Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

La rebelión de las masas, vaticinaba Ortega allá por 1929. Y lo decía con tono dramático pues, para el filósofo castellano, las "masas" representaban cierta patología de un régimen político en donde el ciudadano, seguro de sí mismo, se siente insolidario de los demás.

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Así, en estricta lectura orteguiana, una democracia de masas es aquella que cobija a los ciudadanos como "niños mimados" y, como tal, reacciona de diversa manera ante fuerzas que se le oponen. El hombre masa, deviene así, en el ciudadano que pide que lo cuiden sin que, él mismo, se tenga que adherir a convicción o moral alguna. Para él, todo es relativo, siempre y cuando, el régimen político establezca las reglas de procedimiento del mismo. Pero he ahí que, yo agregaría, este régimen debe ser liderado por una élite, democrática y liberal sin más, que sepa qué hacer con la nave del Estado.

Así, la democracia de masas exige un elitismo de inspiración liberal, antipopulista, que, si bien no desprecia a la democracia como tal, confía en que hay solo un grupo de dirigentes que, habida cuenta de su educación en instituciones de élite, estarían habilitados a gobernar, mientras que otro no.

Se configura así una relación de liderazgo en donde la democracia liberal de élite determina la calificación de sus dirigentes conforme a ciertos cánones preestablecidos. Y a todo aquello que no coincida con los mismos, se les atribuye cualidades "populistas". O en lenguaje orteguiano, de nuevo, "bárbaras". Así, la democracia liberal requiere un sentido aristocratizante de la vida política que, por su propia lógica, lideraría a aquellos que no saben o no están preparados para guiar a un pueblo.

Esta descripción pretende mostrar, con sus matices desde luego, lo que está pasando en las elecciones norteamericanas. La rebelión populista, o el "trumpismo", marginada por ambas dirigencias elitistas de los partidos tradicionales del "establishment", pretende abrirse paso a la presidencia.

A los tumbos, de manera bruta, soez, pero capturando la imaginación política y, en una serie de tópicos, las necesidades reales del norteamericano medio sin una educación universitaria de élite. Este mapa electoral, ubica al espectro político –yo lo reiteré en anteriores escritos– en un "más allá" de toda confrontación ideológica.

Lo que hace que el resultado sea volátil, pues los votantes fácilmente pueden pasar de un lado a otro, al punto que, seguidores de Sanders –la izquierda del partido demócrata– coinciden con los seguidores a la derecha de Trump. Ambos se sienten marginados por las élites del centro democrático liberal global.

Este mapa electoral, ubica al espectro político –yo lo reiteré en anteriores escritos– en un "más allá" de toda confrontación ideológica. Lo que hace que el resultado sea volátil...

El resultado del primer debate presidencial mostró, en carne viva, esta diferencia. La decisiva mejor actuación de la senadora Clinton en el mismo, muestra claramente no sólo la experiencia sino la diferencia en educación y dominio de los temas. Hillary parecía una buena alumna que sabía de lo que hablaba, mostrando precisamente algo que las élites reconocen: el valor de las ideas, usando un lenguaje cartesiano, claro y distinto.

Configurar su relato político desde la técnica, el cómo se debe hacer y, sobre todo, desde la experiencia de haber estado desde décadas donde se debe hacer el gobierno. ¿Resultado? Expertos concluyeron que a la esposa del ex presidente Clinton se la ve más "presidencial".

Y aun así, su victoria en el debate, no movió mucho las encuestas. La carrera presidencial continúa con final impredecible. A pesar de sus invocaciones a veces confusas, a veces narcisistas, un lenguaje no sólo simple sino simplón en el debate, Trump continúa estable. Sus códigos de lenguaje, lejos de un academicismo elitista, llegan emocionalmente a una gran franja de olvidados del sistema.

El mensaje de Trump es simple: desempleo y cierre de industrias, fuga de manufacturas que, en la mayoría de los casos, se mudan a países donde la mano de obra es más barata, dejando sin trabajo a miles de obreros. ¿Razones? La de abaratar costos de producción y así, maximizar el rendimiento a los inversionistas, cuyos representantes políticos, educados en las mejores universidades, forman la elite que los defienden. Para el lector, seguramente, esto parecería algo irracional. Y ciertamente, un populismo no apela a la razón de ideas claras y distintas, sino al afecto de aquellos que, por decisiones de políticas públicas, han sido o se sienten excluidos del sistema político.

¿Será esto suficiente para ganar las elecciones? Al menos esto no se ve muy claro aún. Pero también, es cierto, aun cuando la rebelión antielitista está tocando temas que han sido marginados y olvidados por demasiado tiempo, la figura de Trump como líder de ese movimiento genera demasiadas dudas.

Pero, ¿por qué creer en él? Por qué, dice, él es un empresario ganador, siempre lo ha sido, y cree, que con su presidencia, el país también ganará. Yo no estoy seguro de ello y, tampoco estoy seguro de la solución de problemas vitales de continuar la tendencia de la democracia liberal elitista de meros procedimientos que lidera la senadora Clinton. En ambos casos, la república, como expresión auténtica de la democracia liberal sustantiva languidece, y, poco a poco, se ahoga en medio del mar de un totalitarismo blando, gelatinoso, relativista, liberal o populista.

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