- Por Antonio Carmona
- Periodista
Voy a recordar una vez más la frustración de Augusto Roa Bastos cuando, tras décadas de exilio y condenada itinerancia, retornó al Paraguay con varios planes de educación y de lectura, que fueron rechazados estrepitosamente antes de comenzar; el más frustrante para él, aunque todos pensaban que era Fundalibros, de apoyo a la lectura, fue el de educación política que presentó a sus amigos "contreras" del estronismo, quienes lo rechazaron porque "Había tareas más urgentes", el plan de Roa era de formación política para los jóvenes dentro de los partidos, calculando que era necesaria una nueva generación no formada bajo la égida de la dictadura.
Recuerdo que dijo y le dijo a muchos dirigentes que era el más grave error que estábamos cometiendo de cara a la transición y, en fin, a la democratización del país, para superar décadas de analfabetismo político.
Hacía énfasis en que había que formar nuevos cuadros políticos dentro de los partidos y renovar las estructuras.
Pocas décadas después, esos partidos tradicionales que supieron resistir a la dictadura y sobrevivirla, no fueron capaces de renovarse y tuvieron que recurrir a los outsiders. En principio fue coyuntural; el primer presidente de la transición, tras la pasantía de Rodríguez, fue un outsider, un empresario, Wasmosy.
Desde entonces para acá la cosa ha venido agravándose, partidariamente hablando, y los políticos han tenido que dar paso a los "arribeños", que cada día se expanden más desde la farándula y otros territorios menos formales que el de los empresarios, o los periodistas o los intelectuales. Es decir, que la política, vista desde esta perspectiva, se está farandulizando. Como en cierta medida pertenezco al gremio de la farándula, orgullosamente, no hago la crítica desde la descalificación, sino desde la preocupación de que la farándula que está ocupando el lugar, mayoritariamente, es la de la ligereza, la del alocado y descarado destape de la televisión, la de los escandaletes en las redes y en las pantallas, y las groseras búsquedas de las palestras públicas a cualquier costo.
Es decir, que estamos incorporando una caterva de outsideres que quieren ser insiders de la política, es decir, que no van en busca de la renovación sino que van por los beneficios, desde la fama y, sobre todo, desde la plata fácil y la repartija de cargos, de la politiquería. Es decir, que gente que no viene para refrescar la política sino para integrarse a la comilona del Pantagruel politiquero.
La política es una tarea colectiva, es difícil ejercer influencia sobre un colectivo, ya sea parlamentario, partidario, social o popular con una opción individual… es decir, que las candidaturas personalistas, que no estén integradas dentro de un esquema político, son oportunistas. No son outsideres renovadores, sino nuevos conmilitones, que vienen a plegarse al banquete, con el agravante de que no tienen compromiso partidario, porque no tienen que confrontar en las internas, sino que caen en paracaídas.
Tenemos que empezar a diferenciar aquí entre los arribeños, que caen de arriba, y los arribistas, que vienen preparados para la mesa puesta.
No hay que olvidar que el arribeño, a más del que viene de arriba, significa en nuestra región, “Forastero, persona que no inspira mucha confianza y de quien se puede esperar engaños, las falsas lágrimas del arribeño, como las del cocodrilo, es decir, del que viene, come y se va”. Entre arribeños y arribistas, outsiders hambrientos de ser insiders, el arribismo político está más hambriento y candente que nunca. Y los dirigentes partidarios acunados en sus bancas y bancos, tratando de mantener el cargo, en vez de buscar la renovación política. Parece que la única política es eternizar el esquema a cualquier costo.
Y la "única educación para la formación de cuadros partidarios es armar bochinches, tomas y fabricación de bombas molotov", el viejazo de los viejazos.
Y eso, les guste o no a ellos, y a nosotros, lamentablemente no tiene futuro.