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"Si Ben Guerdane estuviera ubicado junto a Faluya, habríamos liberado a Irak".
Se dice que esas fueron las palabras de Abu Musab al-Zarqawi, líder de Al Qaeda en Irak, antes de ser asesinado hace una década. Se refería reverentemente a una ciudad en el sureste de Túnez que es una de los mayores exportadores de yihadistas del mundo.
Ningún lugar resume con más precisión los desafíos que enfrenta el gobierno de Túnez en su intento por consolidar una democracia vacilante, seis años después de la revolución que derrocó a la vieja dictadura.
El 14 de enero, cientos de tunecinos marcaron el aniversario de la revolución, tomando las calles para exigir empleos. Las protestas comenzaron en Ben Guerdane antes de extenderse a otros lugares pobres, como Sidi Bouzid, Meknassi y Gafsa, donde los lugareños bloquearon el camino del presidente Beji Caid Essebsi, quien estaba en la ciudad para conmemorar el aniversario.
"El trabajo es nuestro derecho", gritaban los manifestantes, usando las consignas del 2011.
El derecho al trabajo está ciertamente consagrado en la constitución tunecina, la cual fue adoptada en el 2014, pero la tasa de desempleo del 16% es más alta de lo que era antes de la revolución. Dicha tasa es aún mayor para los jóvenes y los que viven en el campo.
Esto se debe en parte a que una serie de ataques terroristas desmotivaron a los turistas e inversionistas extranjeros. Los manifestantes desempleados bloquean las carreteras que conducen a las minas de fosfato, lo que perjudica aún más las ganancias de exportación. Los gobiernos anteriores han respondido prometiendo crear puestos de trabajo en el sector público. El resultado es una burocracia inflada y a un costo elevadísimo, tanto que ahora está en vigencia un congelamiento de nuevas contrataciones de empleados públicos.
Desilusionados y sin objetivos, los jóvenes en las zonas rurales son los principales objetivos de los reclutadores yihadistas. Unos 6.000 tunecinos se han unido a grupos armados en el extranjero y la mayoría va a luchar a Irak, Siria o Libia. Algunos van más lejos. Uno de ellos fue Anis Amri, un seguidor de 24 años del Estado Islámico en Irak y Siria que, al mando de un camión, atropelló un mercado de Navidad en Berlín, matando a 12 personas. Más tarde fue abatido por la policía italiana.
El gobierno está tratando de detener el flujo de personas que se unen a los yihadistas en el extranjero. Ha cerrado mezquitas dirigidas por predicadores radicales y mantiene un ojo en miles de jóvenes sospechosos. Los tunecinos menores de 35 años no pueden viajar a Libia, Turquía o Serbia, las principales rutas de tránsito hacia Irak y Siria. En las fronteras con Argelia y Libia se han endurecido los controles. El Parlamento ha aprobado una ley antiterrorista, criticada por grupos de derechos humanos, ya que le da al gobierno más poder para detener a sospechosos y para la escucha de teléfonos sin orden judicial, entre otras cosas.
En todo caso, el flujo se está revirtiendo, con los yihadistas retornando a casa a medida que los grupos a los cuales se habían unido son obligados a replegarse. El Ministerio del Interior dice que ya han regresado 800 de los combatientes.
Muchos temen que algunos de ellos lleven a cabo ataques una vez más. De hecho, ISIS les ha dicho que lo hagan y ha reivindicado la responsabilidad de varias atrocidades en el país. En marzo pasado, un gran grupo de miembros tunecinos de ISIS cruzaron la frontera de Libia para organizar un asalto contra Ben Guerdane, hecho este que dejó decenas de muertos. Las fuerzas de seguridad tunecinas temen una posible "Somalificación" del país.
El mes pasado, Essebsi minimizó la amenaza. Sin embargo, después de muchas críticas, y después de amenazas para despojar a los militantes de su ciudadanía, el gobierno se endureció. El primer ministro Youssef Chahed, que pertenece a Nidaa Tounes, el principal partido político secular, ha dicho que los militantes que regresan serán inmediatamente arrestados. Ennahda, el partido islámico moderado que comparte el poder con Nidaa Tounes, respalda este enfoque, aunque algunos lo culpan por haber exacerbado el problema al tolerar previamente a predicadores radicales.
"Tenemos todos los detalles sobre (los repatriados)", dijo Chahed. "Los conocemos uno por uno", añadió.
Sin embargo, probablemente muchos abandonaron el país y regresaron sin pasar por la aduana. Además, los problemas que llevaron a tantos a convertirse en yihadistas todavía no han sido solucionados.
En lugares como Ben Guerdane, los lugareños todavía sienten que el gobierno no se preocupa mucho por ellos.