Por Carolina Vanni, periodista

Aplausos, emoción, llanto, son solo algunas de las muchas emotivas reacciones que se vieron y vivieron en el interior del estadio Pablo Rojas del club Cerro Porteño ayer en horas de la tarde, donde se ofició la gran misa de beatificación de la carmelita descalza, María Felicia de Jesús Sacramentado, más conocida como “Chiquitunga”.

En el marco de un estadio repleto de devotos de la nueva beata, que llegaron desde todos los puntos cardinales del país, a los doce minutos de iniciarse la celebración se descubrió la imagen del rostro reluciente de la primera mujer paraguaya que llega a los altares de la Iglesia Católica.

LA IMAGEN

María Felicia de Jesús Sacramentado fue declarada beata de la Iglesia Católica en un rito que se inició a las 16:42 minutos, con el pedido del arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, quien solicitó al papa Francisco la inscripción como beata de María Felicia en los libros de la Iglesia.

Seguidamente, el postulador de la causa, el fray Romano Gambalunga leyó la biografía de ella, y después, el cardenal Angelo Amato –emisario de Su Santidad– leyó en latín el decreto del papa Francisco que confirma el nombramiento.

En ese momento, se fue deslizando lentamente la tela blanca que cubría el gran cuadro que estaba a la izquierda del presbiterio y se descubrió la deslumbrante mirada y sonrisa de Chiquitunga, inmortalizada en un retrato hecho de rosarios por el artista plástico Delfín Roque “Koki” Ruiz y todo su equipo de trabajo. La imagen resalta por su sencilla belleza y por las docenas de jazmines en el pelo de Chiquitunga, además porque en el retrato, se plasmó la fórmula que ella creó para entregarse a Dios:

T2OS (Todo de ofrezco Señor). Apenas se descubrió el retrato, el público la recibió con una ovación y un cerrado aplauso.

Tras este rito protocolar, el cardenal Amato entregó una copia del decreto de beatificación a los religiosos carmelitas, al postulador y al vicepostulador, mientras que representantes de la orden llevaron junto con el joven Ángel Domínguez –objeto de milagro de Chiquitunga– la reliquia: el cerebro incorrupto de la beata.

LA HOMILÍA

“Traigo el saludo del papa Francisco. Él siempre les recuerda con cariño y les hace llegar su bendición”, dijo el cardenal Amato, al iniciar el sermón, mientras lentamente caía la tarde, el cielo comenzó a encapotarse.

El cardenal Amato resaltó la vida y las virtudes de la beata, por lo que, en varios momentos, la homilía fue interrumpida por cerrados aplausos. Se refirió a Chiquitunga como una joven entusiasta y culta, que se dedicó a su vocación. “Su sonrisa gentil y su mirada trascendían las cosas y se proyectaban hacia el cielo. Era una persona que correspondía a la llamada de Dios”, aseguró.

Resaltó su sólida fe y la obediencia, además de pedir perdón por sus errores y los cometidos por otros. El cardenal recordó que la lectura y la meditación de las Sagradas Escrituras eran el origen de su virtud.

Recordó sus oraciones por la santificación de los sacerdotes, inclusive su entrega poco antes de su muerte, como una ofrenda a Dios por los religiosos. “Ofreció su sufrimiento por los sacerdotes y exhortaba a que sean santos. Era su mayor aspiración, ascender día tras día la escalera de la perfección hasta la santidad”, manifestó el cardenal Amato.

Uno de los aspectos más ovacionados por el público fue cuando el cardenal se refirió a la renuncia del amor humano, para entregarse a Jesús, quien fue la verdadera razón de su existencia. “Desde que era joven hasta su muerte fue ‘todo te ofrezco Señor’. Se mostró dispuesta a morir por la fe. Era servicial con todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, todos admiraban su espíritu de servicio, su persona era un servicio”, resaltó.

LAS CARMELITAS

De la celebración participaron las religiosas de los cinco conventos carmelitas del país, además todos los obispos del Paraguay y 400 religiosos. Se hizo además una procesión con la reliquia por el estadio y se agradeció al cardenal por su presencia.

Una postal colorida y profundamente espiritual de la que fue la ceremonia.
El cardenal Angelo Amato, emisario del Papa, presidió la ceremonia.

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