Andrew Ross Sorkin

DAVOS, SUIZA.

El presidente electo Donald Trump nunca ha sido invitado aquí. Tampoco lo ha sido Nigel Farage, el político británico que encabezó la campaña por el Brexit.

La noche del 16 de enero que se puso en marcha la reunión anual del Foro Económico Mundial –un cónclave anual de políticos y empresarios de todo el planeta, que llegan a debatir los más grandes desafíos a los que se enfrenta el mundo–, las cambiantes tendencias políticas, que se dirigen hacia el nacionalismo y en contra del concepto de globalismo, suscitan renovadas preguntas sobre la relevancia de las élites llamadas la "clase de Davos". En efecto, es este grupo de llamados plutócratas el que en gran medida no pudo prever –e incluso, quizá generó inconscientemente– el profundo movimiento antiestablecimiento en todo el mundo.

Todos los años en enero, una deslumbrante serie de especialistas llegan a los Alpes: desde el titán de la tecnología convertido en filántropo Bill Gates, fundador de Microsoft, hasta el multimillonario inversionista George Soros, desde Jack Ma, fundador de Alibaba, el gigante chino del comercio electrónico, hasta Angela Merkel, la canciller de Alemania. Y en los últimos años, un ramillete de luminarias de Hollywood, como Angelina Jolie, Leonardo DiCaprio y Matt Damon, ha hecho el peregrinaje para promover sus respectivas obras de beneficencia. Las conversaciones suelen estar dominadas por asuntos como la desigualdad, el cambio climático y los desafíos económicos a los que se enfrentan los países desarrollados y los emergentes.

Este año, en la lista de invitados encontramos el nombre del presidente Xi Jinping de China, el vicepresidente Joe Biden de Estados Unidos, Jamie Dimon, director general de JPMorgan Chase, Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, y el ex vicepresidente estadounidense Al Gore.

Y aun así, en esas inspiradoras conversaciones han faltado retadores y críticos importantes del tema fundamental que al parecer fue estipulado desde el nacimiento de este evento, hace 46 años: la globalización tiene el potencial de beneficiar a todos.

"La victoria electoral de Trump es una indicación clara de que la mayoría de la gente no está interesada en un gobierno mundial, sino que quiere regresar a una democracia local clásica", señaló recientemente John Mauldin, investigador de economía y escritor. "Por extraño que pueda parecer a la gente de Davos, la mayoría de la gente tiende a amar a su patria, la tierra de sus padres".

Las voces disidentes como la de Trump y de Farage rara vez han sido parte de la discusión, aunque es posible que esto cambie. Este año estará presente Theresa May, la nueva primera ministra de Gran Bretaña, así como algunos asesores de Trump.

Pero la victoria de Trump y de la campaña por el Brexit pueden considerarse como un mentís al "hombre de Davos", como llamó el politólogo de Harvard Samuel Huntington a los asistentes a la reunión de 2004, a quienes calificó de "transnacionalistas" con "muy poca necesidad de lealtad nacional, que ven las fronteras nacionales como obstáculos que afortunadamente se están desvaneciendo y consideran a los gobiernos nacionales como residuos del pasado, cuya única función útil es facilitar las operaciones globales de la élite".

La clase media de Estados Unidos y de Gran Bretaña –y quizá también la de Francia, si Marine le Pen, candidata a la presidencia por la extrema derecha, gana las elecciones en abril de este año– claramente no ha sentido los beneficios de un mundo sin fronteras fomentado por corporaciones multinacionales que permite que se lleva a cabo sin fricciones tanto el libre comercio como la inmigración.

"Han presenciado el auge de la clase de Davos, una red hiperconectada de multimillonarios de la banca y la tecnología, de dirigentes electos que se acoplan perfectamente con esos intereses, así como celebridades de Hollywood que hacen que todo parezca increíblemente glamoroso", señaló Naomi Klein, columnista del periódico The Guardian, en un abrasador análisis de las elecciones estadounidenses de noviembre. Mencionó también el hecho de que el "neoliberalismo de élite" no aborda los problemas económicos de las masas.

Y continuando con su análisis de la clase media, agregó: "El éxito es una fiesta a la que no todos están invitados, y en el fondo saben que, de alguna manera, esta riqueza y este poder en aumento están relacionados directamente con las deudas y la impotencia de los demás."

O el "hombre de Davos" no ha logrado articular debidamente los beneficios del comercio abierto, o quizá la realidad del comercio abierto es más complicada de lo que imaginábamos antes.

Como un reconocimiento de esta nueva realidad, el Foro Económico Mundial estableció un índice de lo que llama crecimiento y desarrollo incluyentes, que mide el progreso del crecimiento económico y la reducción de la desigualdad en el ingreso en 109 países, y desglosa subconjuntos de esos países para compararlos con diversas series de datos. Por ejemplo, según este índice, el ingreso medio de hecho se redujo en 2,4 por ciento del 2008 al 2013 en las 26 economías avanzadas de las que se dispone datos, lo cual podría explicar el cambio en el clima político.

"Es nuestra respuesta a las fallas del capitalismo y a la necesidad de arreglarlas", asegura Adrian Monck, miembro del comité ejecutivo del foro.

