De The Economist

La cruzada de Donald Trump para proteger a los trabajadores estadounidenses de los extranjeros tramposos ha comenzado. Sin embargo, en su primera serie de tuits políticos y órdenes ejecutivas, China, su coco favorito, estuvo conspicuamente ausente.

Durante la campaña, deploró la manipulación monetaria de China, le acusó de incumplir las reglas comerciales mundiales y amenazó con imponer un arancel del 45 por ciento a sus exportaciones, todo ante multitudes que lo vitoreaban. Ahora, el mundo está esperando para ver cuánto de esto lo dijo en serio.

La promesa de etiquetar a China como un manipulador monetario no se ha repetido. Una interpretación optimista es que Trump se ha dado cuenta de que la promesa se basó en un hecho "alternativo". China ya no está exprimiendo a su moneda para obtener una ventaja competitiva, sino más bien está apuntalándola. Una pesimista es que el secretario del Tesoro entrante, Steven Mnuchin, quien estamparía la etiqueta, no ha sido confirmado aún por el Senado.

Trump ciertamente tiene el poder de causar estragos comerciales. Un gran arancel general afectaría a las cadenas de suministro, perjudicaría a los consumidores estadounidenses y desafiaría al sistema mundial de reglas comerciales supervisado por la Organización Mundial de Comercio. En vez de hacer volar en pedazos al sistema comercial del mundo, sin embargo, Trump aún podría decidir enfrentar a China dentro del mismo. El sitio web de la Casa Blanca, sin mencionar a China, promete "usar todas las herramientas a disposición del gobierno federal" para poner fin a los abusos comerciales.

En el proceso de ser confirmado, el secretario de Comercio, Wilburt Ross, dijo de alguna manera tranquilizadoramente que había aprendido las lecciones de la Ley Arancelaria Smoot-Hawley, que elevó miles de aranceles en los años 30: "No funcionó muy bien", dijo, "y es muy probable que no funcionara ahora".

Su propia política incluye una amenaza de "castigar" a los países que no respeten las reglas. Sugirió que su departamento emprendería sus propias acciones contra el dumping extranjero, en vez de dejarlas a la industria. Robert Lighthizer, propuesto representante comercial estadounidense de Trump y veterano abogado comercial conoce la ley de la OMC por dentro y por fuera y estará ansioso de pelear en los tribunales.

Un enfoque litigante ante los chinos marcaría un enorme giro respecto del pasado. Durante el mandato del presidente Barack Obama, la oficina del representante comercial desafió a China 16 veces, por asuntos que incluyeron desde impuestos ilegales al acero y los autos estadounidenses hasta dumping y cuotas de exportación sobre los metales raros que perjudicaban a los importadores estadounidenses. Apenas empezó esta semana un enorme caso en que se acusa a China de subsidios agrícolas ilegales, presentado por el gobierno anterior.

Con la intensificación de las tensiones se corre el riesgo de que haya represalias chinas. Cuando Estados Unidos impuso aranceles a las crecientes importaciones de neumáticos chinos en el 2009, China empezó a importar patas de pollo de Argentina y Brasil en vez de Estados Unidos. Los posibles blancos para las represalias chinas esta vez incluyen a la soya y los aviones estadounidenses, que juntos conforma una cuarta parte de las exportaciones estadounidenses a China.

China encontraría difícil reemplazar todo su suministro de soya estadounidense, pero a Kenny Cain, un cultivador de soya en Indiana, le preocupa que los precios se desplomen en un tercio si China va a comprar a otra parte. Aunque China no puede aún producir aviones comerciales de alta calidad, pudiera desviar las compras a Airbus, un fabricante europeo.

Un segundo riesgo es que la arquitectura de la OMC pudiera desmoronarse bajo la presión de casos nuevos. Los recursos ya son escasos y los fallos se retrasan. Restringida por un tope presupuestario y un límite de 640 empleados, la organización ha pasado apuros para hacer frente a un mayor número de disputas en los últimos años.

Sin embargo, un enfoque altamente antagonista hacia el comercio pudiera exponer un problema más fundamental.

"Según están escritas, las reglas de la OMC no son lo suficientemente claras", dijo Chad Bown del Instituto Peterson para la Economía Internacional.

Trump tiene razón en que China no siempre se ha apegado al espíritu de la ley comercial mundial, dijo Bown, pero podría encontrar que cumplir la ley a la letra es más fácil de decir que de hacer. Por ejemplo, la ley de la OMC no ofrece una definición indiscutible de qué es una empresa de propiedad estatal, así que es difícil identificar y oponerse a los subsidios otorgados por los bancos de propiedad estatal.

La estrategia de Obama para resolver el problema fue elaborar un acuerdo comercial multilateral que incluyera las definiciones de las empresas de propiedad estatal, una sección sobre la manipulación monetaria y capítulos sobre estándares laborales y ambientales, todo destinado a proteger a los trabajadores estadounidenses contra la competencia "injusta". Llamado Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés), excluía inicialmente a China. Sin embargo, la esperanza era que un día China tuviera que ingresar, aceptando por tanto las reglas escritas en gran medida por Estados Unidos. Trump lo desechó esta semana.

Su estrategia es evidentemente diferente. En tanto él pelee con China, según las reglas de la OMC, el mundo evitaría una guerra comercial. Aun cuando la OMC encuentre que las medidas comerciales estadounidenses violan sus reglas, esas mismas reglas establecen límites al grado de las represalias permitidas.

Fuera de la OMC, todo puede ocurrir.

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