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Con su traje azul marino, su reloj de plata y fumando sin parar, Yu Feng es un improbable embajador de los valores de la familia china. La oficina desde la cual opera en Chongqing, en el oeste de China, se parece más a una sala de estar, con sofás grises, cortinas de color crema y grandes ventanales que dan a los rascacielos de la ciudad. Las mujeres lo visitan aquí y piden ayuda. Quieren que convenza a sus maridos para que abandonen a sus amantes.

Yu trabajó en derecho familiar y luego en consejería matrimonial antes de comenzar su negocio en el 2007. Cobra entre US$ 15.000 y US$ 75.000 a esposas despreciadas y los casos suelen ser de siete a ocho meses para solucionarse. Se hace amigo de ambos, del marido y de la amante de éste, estimulándolos a que ambos reconozcan que actúan mal y, gradualmente, revela que él mismo arruinó su vida al ser infiel. Yu asegura que tiene un porcentaje de éxito del 90%.

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La mayoría de los clientes tienen entre 30 y 40 años: "Esta es la generación del quiero, compro y tengo", dijo y el sexo es una parte del nuevo materialismo de China.

Sin embargo, el cambio de las costumbres sexuales y la disparada tasa de divorcios han impulsado una profunda revisión sobre el declinar de los lazos familiares.

El ernai, que significa literalmente "segunda esposa", es cada vez más común. Muchos adinerados disfrutan leyendo que los medios de comunicación chinos culpan a veces a las relaciones extramaritales por la suba de los precios de las propiedades: Algunos complejos de apartamentos de la ciudad son notorios por albergar grupos de amantes, pagados por sus hombres, que a menudo proporcionan también un subsidio de vida.

No son solo los hombres de negocios que mantienen a sus amantes. La campaña anticorrupción del presidente Xi Jinping ha revelado que muchos funcionarios del gobierno también lo hacen. Según informes de prensa, Zhou Yongkang, la persona más castigada por la actual campaña anticorrupción, tenía varias amantes. Del ex ministro de Ferrocarriles Liu Zhijun se rumoreaba que tenía 18.

China tiene una larga historia de adulterio. En épocas imperiales, los hombres ricos mantenían múltiples concubinas, así como una esposa, y la prostitución era más bien tolerada, tanto por el Estado como por las esposas, quienes pocas opciones habrían tenido para oponerse. En contraste, se esperaba que las mujeres casadas se mantuviesen castas. Después de 1950, las concubinas fueron proscritas y la infidelidad se consideró un vicio burgués. Incluso en los años ochenta, pocas personas tenían relaciones sexuales con alguien que no fuera su cónyuge o prometido.

Sin embargo, durante los últimos 30 años, la rigidez de las costumbres sexuales se ha distendido y más chinos jóvenes están teniendo relaciones sexuales con sus iguales y comienzan a hacerlo a una edad más temprana. Algunos siguen claramente buscando el matrimonio: un 20% de los hombres y mujeres casadas son infieles, según una encuesta del 2015 realizada por investigadores de la Universidad de Pekín sobre un universo de 80.000 encuestados.

En muchos aspectos, la creciente infidelidad es una consecuencia previsible del desarrollo económico. La gente está cada vez más dispuesta a poner sus propios deseos por encima de las obligaciones familiares o la reputación, y la mejora de la educación y el nivel de vida significan que tienen más libertad financiera para hacerlo.

La mayoría de las parejas chinas tenían anteriormente pocas oportunidades de conocer a miembros del sexo opuesto en situaciones sociales después del matrimonio, pero la migración interna significa que muchas parejas viven separadas. Incluso si viven juntos, la piscina de la tentación ha crecido y es más fácil de lanzarse a ella, en parte, gracias a las redes sociales.

Negocios como el de Yu sugieren que no todos los cónyuges ven los asuntos como una ofensa imperdonable, pero las encuestas también sugieren que la infidelidad es el "asesino N° 1 del matrimonio".

El año pasado, 3,8 millones de parejas chinas se separaron, más del doble que la década anterior. La tasa de divorcios anual de China es de 2,8 por 1.000 personas, también el doble que hace una década. Eso no es tan alto como el de Estados Unidos –3,2–, pero es más alto que en la mayor parte de Europa.

Se debe tener en cuenta que los chinos son más propensos a comprometerse desde la primera oportunidad: La ley desalienta fuertemente a la gente de tener hijos fuera del matrimonio. Aun así, las familias chinas se deshacen rápidamente.

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