- Por Gabriela Teasdale
- @GabyTeasdale
¿Qué es la felicidad y cómo podemos alcanzarla para vivir una vida más plena? Es una pregunta que los seres humanos nos hemos hecho casi desde siempre. Obviamente no hay una fórmula mágica para alcanzarla, ni es algo que signifique lo mismo para todos.
Una nota publicada recientemente en Business Insider describía la conceptualización de algunos de los principales filósofos de la historia acerca de la felicidad. Su lectura me animó a buscar definiciones semejantes de otros pensadores y, por qué no, ensayar a partir de esas definiciones una propia.
Sócrates, uno de los más grandes pensadores de la antigüedad, creía que la felicidad no proviene de recompensas y elogios externos, sino del éxito privado, del éxito interno que las personas se conceden a sí mismos. Cuando reducimos nuestras necesidades podemos aprender a apreciar los placeres más simples de la vida. Confucio defendía el poder del pensamiento positivo, a través del cual la felicidad se reproduce a medida que encontramos más razones para su existencia. El filósofo danés Soren Kierkegaard pensaba que la felicidad viene de disfrutar el momento. Cuando dejamos de convertir nuestras circunstancias en problemas y empezamos a pensar en ellos como experiencias, podemos obtener satisfacción. Bertrand Russell, un fanático de las matemáticas, la ciencia y la lógica, decía que podemos encontrar la felicidad cuando nos rendimos a los sentimientos viscerales del amor.
Más contemporáneo, pero no menos interesante (y bastante más polémico), el escritor hindú Deepak Chopra dice que la primera clave para acceder a la felicidad es cuando llegamos a conocernos desde dentro. Siendo testigos silenciosos de nuestra propia conducta, sin convertirnos en jueces de la misma. Siendo conscientes de nuestras relaciones con los demás, con la naturaleza y con el universo.
Uno de mis mentores, Marshall Goldsmith, lo expresa de manera simple: “sé feliz ahora”. Muchas veces creemos que la felicidad es una meta estática y finita: “voy a ser feliz cuando me compre una casa o cuando me asciendan en el trabajo o cuando forme una familia”. Nos fijamos una meta y creemos erróneamente que al lograr ese objetivo cambiaremos para siempre, seremos felices al fin. Y eso no es así.
En este punto quiero compartir algo de mi historia. Cuando era pequeña, mi padre se enteró que tenía un problema neurológico. Los médicos le dieron 10 años de vida pero él me dijo: “Gaby, yo no voy a morir en 10 años. Yo te prometo que voy a ver como terminas el colegio, la universidad, te casas y voy a conocer a mis nietos”. Mi papa vivió más de 22 años. Vio como terminaba el colegio, la universidad, me casaba y conoció a su primera nieta. Él sabía lo que quería. Entre todas las enseñanzas que me dejó, rescato una que intento practicar de manera constante y es justamente la del “vivir el momento”.
Mi padre me enseñó a ser valiente, a disfrutar día a día la vida y a trabajar por un legado. A soñar en grande y a nunca darme por vencida. Porque creo, para eso estamos aquí, para seguir viviendo después de haber partido de este mundo.