Por Richard E. Ferreira-Candia

Periodista, analista y docente

@RFerreiraC

La sociedad tiene innegables carencias en diferentes ámbitos, pero los políticos/candidatos siempre pretenden llenarlas mágicamente con promesas generalmente incumplibles, sobre todo durante las campañas electorales, como de nuevo está sucediendo ahora en el prematuro proceso proselitista que ya se vive para el 2018.

Utilizando una descripción del especialista en comunicación política, Dick Morris –dijo el comandante mientras tomaba un sorbo de café– se puede señalar que lo que se vive entre el político y la gente es un "diálogo no hablado". Los políticos hablan de temas que supuestamente son de interés de la gente, pero no dan espacio a que esa misma gente les diga cuál es su prioridad. Es más cómodo para el político encontrar un tema mediático, y mejor si es uno malo del otro candidato o de otro partido, y utilizarlo hasta el cansancio como mensaje y discurso político.

El comandante recordó que habíamos indicado en artículos anteriores, mencionando al mismo Morris, que "los electores se han vuelto cada vez más escépticos y ya no creen que un político llegará con todas las soluciones a todos sus problemas, como una especie de Santa Claus providencial". Por el contrario, agrega Morris, "ese escepticismo los lleva a desconfiar enormemente de los candidatos y de sus promesas electorales". El resultado de esta situación se da por los "tantos años de desilusiones y frustraciones reiteradas que han hecho que las grandes masas no esperen demasiado en retribución por su voto".

Tomó otro sorbo de café, y añadió que esa es una manera pesimista de ver el voto y que en Paraguay ha generado en algunas elecciones un alto ausentismo electoral. No está demás decir –siguió reflexionando– que el ciudadano tiene como tarea determinar, como siempre lo debe hacer, quién es el político/candidato que hace una promesa real, y, además de verificar la credibilidad que tiene, analizar si tiene la capacidad de cumplir o no con lo que promete.

En el altillo del Café Literario, con las acostumbradas tazas de café negro, sin azúcar, luego de dos semanas sin reunirnos, hablábamos sobre el descreimiento hacia la política o mejor, hacia los políticos. Recordé que este fenómeno, el del descreimiento, dice Morris en un libro publicado en la década del 90, pero aún muy vigente, "se acentúa marcadamente en los países menos desarrollados, en donde el clientelismo y la demagogia no hacen más que exacerbarlo".

El experto señala que "los votantes latinoamericanos aceptan ese juego como un mal menor", como una descripción de la situación actual nuestra donde el votante muchas veces, por no tener opciones, prefiere al "menos peor".

Los políticos/candidatos no dialogan, se enfrentan, y viven con una ceguera que le imposibilita reconocer que se alteró para siempre la comunicación y que la conciencia de la gente se separó del discurso político.

El especialista sostiene, sin embargo, que "la gente sabe que en una elección determinada serán sólo algunos de los problemas de su larga lista los que podrán recibir algún tratamiento, y eventualmente algún atisbo de solución". Su reflexión final fue contundente: "Poco se cree actualmente en las recetas mágicas".

El comandante me interrumpió y añadió que el tipo de hacer campaña política contribuye enormemente a este drama. El político espera ganar por manipulación más que por persuasión, pero los votantes –mencionó de nuevo a Morris– "quieren pensar por sí mismos y no se compran las opiniones prefabricadas y predecibles de ideólogos de derecha o de izquierda".

Esto –agregué– sucede aquí y en cualquier parte del mundo; cada día, es un día de elección para los políticos/candidatos y dependen de lo que hagan en la escena política para lograr adhesión o rechazo, aplausos o silbidos.

En el plano local, antes que conciliar y dialogar, prefieren polarizar sus posturas y generar confrontaciones; no plantean temas o propuestas; no interpretan la necesidad real de la gente. Los políticos/candidatos no dialogan, se enfrentan, y viven con una ceguera que le imposibilita reconocer que se alteró para siempre la comunicación y que la conciencia de la gente se separó del discurso político.

Si desean lograr éxitos, deben cambiar su forma de presentarse ante la gente, deben saber persuadir, convencer, no atemorizar. Y lo que la mayoría está haciendo, con las permanentes confrontaciones, es atemorizar a un electorado que puede reaccionar en las urnas, o en las calles.

Tomé mi último sorbo de café, y tras una pausa, le indiqué que me venía en la mente una frase de José Saramago: "He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro". Pongamos en la balanza el discurso político que trata de convencer engañosamente a la gente, agregué.

El comandante también hizo una pausa e indicó luego: - Mencionando al mismo Saramago que dijo que no era pesimista, sino que el mundo era pésimo, cabe decir que no soy pesimista sobre lo que pueden hacer en la política o dejen de hacer los políticos; es que, simplemente, algunos de ellos, o la mayoría, son pésimos y no convencen a nadie. Eso.

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