Estados Unidos ocupó el lugar número 23 de 30 economías avanzadas. En términos de compensación salarial y de otro tipo, quedó en último lugar; en protección social está en el lugar 25. También está en el lugar 25 en "intermediación de inversiones comerciales", es decir, la cantidad de dinero que se destina a inversiones productivas, como investigación, desarrollo e infraestructura, a diferencia de recompra de acciones. (Noruega quedó en primer lugar, con un aumento del nivel de vida de 10,6 por ciento del 2008 al 2013, cuando su economía creció solamente 0,5 por ciento.)

Monck defendió la idea de un enfoque globalista. "Los beneficios de la globalización los podemos ver en todas partes, en empleos en China, la India y en muchos mercados emergentes", afirmó. "Miles de millones de personas le deben una mejor vida".

Invocó a Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial. "Lo que no se ha escuchado en Davos son las persistentes advertencias de gente como Klaus, de que es necesario distribuir los beneficios y que no podemos tener un capitalismo en el que el ganador se lo lleva todo", observó Monck.

Empero, reconoció que la lista de invitados contiene gente de adentro por designio.

"Siempre queremos la asistencia política más comprensiva en Davos, para que apoye la cooperación entre el sector público y el privado, que es lo que hacemos", explicó. "Eso inevitablemente significa que haya personajes actuales, que se desempeñan en política. Hay políticos en activo ahora –y que van a venir a Davos– que reflejan la agenda emergente que hemos visto en Estados Unidos".

Por ejemplo, agregó, esta semana estarán presentes líderes de Polonia, Finlandia, Portugal e incluso de Suiza, donde el Partido Popular Suizo fue uno de los primeros indicadores del cambio en el panorama político.

También se espera que asista un grupo de asesores de Trump y miembros de su consejo comercial, como Anthony Scaramucci, que participa en el personal de la Casa Blanca de Trump en calidad de asesor y enlace público con agencias del gobierno y empresas. Estará también Stephen Schwarzman, presidente del Grupo Blackstone y presidente también del Foro Presidencial de Estrategia y Políticas de Trump.

Cuatro futuros miembros del gabinete de Trump han estado en Davos en años anteriores: Rick Perry (energía) una vez, Rex Tillerson (estado) tres veces, Elaine Chao (transporte) cuatro veces y Robert Lighthizer (comercio) quince veces.

Algunas personas que alguna vez fueron cruzados contra el establecimiento –como May de Gran Bretaña– ahora están adentro. Y según cambien los vientos políticos, podría haber más gente de su corriente ideológica en la clase de Davos del 2018.

Esta no es la primera vez que el Foro Económico Mundial ha estado bajo los ataques de los críticos por su mensaje globalista y librecambista. En el 2000, un grupo de más de mil manifestantes, que llevaban pancartas que decían "En contra del nuevo orden mundial", destrozó las ventanas de un restaurante McDonald's aquí en Davos, muy cerca de la conferencia, en protesta por las políticas de libre comercio adoptadas por el entonces Bill Clinton, que estaba hablando en el evento.

Se espera que muchos de los políticos y empresarios actuales que están reunidos aquí hablen del auge del populismo y la necesidad de ajustar los incentivos económicos. Hamdi Ulukaya, director general de la compañía de yogur Chobani, va a instar a los hombres de empresa a hacer más para abordar la creación de riqueza entre los empleados. Él le proporciona acciones de su empresa a cada empleado de tiempo completo, lo que ha vuelto millonarios a muchos de ellos.

La pregunta, por supuesto, es si esas discusiones alguna vez podrán pasar del plano teórico, en un grupo considerado por muchos ciudadanos de clase media como fuera de contacto con los problemas económicos reales a los que se enfrentan los pueblos. Por ejemplo, las conversaciones sobre la desigualdad de ingresos han tenido desde hace mucho tiempo un retintín de envidia de clase, a diferencia del aprecio real de los empleos básicos y los salarios que está buscando la gente.

Empero, ya que el término "Davos" se lanza por ahí como insulto, este año muchos políticos no quisieron acercarse a los Alpes. Merkel, por ejemplo, se ha abstenido de asistir por dos años consecutivos, en medio de las continuas críticas de los electores alemanes, que la consideran demasiado globalista.

Entonces, ¿por qué tantos políticos y empresarios ansían ser invitados? Porque Davos sigue siendo una oportunidad única de reunirse con estadistas de todos los rincones del mundo. Y a pesar de las críticas contra la reunión, tras bambalinas se lleva a cabo un notable volumen de negocios, tanto políticos como empresariales.

Una cosa es segura: las predicciones que se hacen en el cónclave –conocidas como el "consenso de Davos"– tienen la tendencia de resultar erróneas. Por ejemplo, salvo contadas excepciones, el año pasado nadie tomó en cuenta a Trump, considerado un mal chiste.

"Si nos tomamos la molestia de leer algunos de los análisis serios sobre los apoyos de Trump, nos daremos cuenta de que es algo muy frágil y realmente improbable que cumpla lo que necesita en esta decisiva primera fase de las primarias", predijo el historiador Niall Ferguson, según Bloomberg News. "Para cuando lleguemos a marzo-abril, todo habrá pasado. Creo que va a ser una catarsis extraordinaria. Estoy esperando con muchas ansias: la humillación de Trump. ¡Que venga!"

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