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Durante los últimos dos meses, las protestas semanales con velas encendidas a lo largo de Sejongno, la avenida principal de Seúl, aumentaron de unos pocos miles de participantes a dos millones. Contra los altos rascacielos hacían eco los estribillos para que la presidente Park Geun-hye renunciara y se dice que se podían escuchar incluso en la Casa Azul, la sede del Gobierno y la residencia oficial de la presidenta, a poca distancia hacia el norte, donde ella se había encerrado.
Aparentemente, las protestas seguirán, a pesar de la destitución de Park por la Asamblea Nacional, hecho este ocurrido el pasado 9 de diciembre. El Tribunal Constitucional tiene seis meses para decidir acerca de su destino. Mientras espera, Park ha sido despojada de sus poderes. Sin embargo, los manifestantes no estarán satisfechos hasta que ella se haya ido para siempre.
Algunos aspectos de la caída de Park hasta recuerdan las novelas televisivas enlatadas. La presidenta, según sus propias palabras, tenía a una mujer llamada Choi Soon-sil como una confidente íntima, que parecía haber dictado o, al menos influenciada sus decisiones en todo, desde la compra de carteras hasta asuntos de Estado. Choi ha sido imputada por cargos de extorsión, abuso de poder y posesión de documentos clasificados. De particular indignación a los coreanos comunes resultan las acusaciones de que Choi aseguró una educación preferencial para su hija y que ella tenía un poder parecido al de un Rasputín sobre la presidenta Park.
Tal vez nada de esto habría salido a la luz pública de no haber sido por el enojo de Choi con un joven empleado por la falta de atención de este último para con la mascota de su hija. Choi, según él, arrogantemente le sacó en cara que dejó al cachorro solo para ir a jugar al golf. Amargado, el empleado empezó a recoger pruebas en contra de Choi.
La caída de la presidenta fue rápida y espectacular. Aún así, por todo el júbilo que explotó en las calles de Seúl –después de todo, las protestas precipitaron el impeachment– hay algo aleccionador en la situación de Park. Su historia abarca todos los elementos de la tragedia griega, incluyendo la caída y el sufrimiento de una imperfecta, pero, en muchos aspectos, admirable persona. El único elemento que falta es la piedad de la audiencia.
No es coincidencia que la Casa Azul, cuyas paredes son ahora testigos de la desesperación de Park, fue también su hogar de infancia. En 1961, cuando ella tenía 9, su padre, Park Chung-hee, un oficial que había sido entrenado en el ejército imperial japonés, tomó el poder mediante un golpe de Estado, poniendo fin a un corto período democrático. Su presidencia fuerte marcó el comienzo de un período de desarrollo y crecimiento vertiginoso, pero también endureció las duras condiciones de trabajo en las fábricas y talleres de Corea del Sur, así marcó disparó el aumento de la represión por parte del Estado.
En 1974, un simpatizante de Corea del Norte disparó a matar al dictador, pero falló, aunque el tiro dio en la primera dama Yuk Young-soo, quien falleció. Sin madre, Park se convirtió en la nueva primera dama de la Casa Azul, acompañando a su padre durante los actos oficiales. Cinco años más tarde, él también fue asesinado, mientras almorzaba carne en rodajas y el típico kimchi coreano, acompañados de un buen whisky. El asesino resultó ser su jefe de inteligencia, Kim Jae-gyu. Fue entonces cuando Park se vio obligada por primera vez a mudarse de la Casa Azul, algo que tendrá que hacer de nuevo, tal vez antes de lo esperado.
Fue después de la muerte de su madre que la vulnerable Park cayó bajo la influencia de un carismático líder, mitad predicador, mitad chamán, de un culto pseudoevangelista llamado Choi Tae-min. Parece que él convenció a Park que podía contactar con su fallecida madre. Kim Jae-gyu afirmó durante su juicio que uno de sus motivos para matar al presidente –al padre de Park– fue la preocupación de la influencia de Choi sobre Park padre. Y Choi Soon-sil, ahora en la cárcel a espera de juicio, es la hija de Choi Tae-min, y ha conservado su influencia.
En todo este panorama, la soledad abre abismos. A los 64 años de edad, Park sigue soltera. Ella está alejada de su hermana menor y de su hermano, para permanecer inmune al nepotismo, como ella misma ha dicho. Park prefirió confiar en cortesanos, aduladores que habían aconsejado a su padre, pero que ahora se están aparatando de ella. Tres de sus colaboradores cercanos han sido acusados por corrupción y delitos conexos. La última vez que se reunió con un dignatario extranjero fue hace más de un mes. Se dice que cenar sola, un plato de autocompasión y desesperación.
"A lo largo de mi vida", escribió en su autobiografía de 1993, "los momentos que valieron la pena nunca pesaron más que los dolorosos".
Se dice que fue el sentido del deber más que el deseo el que la impulsó hacia la Casa Azul. En palabras de un ex asesor, "Corea del Sur era su país, fue construida por su padre. La Casa Azul era su hogar. Y la presidencia era un trabajo de familia".
Para los críticos de Park todo es de una sola pieza: Ella es dictatorial, distante e inalcanzable. Esto fue lo primero que se hizo sentir entre la gente hace más de dos años, cuando la presidenta desapareció de vista durante siete horas en el día de un desastre nacional: el hundimiento del transbordador Sewol, tragedia en la que murieron 300 personas, muchos de ellas eran niños en edad escolar. Una de las teorías que salió el aire en los últimos días y fue solo parcialmente negada por la Casa Azul sostiene que, en tan crítico momento, ella pasó una hora y media en la peluquería arreglándose el cabello.
Los surcoreanos han luchado y derramado mucha sangre por su democracia. Han habido varios tumultos desde la Segunda Guerra Mundial. Éste, admirablemente, está terminando sin violencia. Muchos, quizá la mayoría, de los manifestantes en Seúl se sienten injustamente manipulados por el sistema educativo y de empleo, y ven a una gobernante que solo ha reforzado las desigualdades. Esos son sentimientos que los fans occidentales del individualismo y la libertad reconocerían fácilmente.
Más difícil de entender, pero, sin embargo, esencial, es la decepción de muchos otros surcoreanos, sobre todo los más viejos. Votaron por Park, ya que, para ellos, su presidencia se ofreció a restablecer una antigua y más ordenada jerarquía coreana, emblemática del gobierno de su padre, en el que cada uno tenía su lugar en un todo orgánico y la jerarquía era respetada. En esta imaginación colectiva, que el gobierno de Corea del Norte propaga ávidamente, el líder es el "Padre en Jefe", cuyas virtudes define la nación.
Park nunca se convirtió en ese padre en jefe, algo que se trasunta en una gran alegría en la publicidad de Corea del Norte y es una fuente de gran vergüenza para los surcoreanos que apoyaron. Siempre fue una tarea difícil. Rodeada por las fotografías y reliquias de sus padres, ella nunca pudo crecer y ser algo más que una niña solitaria en una situación difícil.