Nir Eyal
No hace mucho, mi rutina tras la jornada laboral era así: Después de un día particularmente agotador, me sentaba en el sofá durante horas, manteniéndome al lado de un pote de helado. Aunque sabía que comer helado y sentarme durante mucho tiempo probablemente no era lo más recomendable, me decía que relajarme así era mi merecida recompensa por trabajar tan duro.
Los investigadores psicológicos tienen un nombre para este fenómeno: disminución del ego. La teoría es que la fuerza de voluntad está conectada a una reserva limitada de energía mental y una vez que nos quedamos sin esa energía, es más probable que perdamos el autocontrol. Esta teoría parecería explicar perfectamente mis indulgencias después del trabajo.
Pero estudios recientes sugieren que la teoría del agotamiento del ego, apoyada por primera vez por los investigadores en los años noventa, puede no ser cierta. Peor aún, aferrarse a la idea de agotamiento del ego puede ser realmente malo para nosotros, haciéndonos más propensos a perder el control y actuar en contra de nuestro mejor razonamiento.
Entonces, ¿cómo explicar el fenómeno del sofá y el helado? Después de todo, ¿no es de conocimiento de todos de que el trabajo duro drena nuestra energía y que el reabastecimiento de combustible con las indulgencias nos hace capaces de seguir adelante?
Investigaciones recientes proponen una nueva explicación de por qué nos quedamos sin el empuje que desarrollamos al trabajar. Un estudio realizado por la psicóloga Carol Dweck, de Stanford, y sus colegas concluyeron que los signos de agotamiento del ego se observaron sólo en sujetos de prueba que creían que la fuerza de voluntad era un recurso limitado.
Esto sugiere que el agotamiento del ego puede ser simplemente otro ejemplo de cómo una creencia influye en el comportamiento. Pensar que estamos sin energía nos hace sentir peor, mientras que recompensarnos con una indulgencia nos hace sentir mejor.
En otras palabras, la hipótesis del agotamiento del ego podría hacer que las personas tengan menos probabilidades de lograr realmente sus metas porque les da una razón para rendirse cuando que realmente podrían persistir en sus esfuerzos. Esto del agotamiento del ego satisface la necesidad de justificar por qué a veces hacemos cosas que sabemos que no debemos hacer, como relajarnos en el trabajo cuando debemos estar terminando un proyecto.
Pero en lugar de buscar una batería auxiliar oculta para nuestra fuerza de voluntad en nuestras cabezas –que no existe– tal vez deberíamos aceptar que somos seres frágiles, que se distraen con frecuencia y deberíamos cortar un poco con las autoindulgencias. Tal vez nuestras energías y nuestras mentes errantes intenten decirnos algo.
Fundamentalmente, renunciamos a las tareas que no nos comprometen. Podemos impulsar tareas que no disfrutamos durante un tiempo, pero nunca seremos lo mejor si ignoramos lo que nuestros sentimientos nos dicen. Escuchar a nuestra falta de fuerza de voluntad como lo haríamos a una emoción –cual útil asistente en la toma de decisiones trabajando en consonancia con nuestras capacidades lógicas– podemos encontrar nuevos caminos que no nos obliguen a hacer cosas que fundamentalmente no queremos hacer.
Así como debemos buscar la alegría mediante la participación en actividades recreativas, podemos recibir los beneficios de la fuerza de voluntad indirectamente, eliminando la necesidad de gastarla en primer lugar.