertura política que permitió llegar al poder a los principales enemigos de las dictaduras, las izquierdas. Pues bien, ahí tenemos a presidentes de la más perseguida izquierda de aquellos tiempos lejanos, procesados hoy, tras haber llegado al poder, por los mismos vicios de estructuras administrativas corruptas y al servicio del poder de turno, sin mirar a quién, sino a cuánto.

No es extraño si repasamos el funcionamiento de las estructuras de estas democracias herederas de dictaduras, crímenes y saqueos, pues no era solo una cuestión de militares, sino de estructuras sociales; hubo y hay un empresariado que se enriqueció en esos tiempos, una élite intelectual y política que participó más o menos activamente, en fin, una sociedad que se comprometió o fue comprometida y que participó activamente en los procesos, detrás de los cuales, de sus estructuras militares dictatoriales, había toda una estructura económica, de monumentos a la corrupción que llegaban a una buena parte de la sociedad, a los que vivían mejor y siguieron viviendo mejor y siguen viviendo mejor.

La metáfora, así la leo yo, de Lanata, es feroz; no es solo el submarino, que es una pieza más del hundimiento, es necesario una toma de conciencia y dejar el engaño: hemos recibido sociedades corruptas y destartaladas. Hay unas sociedades precarias que requieren urgente y profunda reparación.

Parece que la última herencia que nos dejaron los dictadores fue la que resumió Stroessner, cuando le advertían internacionalmente que el país se estaba hundiendo. Fue lacónico y precario… no le daba para más… "Hay que calafatear el barco". Fue indulgente y generoso consigo mismo. Lo dejó, como las dictaduras y los aprendices de brujos que los heredaron, al borde del hundimiento. No bastaba ni basta con calafatear el barco. Hay que cambiarlo, a fondo. Si no, lamentablemente el naufragio es inevitable.

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