La palabra inglesa outsider, con el significado original de extraño, forastero, es decir, alguien que no pertenece al lugar de la mayoría de referencia, fue tomando el significado de alguien que está fuera de lugar, o, más precisamente, que quiere estar en el lugar que no le corresponde, por tradición o costumbre, sobre todo en el argot de los políticos, en su rol de administradores de la cosa pública.

Aquí adquirió ciudadanía con la elección de Lugo, cuando, tras jurar y perjurar que no se dedicaría a la política ni se candidataría a presidente, madrugó a todos los socios políticos, los insiders, los que estaban dentro de la política y la administración pública. Y así fue como se instaló el término outsider, como un extraño de la política que viene a la política, generando nuevas expectativas, sin mucha experiencia para materializarlas.

El término ya había sido incorporado al inglés con la significación de alguien que viene de afuera de la política. Y, en cierta medida, le calza perfectamente a Trump, cuyo discurso ha estado justamente en eso, en decir a los que están decepcionados de la política, todo lo malo que quieren escuchar de los que administran la política, es decir, la cosa pública, que él va a cambiar las cosas y va a favorecer a los olvidados por esa casta privilegiada, haciendo todo lo contrario.

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Ya son varios los que se han adelantado en decir que es uno de los principios fundamentales de Hitler: echar leña al fuego, agigantar la hoguera; y, como los demócratas no lo vieron venir, sino que creyeron que era un discurso tosco y grosero, que lo es, sin duda; pero eso en comunicación no siempre tiene importancia; lo que importa es el impacto.

Hace ya unos cuantos años, de visita en el continente americano, el ex presidente español Adolfo Suárez, clave de la transición española a la democracia, dijo que todos los habitantes de América deberían tener derecho al voto en EEUU, dada la tremenda influencia del "gran país del norte" en la política continental. Muchos le aplaudieron. Y no era descabellado, si atendemos a que el voto creciente de hispanos, afros, orientales y otros inmigrantes, que, en cierta medida ganaron espacio a los inmigrantes de antaño, los wasp, "blancos, anglosajones y protestantes".

En cierta medida, el envido de Adolfo Suárez se estaba cumpliendo; esa inmigración del resto de América se ha convertido hoy en un factor de peso en la política norteamericana por medio del voto, voto en el que confiaba Clinton para el triunfo electoral. No es casual que la propuesta fundamental de Trump fuera construir un muro que cerrara el paso al sur. No es el primero que ha hecho tan descabellada propuesta, aunque tal como la exponía el mediático millonario sonaba a convincente, tal vez porque cuando más grande es el disparate más creíble se vuelve, a los ojos de los que comparten el deseo de verlo realizado.

Hasta aquí los discursos del outsider contra los insiders, del arribista contra los que vienen manejando el aparato estatal, de la confrontación entre buenos y malos, tan antigua como la humanidad. Hasta ahí el discurso de campaña.

En el discurso del día siguiente, Trump parecía un discípulo de San Francisco de Asís, hasta agradeciendo a Clinton lo mucho que había hecho.

¿Qué sucedió? Simplemente que el outsider ya era presidente, ya era un insider y tenía que pensar en administrar un país, no una parte de un país que mayoritariamente ha manejado la libertad como bandera, y que, pese a un exacerbado racismo, ha sido capaz de elegir un presidente negro, consciente de que es "el gran país del norte", gracias a los unos y a los otros.

Ese párrafo estuvo también en el discurso del Trump insider.

Queda ver ahora, considerando los antecedentes del magnate racista, machista y con delirios chinescos de hacer la muralla más grande del mundo, cómo van a convivir el outsider y el insider; en la primera potencia mundial, que tiene gran influencia en la política internacional y en el equilibro de fuerzas; ya que el discurso incendiario es fácil de lanzar en una campaña, viejo vicio de muchos políticos, pero es difícil, y en este caso muy peligroso, de cumplir, en un país organizado que tiene un aparato democrático fuertemente instalado, en el que resulta difícil pensar en un Hitler, aunque haya habido muchos McCarthy (*), amantes de la censura y del cercenamiento de las libertades.

* Joseph McCarthy (1909-1957) quien desencadenó, durante la Guerra Fría, una persecución brutal contra intelectuales, escritores cineastas… y que llevó al exilio hasta a Charles Chaplin.

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