A medida que avanzan las investigaciones para determinar las causas que provocaron el trágico accidente del avión que transportaba a la delegación del Chapecoense brasileño, cerca de Medellín (Colombia), poco a poco se va revelando que al parecer hubo una trágica e inexplicable negligencia de parte de la compañía aérea.

Al parecer, según lo que arrojan las primeras pesquisas de las autoridades colombianas –que operan en conjunto con peritos extranjeros en seguridad de aviones–, la compañía Lamia incumplió el plan de reabastecimiento de combustible en Bogotá y excedió la autonomía del Avro Rj85 que transportaba a los futbolistas, directivos, periodistas e invitados, desde Santa Cruz de la Sierra hasta Medellín. Es decir, son márgenes muy justos para actuar ante una situación de emergencia.

Ante la magnitud del desastre, todos los cuestionamientos que puedan hacerse son válidos. ¿Cómo fue posible que la aerolínea de vuelos chárter no tomase todos los recaudos necesarios para efectuar un vuelo seguro? Pero también cabe la pregunta sobre el rol de supervisión que le compete a la entidad aeroportuaria, tanto en Guarulhos (desde donde partió el avión en Brasil), hasta en Santa Cruz de la Sierra (en Bolivia), lugar donde realizó el primer reabastecimiento.

Las autoridades de ambos países debían claramente exigir el fiel cumplimiento del plan de vuelo para la distancia mencionada en base a los reglamentos y estándares internacionales y no dejar al libre arbitrio del piloto, o de su experiencia, ese aspecto fundamental de un vuelo: el suministro de combustible.

Es por ello que la catástrofe aérea de la compañía Lamia, que enluta al mundo del fútbol y al deporte entero, es un fuerte llamado a la reflexión sobre la importancia de los controles sobre los sistemas de seguridad aeroportuarios y de aeronavegabilidad en la región, así como de la insistencia en que las autoridades o sus licenciatarias cumplan de manera irrestricta con los protocolos internacionales. Protocolos que, por cierto, fueron concebidos por y para la seguridad de los pasajeros.

Las 71 vidas que costó este desastre tienen y tendrán una enorme repercusión sobre el aumento en la supervisión de aquellas compañías que ofrecen el servicio de vuelos chárter, así como a las aerolíneas low cost que ya empiezan a asomar en América del Sur y prometen convertirse en ser tan populares como lo son en otras latitudes, como en Europa o en Asia.

La muerte de 71 personas en un accidente aéreo que se pudo evitar debe llevarnos no sólo a la reflexión, debe volcarnos también a tomar decisiones en favor de un sistema mucho más seguro para las millones de personas que utilizan esta vía para trasladarse alrededor del mundo.

Asimismo, tendrán efectos también en la infraestructura de los aeropuertos de la región, así como en el Paraguay. A pesar de que la región ha demostrado que tiene uno de los más eficientes sistemas de aeronavegación del mundo, sin embargo, nuevamente un accidente aéreo se suma a la estadística regional.

Por esta razón, tanto en Paraguay como los países del subcontinente es propicio no sólo acrecentar los controles sobre las empresas sino que también es necesario seguir invirtiendo en radares, en más y mejores programas de seguridad para los emplazamientos, de tal suerte a colocar a nuestro país entre las naciones más avanzadas en esta materia.

Hace apenas 8 años, nuestro país dejó de pertenecer al listado de naciones en riesgo ya que estaba incumpliendo normas internacionales que rigen la seguridad en las terminales aéreas del mundo. Hoy, el panorama es diferente, es un país que se abre al mundo y que ha mejorado notablemente su conectividad, en relación a lo que era hace 10 años.

Pero a lo material también debe añadirse capacitación, ese intangible que se transforma en un mandato básico para el éxito de cualquier emprendimiento. Hoy, nuestro país, por ejemplo posee sólo 60 operadores de vuelos, y la demanda que habrá en los próximos años impone que se incorporen cada vez más operarios y que reciban la instrucción necesaria para cumplir sus fines.

La muerte de 71 personas en un accidente aéreo que se pudo evitar debe llevarnos no sólo a la reflexión, debe volcarnos también a tomar decisiones en favor de un sistema mucho más seguro para las millones de personas que utilizan esta vía para trasladarse alrededor del mundo. Hoy, si bien es tiempo de llorar a los fallecidos, el mejor tributo que puede brindarse a la memoria de los desaparecidos es trabajar en pos de un sistema infalible y perfecto.

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