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El destino se decidió en junio, por mayoría simple: Gran Bretaña abandona la Unión Europea. El viaje de salida, sin embargo, será complejo y peligroso, acosado por un sinfín de oportunidades para dar pasos en falso que van desde lo cómico a lo desastroso.

Con 64 millones de británicos viajando en el asiento del acompañante, la primera ministra británica, Theresa May, evitó hablar de la hoja de ruta. En la conferencia del Partido Conservador, la semana pasada, ella ya no pudo eludir la cuestión.

En un discurso que emocionó a los activistas del partido, May declaró que va a invocar el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea (UE) a finales de marzo del año venidero, desatando una cuenta regresiva de dos años, al cabo de los cuales se debería ver a Gran Bretaña retirándose de la UE, allá por los comienzos del 2019.

Ella también dio a entender que estaría preparada para dirigir al reino hacia un Brexit más bien duro, con una amplia separación entre el trabajo y los productos y mercados financieros.

Con eso, sin dudas, ella está en riesgo de anteponer su partido a su país, con graves consecuencias. El Brexit determinará la suerte de Gran Bretaña en las décadas venideras. Si se va a hacer de una vez por todas, hay que hacerlo bien.

May enfrentará una inevitable presión. A nivel nacional, si no es abrumada por la política de Europa, como lo fueron tantos primeros ministros conservadores antes que ella, May tiene que convencer a los que votaron por el Brexit que esa victoria será honrada. Por eso su discurso tenía un sentido de urgencia y explicaba por qué, en lo que se refería a la inmigración, la soberanía y la jurisdicción del Tribunal Europeo en Luxemburgo, ella adoptó una línea dura.

En Europa, sin embargo, esta retórica doméstica le dificultará la tarea de negociar la mejor forma posible del Brexit. Para maximizar su poder de negociación, May necesita tiempo. Para obtener el mejor acuerdo posible, ella tiene que ser flexible en materia de inmigración.

La pieza central de la operación debe ser asegurar el máximo acceso al mercado único de Europa. Los brexiteers (partidarios del Brexit) dicen que, una vez fuera, Gran Bretaña finalmente conseguiría bajos o nulos aranceles en su comercio con la UE. Incluso si lo lograra, sin embargo, las tarifas son menos de la mitad del problema.

Sin regulación armonizada, las empresas británicas descubrirán que sus productos no cumplen con los requisitos europeos y viceversa. También es poco probable que un acuerdo comercial entre Gran Bretaña y la UE cubra los servicios, incluidos los servicios financieros que se encuentran entre las mayores exportaciones de Gran Bretaña.

Un estudio realizado por el Tesoro británico, antes del referéndum, estimaba que el golpe al PIB en los dos años posteriores al Brexit sería casi el doble si Gran Bretaña efectivamente abandonaba el mercado único europeo que si seguía siendo un miembro.

Pareciera que May quiere un trato especial de la UE, en el que Gran Bretaña podría limitar la inmigración y determinar las normas de productos –por ejemplo, en el rotulado de alimentos– mientras todavía esté en pleno funcionamiento en el mercado único. Tal vez las negociaciones muestren que esto es posible.

Sin embargo, todo apunta a que se sobreestima la disposición de la UE a ceder terreno. Cada país tiene poder de veto sobre el estatus de Gran Bretaña. En casi todos los temas, desde la inmigración a los servicios financieros, al menos uno de ellos será reacio a ceder sus ventajas.

Si eso significa que May debe ceder terreno en materia de inmigración, se debe recordar que estas "concesiones" en realidad benefician a Gran Bretaña. La oferta de trabajadores y estudiantes de la UE ayudaron a Gran Bretaña a crecer más rápido que cualquier otro estado miembro en los últimos años.

Para evitar la sofocación de la industria, los ministros ya indicaron que podrían permitir el flujo de empleados de servicios financieros y de los trabajadores agrícolas de temporada. Y con seguridad habrá más excepciones a medida que surjan los cuellos de botella en las negociaciones.

El segundo ingrediente de un buen Brexit es una transición razonable hacia el nuevo régimen, especialmente si Gran Bretaña está a punto de alejarse del mercado único. La burocracia y el costo de una repentina imposición de aranceles y barreras no arancelarias conducirían a una separación brutal.

El alejamiento de la UE implicará repartir activos en la UE, en casa, así como en las pensiones y mucho más. Todo, desde derechos de pesca a los horarios de vuelos de aviones se acuerda a nivel de la UE, por lo que estas normas deberán reajustarse y volverse a regular.

En medio del divorcio más complejo del mundo, los diplomáticos de Gran Bretaña tienen otra tarea vital. A través de su membresía a la UE, Gran Bretaña es integrante de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y parte de acuerdos de libre comercio con otros 53 países. Cuando salga, va a perder todo eso. Por lo tanto, Gran Bretaña debe prepararse con urgencia para volver a unirse a la OMC como país, lo que, una vez más, requerirá el consentimiento de todos los demás miembros de la propia OMC.

Un Brexit de este tipo se aproxima y May será quien determine su curso. Si Gran Bretaña no quiere estrellarse, ella debe ignorar a los ocupantes del asiento del acompañante y fijar sus ojos firmemente en el camino por delante.

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