Su voz es fuente de lucha por la enseñanza infantil femenina desde que tiene once años. La activista pakistaní, luego de sobrevivir a un atentado por parte del régimen talibán y tras haber sido la ganadora más joven del Nobel de la Paz, reafirma con más ímpetu la idea de que “un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo”.

Por: Micaela Cattáneo

Cubre su cabeza con un velo, fiel a las creencias de su religión. En su rostro aún se pueden ver las cicatrices del ataque que sufrió por defender la educación de las niñas de su ciudad natal: el valle del río Swat. Este territorio, entre el año 2003 y 2009, fue ocupado militarmente por el Movimiento de los Talibanes Pakistaníes, también llamado Tehrik-e-Talibán Pakistán (TTP) -organización terrorista internacional que proclama el extremismo religioso islámico-, quienes se encargaron de prohibir la enseñanza infantil femenina durante este período, a tal punto de destruir las pocas escuelas ubicadas en la región.

Para ellos, Malala Yousafzai representaba incomodidad, obstrucción y dificultad en la concreción de sus planes. Una mente genuina, pero poderosa; inocente, pero libre. ¿Cómo explicar que una niña de once años los estaba desafiando? ¿En qué momento ella cuestionó y entendió que la educación no debería ser sólo para los hombres de su religión? Pues bien, hay una historia detrás de su lucha y, en cada episodio de esta, la influencia de su padre ha sido la más importante.

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Desde su nacimiento, Ziauddin Yousafzai, su progenitor, vio en ella algo especial. Parte de su libro autobiográfico Yo soy Malala, escrito en conjunto con la periodista británica Cristina Lamb, relata aquella escena: "Cuenta que, cuando nací, me miró a los ojos y se enamoró. Decía a la gente: 'Sé que esta niña es distinta'. Me pusieron el nombre de Malalai de Maiwand, la mayor heroína de Afganistán".

La hazaña anecdótica de Malalai que inspiró a su padre, se extendía en las siguientes líneas: "Todos los niños pashtunes conocen la historia de cómo esta mujer exhortó al ejército afgano a derrotar a las tropas británicas en 1880 en una de las mayores batallas de la Segunda Guerra Anglo-Afgana".

Fotografía: John Russo[/caption]

Cuando Malalai era muy joven, tanto su padre como el hombre con el que estaba comprometida se encontraban en pleno enfrentamiento contra la ocupación británica de su país. Ella -como muchas otras mujeres de la aldea-, fue al campo de batalla para atender a los heridos y proveerles de agua. Como vio que sus guerreros estaban perdiendo, decidió levantar su velo blanco mientras se dirigía a las tropas con algunas palabras: "Si no caes en la batalla de Maiwand, entonces, alguien te ha destinado a ser un símbolo de vergüenza". Murió bajo el fuego, pero sus palabras y su valentía incitaron a los hombres a dar un vuelco a la batalla: derribaron a una brigada entera enemiga; sin dudas, una de las peores derrotas del ejército británico.

Estamos hablando de dos épocas distintas, más de 110 años de diferencia entre aquel acontecimiento y el nacimiento de la pequeña Yousafzai. La distancia cronológica revela un aspecto en común: el valor de la retórica. Él la nombró Malala, el documental que retrata la vida y el trabajo hecho por la joven pakistaní -exhibido en el Festival Internacional de Cine-, es también el relato secuencial de cómo su padre influenció en esa autonomía de pensamiento, pero que a la vez nos permite una firme reflexión: ¿Es Malala una construcción de su padre?

El director del documental, Davis Guggenheim (ganador de un Óscar por La verdad incómoda), revela la respuesta: "Es la vida que yo elegí. Quizás, si no la elegía, ahora estaría con dos niños en brazos", contesta segura, refiriéndose a muchas de las mujeres de su país que deben formar una familia desde temprana edad.

La voz de la verdad

El atentado del 9 de octubre del 2012 contra la activista Malala Yousafzai tuvo, para el régimen talibán, sus antecedentes. Con once años cumplidos, la niña de ojos castaños, comenzó a escribir un blog para la BBC bajo el seudónimo de Gul Makai. Desde enero de 2009, el diario publicó la crónica donde ella exponía el sufrimiento que se vivía en el pequeño pueblo de Swat con el sistema TTP, el miedo que generaban y la manera en que la paz del valle les era arrebatada.

"Fui a la escuela con miedo porque el Talibán había emitido un edicto en el que prohíbe que las niñas vayamos a la escuela...", dice parte del texto publicado el sábado 3 de enero. Por primera vez, Malala tenía el noble poder de decir lo que muchas callaban. Era la voz de muchas niñas que, al igual que ella, soñaban con un futuro más allá de lo que los sectores extremistas de su religión les impartían.

Pero su revolución pacífica de lápices y libros, escondida entre papeles y palabras, tendría su consecuencia años más tarde. Mientras regresaba a su casa, el rickshaw -una especie de camión que transportaba a las niñas que en ese momento se reunían para estudiar en secreto-, fue detenido y atacado por un hombre que preguntó por Malala antes de que la disparara tres veces con un fusil.

Si bien las balas alcanzaron el cráneo y el cuello, no pudieron disparar contra sus ideales. Su traslado a Birmingham (Inglaterra), que en un principio había sido por su rehabilitación, terminó siendo definitivo. Sus padres y dos hermanos la acompañaron, porque la amenaza de volver a atacarla ya no era acción que partía de una sola persona, sino de toda una ideología.

Volver a Swat

Malala sueña con regresar al pueblo que la vio nacer, al valle que a ella le gusta definir como "un reino celestial de montañas, cascadas y lagos de agua clara". La decisión de salir de su país no ha sido propia, las circunstancias la han encaminado a ello; pero si el precio es una mejor educación para los niños y niñas de todo el mundo, para ella lo vale.

"Espero haber terminado la universidad y estar haciendo una gran obra en Pakistán, ayudando a que muchos niños vayan al colegio. Tengo un compromiso grande con mi país. Me prometí a mí misma que ayudaría a conseguir que sea mejor, a obtener la paz y a asegurarme de que haya una educación de calidad. Es muy triste saber que en un lado del mundo hay exceso de tecnología y que en el otro hay niños que no tienen libros. Así que eso haré", respuesta que daba a un medio español sobre cómo se veía en diez años.

Sonríe y su humildad se desnuda ante las cámaras. Habla y su lealtad se reafirma en cada discurso de atril. Su labor con la educación le valieron premios, nominaciones y homenajes; entre ellos, uno de los más importantes: el Nobel de la Paz 2014. A sus 19 años lidera la fundación que lleva su nombre, a través de la cual busca reducir a cero la cifra que hoy alcanza a más de 130 millones de niñas que no van a la escuela; porque para Malala Yousafzai, en cualquier parte del mundo, el arma más poderosa será siempre la educación.

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