- Por Alex Noguera
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Juro que no tuve la culpa. El domingo desperté con ganas de ir a misa y como mi abuela siempre decía que para comulgar había que esperar al menos una hora después de la ingesta, desayuné temprano. Después visité el confesionario, lo que me llevó más tiempo del esperado no por mi rosario de pecados –como los malpensados pudieran imaginar–, sino porque había mucha gente formando fila con la misma buena intención.
Al finalizar el culto salí afuera y, como es costumbre en mi parroquia, todas las chismosas del barrio se reunieron para "actualizar" e intercambiar "logística" informativa.
No sé si irritó al diablo el hecho de que yo estuviera como recién duchado, limpio de pecados, confesado y comulgado, sin tiempo siquiera para generar un mal pensamiento… porque de pronto como una nube negra se acercó un muy alegre grupo de señoras que, de puro contentas, conversaban y reían a todo volumen.
Fue el diablo, digo yo, no sé, el que hizo que prestara atención a esa conversa. Juro que no fue mi intención. Hasta ese momento era santo, certificado por el pa'i, que hasta se animó a depositar la sagrada hostia sobre mi lengua.
Una mujer regordeta le decía a la amiga, aproximadamente del mismo talle, que se sentía dichosa porque por fin había encontrado el paraíso. Fue el diablo el que hizo que mi mente pensara como un flechazo en unas blancas alas gigantes –y reforzadas– para poder elevar semejante monumento hasta el cielo. Tampoco fue mi culpa la mueca de sonrisa que no pude disimular mientras se me escapaba la poco duradera santidad que acababa de lograr.
La mujer contaba que en las Bahamas habían inaugurado un resort exclusivo para gordos, donde no se permitía la entrada de flacuchentos que les pudieran hacer sentir mal ni juzgados a causa de su sobrepeso. Decía que un tal James King fue quien tuvo la maravillosa idea cuando en la ciudad de Granada vio cómo se burlaban de un joven obeso que había roto una silla al sentarse.
Estaba a punto de reír imaginando esa situación cuando la mujer exclamó: "Hay tanta gente estúpida que se ríe como idiota cuando ve un gordito. No sé cuál es la gracia. Es un bullying social inconsciente que usan los "normales" para no ser ellos mismos blanco de críticas. Sí, solo los imbéciles se ríen de balde". Mi risa murió en mis labios. Yo no era un imbécil.
Otra apoyó a la amiga y reforzó el sentido de la charla diciendo que todos eran unos doble caras porque a pesar de estar excedidos de peso, ninguno quería reconocer que estaba con más kilos de los que dictaban las normas sociales. "Pensar que a principios del siglo pasado las mujeres delgadas eran mal vistas. Las gorditas eran muy solicitadas", expuso con melancolía.
Nadie quiere reconocer que está gordo. Como si fuera pecado. Y, sin embargo, actualmente el sobrepeso es la segunda causa de muerte en el planeta. Cada año se lleva a la tumba a 2,8 millones de personas, informó otra. Y agregó: "En Paraguay, según estadísticas, el 60% de la población ya tiene sobrepeso, está gorda, pero esas personas no se ven a sí mismas como gordas, pero sí a las demás".
Es una tendencia irrefutable, es el castigo divino, opinó una cuarta "chica". Toda mi vida me la pasé haciendo dieta, sufriendo y siempre perdiendo en esa lucha. Que la dieta de la luna, que del apio, de la manzana y de la lechuga. Todas me dejaron peor que antes. Y cuando me invitan a la pileta siempre doy excusas porque se ríen de mí cuando me pongo la malla. Los rollos, las estrías, la celulitis. ¿Vos creés que da gusto?, preguntó casi llorando. Pero ahora todos se están volviendo gordos y van a saber lo que se siente, aseguró enojada.
En ese momento chupé la panza, saqué pecho y el diablo sensibilizó mi corazón. Tenía razón esa "señorita" de edad indescifrable. A mi alrededor la mayoría no podía ocultar la realidad. Los únicos flacos parecían enfermos y los musculosos exudaban vanidad. Estaba seguro de que si les preguntaba, todos dirían que estaban en forma. En forma redonda, más bien.
La primera mujer que había hablado contó que el resort en cuestión tenía muebles reforzados y personal entrenado para tratar bien a los visitantes. Y agregó que desde que abrió sus puertas fue todo un éxito, sobre todo porque ahí no había ojos que mirasen con burla y los huéspedes hacían nuevos amigos.
Según estudios, el sobrepeso y la obesidad causan entre el 7% y 41% de algunos cánceres, el 44% de diabetes y el 23% de cardiopatías isquémicas.
Juro que no tuve la culpa. Fue el diablo. Pero en ese momento imaginé el tremendo suceso económico que podría tener uno de esos "resortes" en Paraguay, donde todo está hecho para gente "normal" que no se percata de que no lo es tanto como cree. Si la tendencia sigue, este negocio puede resultar muy gordo. ¿Cómo decirles no a los malos pensamientos si cuando nos damos cuenta ya han llegado? Esa es una pregunta que tengo pendiente con el pa'i. Será mañana, domingo.