• Por Guillermo Caballero Vargas
  • Empresario del sector textil

El estado actual de nuestro desempeño industrial registra una notable diversificación de nuestra producción, que va desde la industria de alimentos para consumo humano y animal a la novedosa actividad autopartista y pasando por innúmeros productos que abastecen el mercado nacional y algunos abriéndose paso en el híper competitivo mercado mundial.

No estamos pasando por el mejor de los momentos, es cierto, dado el freno obligado por la desaceleración económica de nuestros dos grandes vecinos.

Aun así podemos afirmar que 20 años atrás no conocíamos de esta diversificación productiva e impedidos entonces de aprovechar una retoma del crecimiento del mercado regional y con ello la plena actividad de nuestras industrias, que ahora, estamos convencidos, si es posible y absorbiendo la mano de obra disponible y ociosa.

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Hablar sobre la industria de manera genérica sería un error a menos que nos limitemos a los condicionamientos macroeconómicos, trasversal a todas ellas y que pasarían por el buen manejo de la política fiscal, monetaria, cambiaria y financiera que desde luego definen nuestra competitividad, sin que olvidemos la excelencia en la educación y una infraestructura de comunicaciones que integre el territorio de una manera eficiente.

No vamos a insistir sobre lo que estamos haciendo bien o sobre lo que no se está haciendo o lo hacemos de modo ineficiente. Estamos convencidos que nuestros colegas industriales identifican a la perfección cómo estamos en cada una de estas macro variables.

Donde si, nos queremos detener es en un ensayo de individualización de las diversas actividades que definimos como industria. Aquí nos encontramos con dos grupos de industrias que producen bienes transables o productos no transables. Para entendernos mejor, las primeras, las transables, se enfrentan dentro y fuera del territorio con la competencia internacional y peor aún con el contrabando. Las segundas, las no transables, como la industria de servicios o típicamente la industria de la construcción, dependen en mucho mayor grado de las condiciones económicas locales que de su competitividad internacional; lo cual constituye una ventaja porque son industrias naturalmente protegidas; las desventajas están, en que están limitadas al mercado local y su tamaño reducido.

Si queremos hacer de la industria un factor de fuerte expansión de la economía, tenemos que desbordar la dimensión de nuestro mercado interno, potenciando nuestras actividades con vocación internacional y todas aquellas que puedan sustituir importaciones. Generaremos crecimiento y sobre todo ingresaremos a un mundo de creación de empleo de grandes proporciones y de trabajo bien remunerado.

Cada una de estas cadenas de producción deberá conocer de un paquete de medidas diferenciadas en una suerte de Asociación Público Privada que nos permita la mayor competitividad internacional posible y con ello una formidable expansión de nuestra economía, privilegiando aquellas que mayor empleo generen.

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