Por Richard E. Ferreira-Candia

Periodista, analista y docente

@RFerreiraC

El engaño, el fraude o la mentira, generalmente forman parte de una serie de acciones en el marco de una estrategia que pretende instalar un mensaje a través de un discurso, sobre todo cuando el objetivo es desacreditar al considerado enemigo.

–"Engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien", es la definición que da la Real Academia Española (RAE) a la palabra "falacia", que proviene del latín "fallacia"–, dijo el comandante, mientras acomodada su viejo bolso verde ajado por el tiempo y uso, luego de sacar de él un libro.

Sentados ya en el altillo del Café Literario, con nuestras acostumbradas dos tazas de café negro, sin azúcar, conversábamos sobre las falacias políticas, que mayormente son reproducidas por los medios de comunicación sin que estos se percaten de ello, probablemente siguiendo un esquema tradicional establecido por el tipo de periodismo que hacemos.

–Los políticos permanentemente caen o usan falacias en sus discursos y muchos periodistas entran al juego por desconocimiento, sencillamente por comodidad o conveniencia; los medios se nutren de estas falacias políticas para mantener el mismo esquema de reproducción de temas, privando la posibilidad al lector para lograr una mirada más amplia de lo que se plantea–, indicó, a modo de análisis.

Le había prestado el libro "Desnudando el discurso político. Falacias, políticos y periodistas", de las docentes argentinas Patricia Nigro y Agustina Blaquier. Fue un obsequio de Patricia, en una reciente visita que hizo a Asunción para participar de una cumbre de comunicación. El libro es el resultado de una investigación realizada en Buenos Aires sobre el discurso político, el periodístico y su interrelación en la palabra del periodismo gráfico.

Las autoras explican que "cometer una falacia equivale a intentar engañar al lector u oyente". Pueden ser accidentales o deliberadas (…) y nadie está libre de cometer falacias cuando argumenta, señalan para luego describir: "Las falacias pueden ser clasificadas en formales e informales.

Las no formales son argumentaciones que, en lugar de brindar pruebas que fundamenten una afirmación, acentúan la eficacia del discurso".

Coincido con ellas cuando sostienen que "las falacias atentan contra el pensamiento crítico", añadió el comandante, que hojeaba de nuevo el libro, para luego recordar que las autoras apuntan que se dividen en tres grandes tipos, explicadas de manera sencilla de la siguiente manera: "falacias de evidencia" (solo se usa aquello que conviene y no lo que no favorece); "falacias de lenguaje" (ambigüedades, verbalismo, palabras cargadas de sentidos ajenos a la argumentación, estructuras gramaticales confusas, y "falacias de seudoargumentos" (las que no tienen ningún argumento).

Sobre cualquiera de ellas se puede construir un discurso político, le indiqué, a lo que asistió con la cabeza para, después, lentamente, tomar un sorbo de café.

Añadió que la última clasificación, la de "falacias de seudoargumentos", es la que se conecta más con la realidad del discurso político paraguayo. Es la que se refiere a la mentira o el invento de un mensaje que no tiene sustento alguno. –Este tipo de falacias es utilizado casi a diario en el rodeo político paraguayo–, acotó.

Entre las falacias de seudoargumentos existen varios tipos de casos. Tomamos algunos, como el clasificado como "argumento dirigido contra el hombre (ofensivo); Ad Personam" que se da cuando en lugar de refutar lo afirmado, se ataca al adversario. Se lo descalifica ofensivamente para no dar crédito a sus afirmaciones. Es decir, se intenta destruir la imagen de la persona para que no tenga credibilidad. –Aquí, es permanente la práctica del ataque a los adversarios políticos para desacreditarles totalmente-, enfatizó el comandante.

Igualmente está el "argumento dirigido contra el hombre (circunstancial); Ad hominem", que intenta descalificar una afirmación haciendo referencia a una circunstancia particular de la persona que la propone. Consiste en demostrar que el adversario es parte interesada en la afirmación o en decir que presenta contradicciones en sus creencias. A modo simple, es cuando se trata de incoherentes a los adversarios, cruzando sus discursos con sus acciones o con dichos anteriores.

Otra interesante es la clasificada como "Argumento por la ignorancia", que trata de fundamentar la verdad de una conclusión sobre la base de la carencia de pruebas que la refuten. Generalmente se da el discurso de lindas promesas, pero no realizables; o un discurso general, no comprobable.

El comandante siguió: La denominada "Apelación a la piedad o la misericordia" se apoya en la sensibilidad del receptor. Se trata de lograr una conducta apelando a circunstancias dolorosas. Este tipo de casos vemos constantemente cuando se usa la necesidad social como discurso de campaña. La "apelación al pueblo", que es otro tipo, busca apelar a los valores y sentimientos de una comunidad o grupo. Se intenta exacerbar el entusiasmo del público para aceptar una conclusión que no se basa en buenas evidencias. Es la falacia típica de los demagogos.

Las autoras señalan que "de nada sirve oponerse a un discurso dominante". Plantean como una salida, y coincido con ellas –dijo el comandante–, el cuestionamiento, quitando la validez del discurso con argumentos e imponiendo uno nuevo.

Tomó su último sorbo de café y, antes de irse, expresó: Los políticos, si quieren tener éxito en sus mensajes, deben saber identificar los discursos falaces y refutarlos construyendo un nuevo discurso, pero con argumentos, no siguiendo la misma línea del ataque. Si se toma esa vía, la del ataque, la de la falacia, entrarán a un callejón de donde saldrán malheridos ellos mismos y sus enemigos. Al final, pierden ellos. Y perdemos nosotros. Eso.

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