• Por Alex Noguera
  • alexfnoguera@hotmail.es

Para hacer ciertos trámites en la embajada, por circunstancias de la vida hace muchos años tuve que acompañar a un profesor alemán durante más de 6 meses, lapso en que descubrí su gran vocación educativa, sobre todo cuando él perdía la paciencia y se descargaba en el fuerte idioma del Kaiser.

Como era un sujeto muy correcto, le molestaba el modo de conducir de los paraguayos. Cuando notaba que alguien cometía una infracción, se le escapaba un característico murmullo entre dientes: "A la kran flauta, cómo quierro un maus (ratón en alemán)". Si veía a alguien cruzar el semáforo en rojo, clamaba por el dichoso ratón, o si pescaba un adelantamiento indebido, nuevamente el roedor era invocado.

En cierta ocasión me llevó a almorzar a un shopping, pero el estacionamiento estaba completamente lleno. Dio varias vueltas esperando que saliera algún automóvil y cuando pensábamos que todo estaba perdido, en un extremo de la playa se prendieron las luces de retroceso de uno que comenzaba a maniobrar. Sin pérdida de tiempo enfiló hacia allá y apenas quedó libre el lugar, con gran destreza ocupó el sitio.

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Al bajar notó que a su lado una motocicleta copaba el lugar destinado a un vehículo de cuatro ruedas y como ya era habitual cerró los puños en señal de ira contenida. Pero las cosas no acabaron allí. El guardia, que nos había estado observando, consideró sospechosos nuestros reiterados giros por el lugar y se acercó para corroborar nuestras intenciones. Herr Otto entendió la situación y en vez de bajar la cabeza increpó al uniformado. Le reclamó que en una ocasión él le había obligado a abandonar el estacionamiento porque no había más lugares disponibles y le mostró la moto que estaba en un sitio indebido, gracias a su ineptitud. El guardia comprendió con quién se las veía y esquivó el bulto explicando que no había sido él, sino que tal vez su compañero.

El alemán subió el tono para reforzar su queja acerca de esa moto con tanta mala suerte que en ese instante se acercaba el dueño. Un hombre gigantesco. Y claro, al escuchar las pocas felices expresiones del europeo, se envalentonó para defender su orgullo y le lanzó un "parece que a alguien le molesta que se estacione aquí".

A pesar de la diferencia de tamaño entre uno y otro, Herr Otto se acercó al motoqueiro y sin el menor miedo le espetó: "¿Y a usted quién le preguntar?". Y siguió camino dejando al hombretón y al guardia con la boca abierta. Al alejarse se le escapó de nuevo el clásico: "¡Cómo quierro un maus!".

¿Maus? ¿Será un fusil Mauser? Durante la comida, con cierto temor le indiqué mi duda. Él estalló en carcajadas y me respondió que esa era una tontería, lo que me alivió sobremanera. Fue cuando dio rienda suelta a su consabida vocación de enseñar y me explicó:

"Hay veces que yo quiere un Panzerkampfwagen VIII Maus: Panzer significa armadura; Kamp, lucha y Wagen, coche. Era el nombre del tanque de guerra más grande y pesado jamás construido. Medía 10 metros de largo por 3,7 de ancho. Cuando en 1945 los aliados invadieron Alemania, los rusos le dispararon con todas las armas que tenían, desde bazucas hasta vehículos artillados con sus más potentes cañones sin lograr dañar al Maus. Incluso funcionaba a 13 metros bajo el agua, cosa muy necesaria, ya que ningún puente soportaba su peso de… ¡188 toneladas!", explicó. Y preguntó risueño: "¿Entiende por qué yo ríe del pequeño Mauser?, oj oj oj".

Bastante sorprendido por la lección de historia, le pregunté para qué quería un "Maus" de esa clase un hombre tan dado a las artes de la educación, a lo que me respondió: "¡Parra que aprendan!".

Este sensible hombre, en su intención de enseñar las reglas viales, quería el Panzer de casi 200 toneladas para aplastar a sus ignorantes alumnos.

Recuerdo que en ese instante pensé que este hombre estaba absolutamente loco y hasta sentí pavor al pensar en todos los momentos en que murmuró su invocación y yo en mi inocencia creía que se refería al roedor.

Sin embargo, el tiempo a veces es cómplice de prodigios indescifrables al punto de que puede hacer olvidar grandes amores o penas profundas. Si, el tiempo es el culpable de haber incubado los huevos de la duda en esa celosa línea que separa, como agua y aceite, la razón de la fantasía.

Hay momentos en que me pregunto si resultaría aplicar esta exclusiva metodología de enseñanza teutona en sicarios que asesinan a un niño en las calles, como ocurrió en Asunción hace tres días. O en pederastas que marcan para siempre a pequeños inocentes. O a los secuestradores que no solo roban la vida de su víctima, sino que de toda su familia.

Indigna imaginar la risa de esos criminales cuando cobran satisfechos el dinero por el trabajo realizado o las lágrimas silenciosas que acompañarán de por vida a una persona violada.

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