Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo Político

Fue una sorpresa, incluso, creo que para el propio Trump quien, al saber de su victoria, mostró un rostro sombrío, sobrio, al dirigirse a sus partidarios en el tradicional discurso de victoria, muy ajeno a sus formas histriónicas e irreverentes a las que nos tenía acostumbrados durante la campaña.

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La rebelión populista o el "trumpismo" marginado por ambas dirigencias de los partidos tradicionales, llega –sorpresivamente– a la presidencia. El tema como se ve es tremebundo y su verdad se pierde en los vericuetos de la realidad histórica.

Y de las pasiones humanas. Por eso quiero asignar dos perspectivas que espero, puedan ayudar a pensar este hecho inusitado. La primera es acerca de las razones, brevemente, de la victoria populista. Y la segunda, en otro artículo, las razones de la derrota del liberalismo de Hillary. El hecho, por su naturaleza política, implica una ruptura histórica sin precedentes; supone –o nos invita a suponer– que una época lentamente está muriendo y otra, aún no bien delineada, está apareciendo en la escena pública.

Yo había escrito hace bastantes semanas que la posibilidad de una victoria de Trump era plausible pero improbable: es que suponía, erróneamente, que el abrirse paso a la presidencia sin la infraestructura y el dinero de los "lobbies" y de los aparatos partidarios era una suerte de bravuconada quijotesca y, por eso, el "trumpismo", reflejaba más una forma de protesta que un movimiento con voluntad de llegar al poder.

Tal vez, inconscientemente, había caído en la trampa de la pretensión racionalista de creer que la realidad política se la puede controlar y calcular y que, al no tener el populismo de Trump esas herramientas en una sociedad altamente burocratizada, su éxito era ilusorio. Es el típico error del racionalismo liberal, de creer que la política es cuestión de planeamiento estratégico, organización, publicidad, encuestas, medios de comunicación.

Lo contrario parece ser verdad en política, y de eso nos recuerda siempre el viejo Aristóteles. La política es ciencia pero apenas en sentido amplio. No es matemática, no se entiende con encuestas, no sirve de mucho planificarla. Política no es dos más dos igual a cuatro, algo tan irracional como usar retórica a un alumno para convencerlo de un teorema. Pero suficiente filosofía con esto.

Lo que el lector se preguntará es algo más inmediato, el por qué ganó Trump. ¿Cómo es que alguien que en sus invocaciones a veces confusas, a veces narcisistas, con un lenguaje brutal, soez, en los debates puede ser votado? ¿Cómo es que alguien sin nada de sofisticación ideológica, ha podido persuadir a millones de votantes? ¿Cómo es que un billonario, ajeno a las necesidades reales de la gente y sin experiencia, pueda ganar?

Sería fácil y sencillo el dar respuesta a la primera pregunta repitiendo lo que algunos han dicho al calificar a los votantes de Trump de fanáticos, racistas, ignorantes, extremistas, locos fundamentalistas, homofóbicos, nacionalistas, sexistas, resentidos y demás. Más allá de la verdad o no de esos calificativos en algunos casos, eso no hace sino, justamente, mostrar el problema: el rostro de una élite; que cultural y económicamente, se siente superior.

Y eso explica una primera razón de la victoria de Trump: la de ser percibido como un "outsider", un indeseable, alguien que no pertenece a la clase política o elite profesional. El que Trump fuera calificado como alguien sin carácter de presidente, resultó a la postre no ser una debilidad sino, al contrario, la opción de alguien que no pertenecía al establishment.

Pero, ¿y su lenguaje brutal, soez, chabacano, como el de un camionero masticando jerky (cecina) diciendo groserías? Por lo mismo, como un "outsider", su imagen con el votante no era la de racionalidad política sino de pertenencia y afectos.

Él se presentaba como el mismo votante, el votante marginado y desempleado de Michigan o Wisconsin, engañados por el "chorreo económico" de los republicanos y, olvidados por el ecologismo de los demócratas. A Trump se lo ama o se lo odia.

¿Qué decir, además, de su solidez ideológica? De nuevo, descalificar por no tener ideología es no ver la realidad. No solo nuestro tiempo está deviniendo post-ideológico, sino que la propuesta de Trump nunca lo fue. Por eso calificarlo de "extrema derecha", nativista, reaccionario, aislacionista, etc., no sólo son inexactas, sino, insisto, han sido ineficaces para persuadir a votantes de abandonarlo.

Fíjese el lector, simplemente en ciertos datos. Trump ganó en Estados como Pennsylvania y Ohio, tradicionalmente inclinados al lado demócrata-populista, Estados que ganara Obama en sus campañas. Lo que indica que los votantes de Obama y Trump serían los mismos. El lenguaje antiglobalización, el de los perdedores de la competencia y el engaño del libre comercio, ha resonado enormemente en gran parte del electorado. El modo directo de Trump ha capturado en una serie de tópicos, las necesidades reales del norteamericano medio sin una educación universitaria de élite.

Por último, ¿cómo se explica a un billonario al servicio de "los de abajo"? Claro, pues, al estar el sistema político manejado por grupos de interés, y lobistas que financian a los políticos, solo alguien con dinero propio podría tener éxito en desafiar a ese mismo sistema. Esa fue la tragedia de Bernie Sanders que no pudo, en muchas políticas similares a las de Trump, con el aparato del partido demócrata controlado por los Clinton.

¿Será esto suficiente para gobernar y crear una nueva época histórica post globalista, más política y menos economicista? Difícil es decirlo y, tampoco, me atrevo a calcular la realidad. Lo que no creo mucho es que el populismo, como tampoco el liberalismo procedimental, sea el auténtico contenido de una república.

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