© 2016 Economist Newspaper Ltd, Londres 29 de octubre, 2016.

De The Economist

En el 2007, los peligros financieros, apilados como yesca, finalmente se prendieron y causaron una estela de destrucción en toda la economía mundial. Las llamas también envolvieron a los gobiernos, que enfrentaron intensa presión pública para evitar que ocurrieran de nuevo esas calamidades.

Mucho ha sucedido en el frente regulatorio desde entonces. Sin embargo, pocos creen que el problema de la inestabilidad financiera se haya solucionado. Para frustración de los reguladores, en un mundo de flujos financieros mundiales, los esfuerzos para salvaguardar un país a menudo pone en peligro a otros.

Esta tendencia engorrosa se ha vuelto más difícil de ignorar a medida de los flujos de capital a través de las fronteras se han engrosado. Los flujos financieros brutos anuales en los países ricos aumentaron de aproximadamente 5 por ciento del PIB en 1980 a alrededor de 25 por ciento del PIB en víspera de la crisis financiera.

Este torrente mundial de dinero tiene sus beneficios. Los inversionistas pueden diversificar más fácilmente sus carteras. Los inversionistas en los países ricos de lento crecimiento ganan acceso a inversiones de más alto rendimiento en economías más pobres y escasas de capital, y esas economías más pobres ganan acceso al capital que necesitan desesperadamente de manera relativamente barata.

Sin embargo, también existen costos. Las economías emergentes con mercados financieros menos sofisticados e instituciones regulatorias más débiles pueden manejar mal las grandes olas de capital mundial, e incluso las economías maduras sacrifican un grado de control macroeconómico cuando se abren a los mercados de capital mundiales. De manera más agravante, las medidas protectoras en algunos países desvían o incrementan los riesgos financieros mundiales en vez de reducirlos.

Tomemos las reservas de divisas. Las economías emergentes quemadas por los inversionistas extranjeros volubles aprendieron que una acumulación defensiva de reservas, compuesta de activos seguros como bonos de la Tesorería de Estados Unidos, podía protegerlas en periodos de problemas. Sin embargo, a medida que llenaban sus arcas, la demanda de esos bonos hizo bajar las tasas de interés en todo el mundo.

Eso alentó a correr riesgos mayores. Conforme los rendimientos sobre los bonos de la Tesorería caían, por ejemplo, los inversionistas, incluso estos mismos gobiernos de mercados emergentes, recurrieron más bien a los valores respaldados por hipotecas, los cuales parecían casi igual de seguros pero ofrecían rendimientos más altos.

La dinámica creó un "enigma" para Alan Greenspan quien, como presidente de la Reserva Federal a principios de la década del 2000, encontró que elevar las tasas de interés a corto plazo tenía poco efecto sobre las tasas de interés a largo plazo; incluida la tasa sobre las hipotecas.

De manera preocupante, las principales estrategias disponibles para que los banqueros centrales reduzcan el riesgo sistémico comparten estos efectos colaterales negativos. Pese a la experiencia de Greenspan, algunos economistas estiman que las tasas de interés debían haber sido usadas más agresivamente para controlar la exuberancia del mercado del crédito.

Aunque un gobernador en el Consejo de la Reserva Federal, Jeremy Stein, ahora de regreso en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, argumentó que la Fed debía considerar la estabilidad financiera mientras ajustaba su política monetaria.

Si los rendimientos sobre los bonos riesgosos, en relación con lo seguros, revelan un desdén imprudente hacia el riesgo entre los inversionistas, la Fed pudiera establecer tasas más altas de lo que la inflación sola podría demandar. Las recientes minutas de la Fed demuestran que algunos miembros piensan de manera similar.

Aun cuando el exceso financiero puede ser mitigado a un precio aceptable para la economía, sin embargo, esos aumentos de tasas preventivos imponen un costo a otros. Los aumentos de tasas estadounidenses a menudo atraen dinero retirándolo de las economías emergentes, ejerciendo presión sobre sus sistemas financieros. En otras partes las tasas más altas reducen la inversión e incrementan el ahorro, sumándose al excedente global de capital y deprimiendo las tasas de interés mundiales.

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