Leslie Picker

El director general de una empresa de plásticos estaba jugando golf. Mucho golf.

El fondo de cobertura activista Barington Capital Group, a través de un sitio web que rastrea la puntuación de los golfistas, encontró que el director general estaba jugando 18 hoyos o más entre semana, pese a que las acciones de su empresa estaban empantanadas.

Fue ese descubrimiento, hecho hace diez años, lo que ayudó a echar a andar la carrera de Dianne McKeever, que en ese tiempo era socia de Barington.

McKeever alegó que la falta de supervisión de la junta directiva de la empresa permitía los incesantes juegos de golf, y que el tiempo que pasaba el máximo ejecutivo en la cancha le impedía solucionar el precio de las acciones.

Su propuesta: traer sangre nueva, deshacerse de los frecuentes juegos de golf y centrar la atención de la gerencia en la compañía.

McKeever no quiso nombrar a la empresa, pero hay documentación que indica que se trataba de A. Schulman, un proveedor de plástico del Oeste Medio. A. Schulman no respondió a cuatro llamadas que se hicieron para pedir sus comentarios. El equipo administrativo de la empresa está formado por puros hombres y, aunque hay una mujer en la junta directiva, los directores eran amigos íntimos, recuerda McKeever.

"La amistad y el aislamiento de la junta eran impedimentos para tomar esas decisiones, difíciles pero necesarias", señaló McKeever recientemente.

Para ella, este episodio revela que la falta de diversidad de género contribuye a una gobernación corporativa deficiente, como ese director distraído y el atrincheramiento de la junta.

Y pese a todo, los fondos de cobertura activistas suelen ser culpables de postular solo hombres a las juntas directivas. Desde principios del 2011, cinco de los fondos activistas más grandes han designado a 174 directores, de los cuales solo 7 han sido mujeres, según un reporte publicado en marzo por Bloomberg.

Sin embargo, numerosos estudios han demostrado los beneficios de tener por lo menos a una mujer en la junta de directores, como mayor asistencia a las reuniones de directores, menos adquisiciones precipitadas y menor índice de fraudes y de correcciones en las declaraciones de ingresos.

McKeever, de 38 años de edad, y su socio y fundador junto con ella de Ides Capital en Manhattan, Robert Longnecker, de 42 años, ven la diversificación como el elemento faltante en las estrategias típicas de los activistas.

Ides, que fue fundado hace un año, tiene un corto historial en el que solo hay una batalla pública, además de que es un fondo pequeño. Pero parece ser el primer fondo de cobertura activista en Estados Unidos con una mujer al frente, según datos recopilados por Josh Black de Activist Insight, empresa de investigación que estudia este tema.

Al igual que cualquier otro fondo de cobertura, Ides trata de generar ganancias de sus inversiones y considera que la diversificación de las juntas directivas de empresas pequeñas y medianas es una forma de mejorar el precio de las acciones.

"Las malas técnicas de gobernación, junto con la falta de diversidad, frecuentemente coinciden con una mala evaluación", aseguró McKeever en una entrevista. "Esas mejoras, en nuestro concepto, son obvias".

Al lanzar Ides, McKeever arremete contra el mundo de la inversión activista, notoriamente dominado por los hombres y conocido por famosos inversionistas impulsados por su personalidad, como Carl C. Icahn, William A. Ackman, Daniel Loeb y Nelson Peltz. Los inversionistas activistas tradicionales también despotrican contra el compadrazgo que priva en las juntas directivas, pero lo hacen incorporando a sus propios asociados que, en su mayoría, son hombres blancos.

Un 60 por ciento de las juntas directivas carece de mujeres, según un estudio reciente del Instituto Peterson de Economía Internacional, centro de estudios que analizó casi 22.000 compañías de todo el mundo.

Algunos países, como Noruega y Alemania, han promulgado leyes que requieren un porcentaje mínimo de mujeres en las juntas directivas. En Estados Unidos, donde no hay tales requerimientos, son los mismos accionistas los que han sumido la tarea de cambiar la composición de las juntas directivas. Desde 1997 se han hecho más de 250 propuestas, según datos recopilados por Carol Marquardt, profesora de Baruch College, y Christine Wiedman, profesora de la Universidad de Waterloo.

Pero el creciente sector de accionistas activistas tiene un insignificante récord en lo que se refiere a las mujeres.

Además de designar menos mujeres como directoras, los activistas parecen dedicarse desproporcionadamente a presionar más a las mujeres que son directoras generales. Las ejecutivas de Fortune 500 Meg Whitman de Hewlett-Packard, Indra Nooyi de PepsiCo, Irene Rosenfeld de Mondelez International, Ursula Burns de Xerox Corporation y Sheri McCoy de Avon Products se han topado con inversionistas activistas.

Las directoras generales tienen 27 por ciento de posibilidades de enfrentarse a los inversionistas activistas, mientras que las posibilidades de los hombres en ese puesto son casi de cero, según investigaciones publicadas por la Universidad Estatal de Arizona en agosto.

Una posible razón de esto es que al anunciar una directiva femenina en una empresa, el mercado tiende a reaccionar negativamente, lo que hace bajar el precio de las empresas, según Christine Shropshire, que elaboró el estudio de la Universidad Estatal de Arizona.

También hay una tendencia implícita a nombrar personas demográficamente similares, agregó Shropshire.

"Las anécdotas sobre la determinación de la plantilla de candidatos a la junta revelan los titubeos de los hombres para cambiar el statu quo de la dinámica de la junta trayendo a mujeres, especialmente más de una", aseguró. "Las mujeres tienden a hacer preguntas más difíciles y a dedicarse a esfuerzos más intensos de monitoreo; aunque yo esperaría que esos rasgos las hicieran más valiosas y aliadas de los mismos activistas".

Esa es la apuesta que está haciendo Ides.

(Alexandra Stevenson colaboró en el reportaje).

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